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Las huellas dactilares estaban en el pie y otros secretos de la Policía Científica

La inspectora jefe Marisol Conde desvela el trabajo de los especialistas con motivo de una exposición en Alicante que celebra los 25 años de autonomía del cuerpo

Rafa Burgos
La inspectora jefe Marisol Conde en la exposición sobre los 25 años de la Policía Científica en Alicante.
La inspectora jefe Marisol Conde en la exposición sobre los 25 años de la Policía Científica en Alicante. Pepe Olivares

Tras más de 35 años en el Cuerpo Nacional de Policía, la inspectora jefe Marisol Conde (León, 1962) no parece estar cómoda fuera del estricto desempeño de sus funciones. A la jefa de la Brigada Provincial de la Policía Científica de Alicante, que combatió el terrorismo en el País Vasco en los años de plomo y se enfrenta cada día al escenario de un crimen, le toca ser la anfitriona de la inauguración de una exposición que celebra los 25 años de la creación de la Comisaría General de este departamento en España, cuando se independizó de la Policía Judicial. Toca recibir a los cargos policiales, de la Guardia Civil, militares y civiles que han venido desde todo el país. Y atender a EL PAÍS. “Prefiero hacer la entrevista de pie”, propone, “así es como imparto mis clases y charlas, me aclaro mejor, estoy más acostumbrada”.

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El recorrido por la exposición es un viaje en el tiempo en el que se contempla cómo han avanzado los métodos de investigación desde la medición de cráneos, los maletines de madera y las cámaras fotográficas con fuelle hasta la actualidad, en la que los agentes tienen a su disposición drones, equipos informáticos y lectores de chip que no precisan conocer las claves de acceso a un móvil o un ordenador. Pero “las técnicas más importantes, las que más han avanzado en los últimos tiempos y las que ayudan a esclarecer la mayor parte de los delitos” son las que cualquiera podría adivinar, “la identificación por medio de huellas dactilares y el análisis de ADN”, asegura Conde. La muestra, inaugurada esta semana en el Auditorio de la Diputación de Alicante (ADDA), recalará también por Granada, Zaragoza, Valladolid, A Coruña y Madrid.

Conde defiende una rama del organigrama policial que entró en funcionamiento en 1911, pero que no obtuvo autonomía propia hasta 1994, cuando se convirtió en uno de los cinco ejes del cuerpo. “Fue un gran triunfo, supuso poner en valor el trabajo de la Policía Científica”, recuerda. Cada día, la brigada se enfrenta a escenarios de un delito que “siempre son nuevos”. Siempre distintos. Una variación casi infinita de elementos similares que obliga a afrontar el trabajo “con unos protocolos de actuación metódicos y un buen planteamiento para saber qué estás buscando”. “Los procesos, además”, continúa, “requieren estudios de analistas y especialistas que garanticen la calidad de la investigación”. En crímenes, en accidentes, en incendios.

El oficio obliga a montar un puzle permanentemente. A resolver los enigmas que plantean los delincuentes. Y no siempre basta con recoger pruebas. En una ocasión, Conde participó en la detención en Alicante de un ciudadano del Este de Europa al que se le consideraba integrante de un grupo criminal. “Sin embargo, sus huellas dactilares no aparecían en el registro” por el que pasan todos los delincuentes, explica. No se le pudo identificar. “Nos extrañó a todos”, cuenta, “hasta que a un compañero se le ocurrió pedir que el arrestado mostrara los pies”. Entonces pudieron comprobar que se había trasplantado la epidermis de los dedos de las manos a los de los pies, y viceversa. “Le tomamos las huellas de los dedos de los pies y, efectivamente, comprobamos que tenía antecedentes”.

Marisol Conde, en la exposición en Alicante.
Marisol Conde, en la exposición en Alicante.Pepe Olivares
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En otras ocasiones, hay que recurrir a la abstracción espacial para dilucidar lo que la inspectora jefe llama “homicidios bonitos de trabajar”. “En una ocasión, acudimos a investigar la muerte de una persona en su domicilio”, rememora. No había ninguna puerta forzada, “los autores habían descendido desde la azotea a la terraza”. Y, tras la inspección ocular, los agentes se vieron incapaces de encontrar el posible móvil del crimen. Como si simplemente hubieran entrado, matado y salido. “En la habitación de la víctima estaba todo revuelto, pero daba la impresión de que faltaba algo”. Finalmente, lo descubrieron. Los cajones de una mesilla de noche estaban desperdigados por el cuarto, pero faltaba la estructura del mueble. El tablero con las patas y el hueco de la cajonera. Eso les llevó a buscar restos biológicos en los cajones y, al final, pudieron identificar a los autores, que habían robado solo esa pieza porque “se suponía que escondía un tesoro”. Ese era el móvil.

