Henriette Caillaux: asesina por debilidad
Gaston Calmette pagó con su vida la persecución de un político corrupto. El director de Le Figaro de principios del siglo XX fue asesinado por Henriette Caillaux, una mujer dispuesta a todo por defender el maltrecho honor de su marido. El 16 de marzo de 1914 a las seis en punto de la tarde, la esposa del ministro Joseph Caillaux entró en el despacho del periodista, sacó una pequeña pistola de la manga de su abrigo y le disparó cinco tiros. Murió en el acto, pero Henriette se libró de la cárcel gracias a la sorprendente defensa que ideó su abogado.
El móvil
Gaston Calmette llevaba meses publicando en su diario correspondencia íntima del marido de Henriette en la que se demostraba su cohecho, prevaricación y su falsedad: presionó a unos jueces para que no dictaran sentencia contra un delincuente, se apropiaba de dinero ilícitamente para sus campañas y obstaculizaba en privado una ley que defendía en público. Pero no era ninguna de estas informaciones las que temía Henriette. Fue la publicación de una carta tres días antes lo que llenó de ira a la mujer. Se trataba de una nota de amor escrita 13 años antes que el político dedicaba a su amante en aquel momento: la propia Henriette, que después acabaría convirtiéndose en su esposa. La mujer no pudo soportar semejante revelación en el París conservador de principios del siglo pasado. Cuando los gendarmes llegaron para detenerla les espetó: “No me toquéis. Soy una dama. Iré a comisaría en mi coche, que me espera a la entrada. Uno de vosotros puede ir sentado en el asiento del copiloto”.
La asesina
Henriette Raynouard era su nombre de soltera. Hija de una familia burguesa asentada a las afueras de París, salió de su casa a los 19 años para trasladarse directamente a la de su primer marido, un hombre de letras 12 años mayor que ella. Tuvieron dos hijos, y el matrimonio se rompió 14 años después, cuando ya había comenzado su relación con el ministro, que también estaba casado. Según se explica en el libro The Trial of Madame Caillaux, de Edward Berenson, declaró en el juicio que con Joseph Caillaux encontró “la más completa felicidad”. Ya como matrimonio, acumularon herencias de sus familias por valor de más de un millón y medio de francos. Una cifra impresionante para aquella época. Se convirtieron en una de las familias más ricas de París.
El juicio
El proceso comenzó el 20 de julio de 1914. Generó una expectación asombrosa en la sociedad, ya que el sistema legal francés permitía que los periodistas accedieran sin restricciones. Fue un auténtico espectáculo que tuvo lugar una semana antes de que Francia entrara en guerra. En él se cuestionó la intencionalidad del director de Le Figaro al publicar esas cartas, en las que incluía correspondencia con su primera mujer, las peligrosas relaciones del Gobierno francés e incluso se presentó como testigo a la exesposa del ministro, acusada de ser la que había vendido a los medios esa correspondencia íntima. Pero la que más páginas ocupaba era Henriette, cuyo testimonio se alargó durante varias horas. “Qué puede enloquecer más a una mujer que ver publicadas las cartas de amor de su marido a su primera esposa”, argumentó el abogado defensor.
La defensa
Fernand Labori, un reputado penalista, fue el encargado de defender a la homicida. Anteriormente había representado a Émile Zola y
a Alfred Dreyfus. La acusada tuvo que admitir que había disparado, así que su única defensa posible era la de alegar que no era responsable de sus emociones, que como mujer que era, se vio superada por sus pasiones. Así, el abogado trazó el retrato romántico de una enamorada que perdió el sentido, pero también llamó al estrado a peritos que aseguraron que una fémina es más proclive a este tipo de ataques de locura incontenible y que una mujer es incapaz de responder de sus actos en esos momentos. El libro de Berenson recoge que de los 31 juicios por asesinato entre 1881 y 1910 en las que las acusadas fueron mujeres, se consideraron todos “crímenes pasionales”.
El veredicto
“Fue víctima de la desenfrenada pasión femenina”, adujo su abogado. Este argumento bastó para un jurado compuesto en su totalidad por hombres, que tardó una hora en decidir la absolución de Henriette. El veredicto recoge que Henriette actuó sin premeditación ni intención criminal. Henriette murió casi 30 años más tarde, en su casa, sin arrepentirse jamás del crimen. Así fue como un argumento machista libró de la cárcel a una mujer supuestamente enloquecida por amor.
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