La prodigiosa vuelta a la vida de El Acebuchal, una aldea desalojada por la Guardia Civil en 1948
El pueblo malagueño ha sido restaurado y se ha convertido en un núcleo turístico después de varias décadas en ruinas
En los años 40, la aldea de El Acebuchal (Málaga), vivía una situación excepcional. Prácticamente cada familia tenía bancales para cultivar un huerto y la posibilidad de tener ganado libre en la montaña, de donde también se obtenía madera o carbón. El agua bajaba permanentemente por un barranco a pie de las casas. Nadie era rico, pero podía comer todos los días, un privilegio en plena posguerra. Pero la situación empezó a torcerse por los enfrentamientos entre los maquis y la Guardia Civil. La localidad estaba entre dos fuegos: el cuartel de Frigiliana y los rebeldes escondidos en las montañas de la comarca de La Axarquía, muchos de ellos pertenecientes a la Agrupación Roberto, nombre popular de la Novena Agrupación Guerrillera republicana. Hubo secuestros y amenazas. El instituto armado se cansó y decidió desalojar el lugar en agosto de 1948. Con el paso de los años el lugar quedó abandonado y en ruinas: muchos se llevaron consigo puertas, vigas, tejas y todo lo que les sirviera para construirse un nuevo hogar.
El Acebuchal aparece ya en las crónicas que relatan las revueltas moriscas del siglo XVI. A cinco kilómetros de Frigiliana y a trece de Cómpeta, fue siempre lugar de paso para los arrieros entre las provincias de Málaga y Granada. Hoy se puede llegar en coche, pero hay que sortear muchas curvas y circular por un tramo final de 1.700 metros de tierra y baches entre un denso pinar por el que corretean las ardillas. Sin embargo, hoy solo es una casa la que parece querer dar fe de que aquella historia de abandono es real. El resto ofrece su mejor versión: blancas fachadas repletas de macetas y coloridas puertas de madera que dan a callejuelas empedradas. El humo sale de las chimeneas y cada fin de semana decenas de personas se acerca para comer en alguno de sus dos restaurantes o dormir en sus alojamientos turísticos.
“Esto es un paraíso, pero hasta hace poco no lo era tanto”, recuerda Antonio García, que ejerce de cocinero en el bar El Acebuchal. Su familia sufrió las consecuencias de aquella relación entre la Guardia Civil y quienes se oponían al régimen franquista. “Mi abuelo tenía un hermano escondido en la sierra y le dijeron que, si no aparecía, lo acabaría pagando”, relata. Se llamaba como él, Antonio García, y acabó fusilado junto a otros dos vecinos de Frigiliana a manos de un destacamento de Regulares desplazado hasta el pueblo para contener a la guerrilla. El caso se relata en el libro Historia de los maquis: entre dos fuegos (Almuzara, 2008), obra del británico David Baird. Aquel incidente dejó al pueblo “conmocionado e indignado”, subraya el escritor.
García descubrió esa historia y la de sus raíces familiares gracias a las visitas que hacía periódicamente cada año junto a sus padres, Antonio García y Virtudes Sánchez. Ella siempre tuvo el anhelo de recomponer las piezas de la aldea en la que también nació su padre. Le gustaba pasear por las ruinas, pero nunca encontraba el momento de revivir el caserío. Su hijo sí lo hizo en el año 1998. Con 20 años, adquirió por millón y medio de las antiguas pesetas (15.000 euros) dos viejos inmuebles y unos 4.000 metros cuadrado de terreno. No había luz ni agua, pero con ayuda de la familia empezó lentamente a reconstruirlas. Antonio García padre —conocido popularmente en la zona como El Zumbo— sufragó cinco años después dos kilómetros de tuberías para llevar agua y un enganche de luz. “No fue nada fácil, ni barato. Costó una pila de billetes”, rememora. Su hijo concreta la cifra: 60.000 euros. “Nos llamaban locos”, asegura mientras recuerda las caras de incredulidad de quienes pasaban por allí.
PROGRAMA DE RTVE SOBRE EL ACEBUCHAL
Sin embargo, con el tiempo, otras familias de Frigiliana siguieron el ejemplo. Quienes tenían raíces en El Acebuchal restauraron viejas casas familiares. Otros adquirieron las que había disponibles. Y todos siguieron una arquitectura común que respetara la tradición. 20 años después de la primera piedra, hoy hay 34 viviendas rehabilitadas, de las que 14 son propiedad de la familia García Sánchez, que las alquila a turistas. También una pequeña capilla consagrada a San Antonio donde se han celebrado cuatro bodas y dos bautizos.
Permanentemente solo viven allí 10 personas: los cuatro miembros de una familia británica que prefiere pasar desapercibida, un jubilado de origen danés y una familia belga con dos hijos, que regenta desde el pasado verano un pequeño hotel con cuatro habitaciones llamado The lost village. También Rafael Guerrero, un gaditano que hace algo más de un año decidió abrir un coqueto restaurante. “Es un lugar maravilloso y con mucha historia”, dice mientras subraya que la casa en la que reside fue levantada originalmente hace casi tres siglos. “También es muy tranquilo”, subraya.
El silencio solo lo rompen los visitantes que se acercan hasta la aldea para comer o pasar algunos días en las casas de alquiler. La mayoría son extranjeros, especialmente holandeses, franceses, alemanes y británicos. “Los españoles solo vienen los fines de semana”, explica Antonio García hijo, que cree que los foráneos valoran mucho más la historia de España y la posibilidad de conocer a fondo lugares como El Acebuchal. Quizás por eso una de las mejores formas de conocer el origen de la aldea es gracias a las palabras del escritor británico David Baird, así como los documentos (fotografías, fichas de la Guardia Civil, panfletos, notas manuscritas y recortes de prensa) que incluye su libro. Una perfecta ayuda para entender lo que ocurrió justo antes del desalojo de este, hoy, pequeño paraíso alejado de la presión urbanística de la Costa del Sol.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.