En la Brigada de la Policía Científica, hay casos de gran relevancia mediática, como el crimen de Mari Carmen Martínez, la viuda del expresidente de Caja Mediterráneo (CAM) Vicente Sala, en el que Conde ha liderado la investigación pericial y del que no puede hablar, porque sigue su curso judicial. “Es otro caso más. Para nosotros, todos los homicidios son iguales. Aplicamos el mismo trabajo metódico en todos los casos. No somos nosotros quienes les damos relevancia o les ponemos un nombre”, asevera. También los hay divertidos, como el del ladrón que quedó atrapado entre una pared y una cristalera en el mismo escenario del robo. “Estaba agobiado, el pobre, allí encerrado”, indica Conde. Y otros muy dolorosos. “Muchas veces nos encontramos con cadáveres descompuestos de personas que vivían solas y que resultan dificilísimos de identificar. Una vez encontramos a una mujer dentro del canapé de una cama”.

Y luego están los casos terribles. A veces, los agentes se topan “con escenarios de la muerte violenta de niños o con casos en los que hay tres víctimas rodeadas de evidentes vestigios de violencia”. La experiencia hace callo, la sangre y los cadáveres acaban por parecerse unos a otros, advierte la jefa de la Policía Científica alicantina. Se aprende a adquirir una perspectiva científica y policial, tan aséptica como la de un médico forense o un redactor de sucesos. Pero “algunos casos se llevan a casa. Entonces, a veces, no duermes. Tratas de reconstruir tu trabajo, en razonarlo, das vueltas y vueltas para que no se te olvide nada”, confiesa. Esclarecer el crimen se convierte en una obsesión.

Es su trabajo, su obligación. Lo que eligió una niña a la que le gustaba “escuchar una sirena de policía”. “Siempre me preguntaba qué pasaba y que podría pasar más adelante”. Entonces, enfocó sus esfuerzos hacia esa atracción y estudió Criminología. Lo suyo fue vocacional, no genético. Nadie en su familia había vestido ningún uniforme policial. Cuando ingresó en el cuerpo, apenas había mujeres. En abril de 1983, aprobó una oposición como inspectora “en la que había seis puestos para mujeres y 200 para hombres”. “Cuando entré, éramos muy pocas”, declara. “Desempeñábamos multitud de cometidos, pero nuestros compañeros, sin mala intención, mostraban algo de paternalismo y protección. También nos dimos cuenta de que a los hombres se les supone capaces de cualquier empeño policial, mientras que las mujeres teníamos que demostrarlo”. Conde subraya que la situación ha cambiado. “Ahora ya no es así. Solo es cuestión de que te den las mismas oportunidades que a los hombres. Yo, como jefa, no busco hombres ni mujeres, sino personas competentes con el trabajo que deben realizar”, sentencia.

Dentro del Cuerpo Nacional de Policía, hay un 14% de personal femenino. En la brigada Científica, el porcentaje aumenta hasta algo más del 40%. “Supongo que será por algo relacionado con la constancia, el método, el orden, Las mujeres además somos súper responsables y muy constantes”. A su juicio, no es una cuestión de que los hombres prefieran más acción policial. “En la Científica te enfrentas a muchas situaciones desagradables, como el homicidio de un niño”, razona. Sigue siendo una cuestión empática, no física. “Bueno, a veces investigamos asaltos a naves industriales y a las chicas hay que frenarlas para que no se suban a lugares peligrosos”. Y la agente del caso de la viuda negra de Alicante, que en agosto del año pasado descubrió un homicidio en el momento en que se estaba produciendo e intervino para detener a los dos agresores, “era una compañera de la brigada científica”.

Concede además Conde que su trabajo despierta gran curiosidad en su entorno. “Mi marido ya ni me pregunta”, consciente de que no puede contar nada de las investigaciones que ella encabeza, “pero los amigos sí muestran más curiosidad por los detalles de los crímenes”. Es el estigma de series televisivas como CSI. “Sí, nos encontramos con mucho presunto investigador en los escenarios del crimen”, bromea. “Creen ver o exigen que veamos cosas que no están en nuestras manos. Te señalan un cojín y hay que explicares que en un cojín no se imprimen las huellas dactilares”. Además, “la unidad de tiempo policial es diferente de la de las películas, ningún caso se resuelve en un capítulo de una hora”. La parte buena es que los ciudadanos aficionados a estas ficciones “han aprendido a tomar medidas de protección y saben que en un escenario no deben tocar nada”.

Con todo, su labor actual supuso un cambio “gratificante” cuando llegó a su cargo actual en 2008, tras el ascenso en el que adquirió los galones de inspectora jefe. Antes, entre 1985 y 1995, había estado destinada a la lucha antiterrorista en Guipúzcoa, cometido con el que siguió durante trece años tras su traslado a Alicante. “Son otras épocas, otras edades, otras experiencias”, declara. “Probablemente, ahora no lo vería igual que cuando tenía 20 o 30 años. La dificultad y el peligro de entonces se han diluido un poco. Con el tiempo, todos tendemos a suavizar las circunstancias adversas”. Pasó “años durísimos”. Pero insiste en que “todas esas vivencias te fortalecen, igual que se fortalecen las relaciones personales que estableciste entonces”.

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