“Soy la abuela de los niños sin padres que han encontrado en Siria”
Hafida llamó hace días a EL PAÍS. Los niños que salían en un reportaje sobre Siria, huérfanos de un padre español que murió en la guerra, son sus nietos. Pide que se los lleven a su casa de Moratalaz (Madrid)
Es muy temprano en la redacción de EL PAÍS el viernes 5 de abril. Suena el teléfono de la sección de Internacional.
— Llamo—, dice una mujer, — porque soy la abuela de los niños que habéis encontrado en Siria.
Un día antes, un reportaje revelaba que tres mujeres españolas vivían retenidas en el campamento sirio de Al Hol, administrado por milicias kurdas. Las tres, Yolanda Martínez, Luna Fernández y Lubna Miludi, habían sido evacuadas desde Baguz, el último enclave sirio del Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés).
— Soy la abuela de los niños que cuida Luna Fernández.
En efecto. Luna, de 32 años, relató a este diario desde Al Hol que tenía cuatro hijos propios y que cuidaba otros cuatro de una pareja que había perdido la vida recientemente en la guerra. La madre biológica de aquellos cuatro niños ya huérfanos se llamaba Hannane.
— Son los hijos de mi hijo Mohamed—, dice la abuela por teléfono. —Sé que él ya murió, pero recuperar a mis nietos sería lo único que me podría quitar el dolor.
“No tienen salud, higiene… ¿Crees que vendrán pronto?”, señala Hafida
Hafida Dadach, la abuela, de 54 años, marroquí residente en Madrid, en el barrio de Moratalaz, es dura. Lleva viviendo en ese barrio 25 años. Cuenta con entereza las cosas, ese dramático viaje de su hijo Mohamed el Ouriachi a la muerte. Ella quiere a los niños de vuelta. Ha reconocido al mayor de ellos en un vídeo grabado por los kurdos en el norte de Siria. En cada charla repite: “Mohamed, mi hijo, ya murió y recuperar a mis nietos…” Ahí se derrumba y llora. Son Salman, de siete años, Faris, de seis años e Isaac, de cinco años. El cuarto hermano, Daoud, de solo dos años, no es hijo de Mohamed, pero sí de Hannane, la mujer con la que este partió rumbo a la frontera turco-siria. Un pequeño lío familiar muy de califato: Mohamed viaja desde Marruecos a Siria junto a su mujer, Hannane, a finales de 2014. Cuatro meses después, él muere. Ella sigue con vida y se casa con otro hombre con el que tendría a Daoud. Hace aproximadamente dos meses, Hannane y su esposo también mueren y Luna Fernández, que tiene ya cuatro hijos propios, se queda a cargo de los cuatro huérfanos.
“Ahora sufro por ellos cada día: no tienen salud, alimentos, higiene… ¿Tú crees que vendrán pronto?”, señala Hafida, ya durante una entrevista en su casa de Moratalaz.
Sobre la mesa del salón, con un sillón enorme que rodea la habitación al estilo árabe, y con una luz rompedora que entra desde la plazoleta de abajo, Hafida enseña cosas de Mohamed: un carné joven, una foto en la que aparecen madre e hijo, ella como ausente y él, adolescente, tirado en una silla y riendo a la cámara; una antigua foto tamaño carné de Salman, el mayor de sus nietos. Esta foto la encontró cuando visitó en julio de 2015 la casa familiar en M'diq, ciudad costera marroquí a medio camino entre Ceuta y Tetuán, cuando ya sabía que su hijo Mohamed había muerto “haciendo la yihad” en Siria. A Hafida le dio por airear el colchón en el que dormía Mohamed en esa casa. Al darle la vuelta encontró un cuaderno en el que el joven lo contaba casi todo. Relataba cómo iba a ser su viaje a Siria, sus escalas en Casablanca y Turquía; cómo debía ir vestido para llegar a tierras del califato; qué le faltaba por hacer antes de partir, como vender unos terrenos a su madre o comprarle una moto al padre. Hafida le perdió el rastro en diciembre de 2014. Con 26 años se esfumó junto a su mujer, Hannane Draoui, de 22 años y embarazada, y los dos primeros hijos de la pareja, ceutíes de nacimiento. En la casa de M'diq, Mohamed dejó más cosas que su madre encontró: el libro de familia, las tarjetas sanitarias españolas de sus hijos, Salman y Faris y, por último, una hoja con información de los 15 días de vacaciones que había solicitado a finales de aquel año 2014. Nunca volvió al trabajo, claro. “Era muy inteligente”, dice Hafida. “Sabía lo que le podía pasar y que reclamaría a mis nietos. Por eso dejó las tarjetas”. Así fue.
La de soldado yihadista fue solo una de las vidas que vivió Mohamed
La de soldado yihadista fue solo una de las vidas que vivió Mohamed, nacido en el hospital de la Paz, en el barrio del Pilar, el 3 de marzo de 1988. Hubo otra anterior, que también acabó muy mal, que también salió en los periódicos.
