Héroes del 11-M retratados como villanos
Quince años después de los atentados de Atocha se intenta reavivar la teoría de la conspiración
El 16 de marzo de 1914 Henriette Caillaux se dirigió con su chófer hasta la sede del diario parisino Le Figaro y pidió hablar con su editor Gaston Calmette. Entró en su despacho con sus manos ocultas en un elegante manguito de piel, sacó una Browning automática que acababa de probar en la galería de una armería de la orilla derecha del Sena y le descerrajó varios tiros en el estómago. Con este crimen vengó la feroz campaña que el periodista había orquestado contra su marido, Joseph Caillaux, el antiguo primer ministro y cabeza durante la Tercera República del izquierdista Partido Radical. El juicio, según describe Edward G. Berenson en su libro Juicio a madame Caillaux (editorial Avarigani, diciembre 2018) polarizó a la Francia de la Belle Époque.
Hoy, afortunadamente, las esposas y familiares de los políticos, funcionarios o empresarios afectados por campañas, bulos o verdades a medias no se toman la justicia por su mano. A diferencia de entonces, en nuestra sociedad moderna y civilizada, el dolor que provocan los excesos periodísticos o las injusticias se intenta amortiguar acudiendo a los tribunales de justicia o, a veces, con paciencia y resignación. No con crímenes o venganzas. Lo que no ha cambiado es el sufrimiento de los inocentes a los que una falsa campaña informativa destroza sus vidas. En el caso más extremo, el de aquellos que en vez de ser tratados como héroes son retratados por algunos como villanos.
En el 15 aniversario del 11-M, los mismos que a las pocas semanas del atentado más trágico en la historia de la Unión Europea cuestionaron la investigación policial y judicial vuelven a la carga. Y lo hacen de la mano del excomisario José Manuel Villarejo, en prisión desde hace 16 meses por graves delitos. Un policía que no participó en ninguna de las unidades que investigaron el ataque yihadista, lograron neutralizar a los terroristas y evitaron decenas de muertos en el rosario de atentados que preparaba la célula.
En un intento desesperado por desviar la atención de sus presuntos delitos y hacer ruido, el denominado "agente encubierto" ha dirigido al juez de la Audiencia Nacional Manuel García-Castellón un escrito donde atribuye a la Guardia Civil la entrega de parte de los explosivos que causaron la masacre y a los servicios secretos de Francia y Marruecos el conocimiento de la trama. Una tesis insostenible que ninguna persona sensata se atrevería a defender en ningún foro de especialistas policial o académico sin provocar la hilaridad general. A los maestros de la teoría de la conspiración, la nueva bravuconada de Villarejo, verdadero maestro en la mezcla de la verdad y la mentira, les ha servido para resucitar en este aniversario el ejercicio del periodismo ficción, un nuevo género tan atractivo como falso.
El excomisario Jesús Sánchez-Manzano, jefe de los Tedax, confiesa en una entrevista en este diario el sufrimiento de su esposa por las graves acusaciones que los mentores de la teoría de la conspiración lanzaron sobre él. Refiriéndose a Eduardo Zaplana, entonces portavoz del PP en el Congreso de los Diputados y fiel propagador de los bulos más extravagantes sobre el 11-M en la Cámara, el agente recuerda que el hoy imputado por presunto blanqueo de capitales "llegó a decir que la mochila de Vallecas la tenía el jefe de los Tedax, es decir yo, en la cocina de casa". Y recuerda, como la repetición en esos mismos medios de esas mentiras coartaron su carrera profesional.
La mochila de Vallecas, la única bomba de los terroristas que no explotó y que sirvió para localizar a los asesinos, lejos de convertir al comisario Rodolfo Ruiz en un héroe le destrozó su vida y la de su familia. Los bulos difundidos contra este anónimo policía desde los púlpitos de la conspiración condujeron al suicidio de su esposa y al tratamiento psiquiátrico de su hija. "Ya no aguanto más", le confesó su mujer en una clínica un día antes de su muerte. "El bulo del 11-M destrozó mi familia y mi esposa no pudo aguantarlo", relató una década después del atentado a este periódico.
El culmen de la campaña de desprestigio contra el entonces jefe de la comisaría de Vallecas alcanzó su máxima expresión cuando se difundió que le habían visto entrando a su jefatura con una mochila similar a la encontrada entre las pertenencias de los viajeros del tren. Al igual que Sánchez-Manzano, su carrera se truncó y terminó pidiendo la jubilación.
La verdad judicial y policial del 11-M, con sentencias ratificadas por el Tribunal Supremo, ha proporcionado a los ciudadanos más luz que la que los norteamericanos o británicos tienen de los atentados del 11-S, en 2001, o del 7-J, en 2005. Quince años después de los ataques de Atocha, los que alimentaron las dudas vuelven a intentar desacreditar la principal prueba del caso y encuentran en el excomisario Villarejo a un nuevo aliado para justificar sus teorías conspirativas y cuestionar la investigación de decenas de agentes, fiscales, jueces y peritos. Y, de nuevo, a los héroes anónimos se les intenta presentar como villanos.
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