Se sacó el graduado escolar en el Instituto Mariana Pineda, en Moratalaz. Empezó a trabajar en una empresa de pladur a la vez que estudiaba para ser policía. De tanto en tanto iba de veraneo a la casa familiar de M'diq. Allí se fijó en una chica que practicaba atletismo. “Era rubia, tan guapa”, recuerda Hafida. Se llamaba Dalila Mimuni. La cosa cuajó y se casaron. Ella se vino a Moratalaz a vivir y se quedó embarazada. Él tenía 21 años y ella 20. Hasta aquí la parte feliz. A los siete meses de gestación ella empezó a tener fiebre. Después vino la tos, el dolor en la espalda, el dolor de cabeza… En la primera visita al hospital Gregorio Marañón se le diagnosticó una infección, en la segunda, asma bronquial. En los días siguientes no dejó nunca de empeorar. Al final dieron con la enfermedad. Dalila sufría la gripe AH1N1 y se convirtió en la primera víctima de la famosa gripe A en España. Los médicos decidieron practicarle una cesárea urgente. El niño recibe el nombre de Ryan. Su madre muere un día después del nacimiento, el 30 de junio de 2009. Hafida recuerda todo aquello con los vídeos que se publicaron entonces en los medios de comunicación españoles. Mohamed viajó para enterrarla en Marruecos y volvió para poder tocar pronto a su bebé, aún en la UVI de Neonatología. A los 15 días de la muerte de Dalila, murió también Ryan. Una enfermera se confundió y alimentó al sietemesino por vía intravenosa y no por la nariz, como debía. El hospital reconoció la negligencia. Eso acabó de devastar a Mohamed.
“Mamá, estoy en Siria”
“Mi hijo se quedó muy triste, muy debilitado”, prosigue Hafida, que no justifica que Mohamed, cinco años después, se fuera a combatir a Siria junto con sus dos hijos y con su nueva mujer embarazada. “¿Por qué no dejaron a los niños?”, se pregunta. Mohamed fue al psicólogo tras la muerte de Dalila, pero no levantó cabeza. “Mamá”, le decía a Hafida, “yo por aquí ya no puedo estar”. No quería vivir en Moratalaz, le traía los peores recuerdos. “Estuvo así como un año y medio más o menos, me fallan las fechas”, se explica la madre. “Yo le decía, 'ay, Mohamed, tienes que conocer a otra mujer y casarte”. Y lo hizo. Se fue a vivir a M'diq, donde se encontró con Hannane Draoui, que había nacido allí. “Se casaron en M'diq, ella siempre llevaba burka”. Esta vez, cuando él venía de vacaciones, lo hacía solo. “Nos fuimos separando”, afirma Hafida. “Yo le preguntaba por el matrimonio”, continúa, “y él me decía que no era lo mismo que con Dalila”. La madre no acababa de saber en qué trabajaba su hijo. Sabe que iba y venía de M'diq a Ceuta a diario. Y, lo más importante, que estaba cambiando. Recuerda que hablando con su padre, el abuelo de Mohamed, residente como el resto de la familia en la misma casa de M'diq, le dijo que dos hombres con muchas barbas y mayores que él habían ido a visitarle. Cuando el abuelo le preguntó quiénes eran, Mohamed dijo que sus amigos. Pero al abuelo no le cuadró.
“La última vez que vino a verme a Madrid, en el verano de 2014”, sigue recordando Hafida, “tenía algo de barbita. Yo le hablaba de sus amigos de Moratalaz pero él no contestaba. Me dijo que ver una telenovela no iba con el islam”. Era la gota que colmó el vaso de esta mujer, creyente pero no muy practicante. “¡Pero cómo no iba a ser eso islam!”.
“Mi hijo me ha causado mucho dolor”, repite la mujer
Otro recuerdo es el de la llamada de la familia de Hannane, para decirle que todos, el padre, la madre y los hijos, habían desparecido. Ni rastro. Nada. Dos meses después de esta llamada, Mohamed se puso al fin en contacto con ella. Le dijo que se comprara un móvil con WhatsApp para hablar.
Hafida se lo compró, pidió ayuda para que le instalaran la aplicación y recibió la noticia, que para ella constituyó una auténtica sentencia. “Mamá, estoy en Siria, me estoy preparando para la yihad”. No duró mucho la conversación. Ella trató de decirle que la yihad no era eso, que se podía hacer con ellos, en Madrid. No sonaba como si fuera él mismo. “Supe que no iba a volverle a ver”. Igual que se derrumba al pensar en sus nietos, también lo hace al rememorar aquel mazazo. Su hijo se iba para siempre. En la siguiente conversación, la última, Mohamed se despidió. Lo tenía claro, estaba listo para hacer su yihad. Lo que eso significara para él.
— Mamá, te llamo para despedirme.
— ¿Adónde te vas?, hijo.
— Me voy a hacer la yihad, nos veremos en el paraíso.
— Pero, ¿qué yihad? ¿Adónde vas?
— Mamá, tienes que estar contenta, nos veremos en el paraíso.
No llevaba más de cuatro meses en Siria cuando Mohamed murió. “Mi hijo me ha causado mucho dolor porque fue engañado”, repite Hafida. Ahora solo quiere que sus nietos vuelvan. Todos, incluso el pequeño de los cuatro hermanos, que Hannane tuvo con otra pareja. Mantiene contacto con la familia de Marruecos de la joven fallecida; recibe mensajes sobre los niños que envía Luna Fernández, al cargo de ocho menores y con uno más en camino. La situación es algo desesperada, según percibe Hafida. Quiere verlos en ese salón, a la luz de la plazoleta de Moratalaz. “Aquí les daremos vacunas, educación, deportes, todo lo que necesitan, ¿tú crees que habrán vuelto ya en verano?”.
La familia marroquí de los pequeños también los quiere
Tras la localización de las tres españolas, la Fiscalía de la Audiencia Nacional ha solicitado informes al Ministerio de Interior para estudiar si actúa contra ellas por posibles delitos durante su periodo en el territorio controlado por el grupo terrorista ISIS. A partir de aquí, el Gobierno analizará la repatriación de las mujeres y los niños a su cargo. Pero el proceso, complejo, se mantiene actualmente en un momento de análisis y se desconoce el cuándo y cómo se podría resolver la situación de los menores. Más si cabe cuando la familia de Hannane, enteramente marroquí, también quiere a los niños.
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