Malestar entre los diplomáticos por el cese prematuro de embajadores
La asociación profesional de la carrera ve "preocupante" que se cambie a los jefes de misión porque cambie el Gobierno
“¿Somos embajadores del Reino de España o del Gobierno de turno?”, se pregunta uno de los afectados. El relevo de una docena de embajadores que llevaban un año o año y medio en el puesto, cuando lo normal son tres o cuatro años, ha provocado malestar en el Ministerio de Exteriores. El fenómeno, que se ha vuelto crónico y se repite en España cada vez que cambia el partido en el Gobierno, es “preocupante” para Javier García-Larrache, presidente de la Asociación de Diplomáticos Españoles (ADE), que agrupa al 70% de los diplomáticos.
El pasado miércoles, el ministro de Exteriores, Josep Borrell, quiso salir al paso de las quejas con un artículo en Abc en el que admitía que “todos los cambios de embajadores pueden ser objeto de críticas [...], pero estas se deben basar en datos ciertos”.
En una cosa tenía razón Borrell: el nuevo Gobierno ha sido muy generoso con el anterior equipo de Exteriores. El ministro saliente, Alfonso Dastis, ha sido nombrado embajador en Roma y todos sus secretarios de Estado han obtenido embajadas de primer nivel: Ildefonso Castro (Irlanda), Fernando García Casas (Brasil), Jorge Toledo (Japón). La anterior subsecretaria, Beatriz Larrotcha, irá a Bélgica; y su esposo, el asesor internacional de Rajoy en La Moncloa, Bernardo de Sicart, a Luxemburgo.
Menos fortuna ha tenido el equipo del exministro García-Margallo. Sus principales colaboradores han sido descabalgados de las embajadas en las que habían aterrizado, en algunos casos hace pocos meses: Jesús Gracia (Italia), Ignacio Ybáñez (Rusia), Juan José Buitrago (Cuba). El exsubsecretario, Cristóbal González-Aller, que seguirá en Ginebra, es una excepción.
En los pasillos de Exteriores hay quien ve detrás de estos ceses una vendetta por los vetos que en su día aplicó Margallo (por ejemplo, al nuevo secretario de Estado para Iberoamérica, Juan Pablo de Laiglesia), pero otros relevos ni siquiera pueden explicarse en esta clave, como el del representante ante la OTAN, Nicolás Pascual de la Parte, o el de la embajadora en Alemania, María Victoria Morera, aunque este último se habría frenado, según fuentes de Exteriores.
Borrell esgrime que no se ha cambiado a los titulares de algunas de las embajadas más importantes, como Francia, Reino Unido o la Representación Permanente ante la UE, pero eso no hace sino complicar la explicación: ¿acaso los que han sido relevados lo estaban haciendo mal y los confirmados no? ¿Es que se mantendrá la política con Francia y la UE pero no con la OTAN?
Todas las fuentes consultadas admiten que hay casos y casos. El relevo de los embajadores políticos, los exministros Pedro Morenés y José Ignacio Wert, se daba por descontado, pese a los elogios del ministro al primero por su réplica al presidente catalán Quim Torra.
Lo mismo sucede con los embajadores que son políticos aunque pertenezcan a la carrera diplomática, como el exjefe de Gabinete de Rajoy Jorge Moragas, destituido en la ONU pero premiado con la muy remota embajada en Filipinas. Aunque de menor relevancia, hay otros diplomáticos que se han identificado públicamente con el PP: es el caso de Fernando Villalonga, que fue consejero valenciano con Zaplana y edil madrileño con Ana Botella; Alberto Carnero, exdirector del Área de Internacional de la fundación FAES; o Eduardo Gutiérrez Sáenz de Buruaga, exdirector de la Fundación Iberoamericana del PP. Los tres han sido sustituidos como embajadores en Brasil, China y Portugal, respectivamente.
Una Embajada a tan solo 150 kilómetros de casa
La designación de personas ajenas a la carrera diplomática al frente de algunas embajadas existe en la mayoría de los países y se justifica por la agenda y la experiencia que un político puede aportar a las relaciones diplomáticas. En muchos casos, sin embargo, se trata solo de dar una salida a políticos que dejan la primera línea. Rajoy, por ejemplo, premiócon embajadas a tres exministros: Federico Trillo (Londres), José Ignacio Wert (OCDE) y Pedro Morenés (Washington).
También Pedro Sánchez ha puesto a tres políticos al frente de embajadas. Lo sorprendente es que una de ellas, Andorra, carece de peso político y parece elegida solo para que el hasta ahora alcalde de Lleida, Angel Ros, pueda dejar el cargo sin moverse más de 150 kilómetros de su casa.
Los dos nuevos embajadores ante la OCDE, Manuel Escudero, y la UNESCO, Juan Andrés Perelló, son miembros de la Ejecutiva del PSOE y dirigirán unas representaciones que tienen un perfil más técnico que político. Y ello a pesar de que el antecesor de Escudero fue Wert, quien desembarcó en la sede de la OCDE con su cónyuge.
Estos cambios se entienden, pero hay otros en los cuales ni siquiera sus compañeros de promoción son capaces de decir quién es más o menos de derechas: el sustituto o el sustituido.
Debería dar lo mismo, pues los embajadores, como servidores del Estado, están obligados a seguir las directrices del Gobierno, aunque no las compartan. “Los ahora nombrados han quedado señalados como próximos al PSOE y los destituidos como afines al PP”, advierte un diplomático que no pertenece a ninguno de los dos grupos. “Si el PP vuelve al poder, purgará a los que hoy están en alza y rehabilitará a los caídos en desgracia, en una espiral sin fin”, agrega.
No es la primera vez que esto sucede. Cuando Rajoy llegó al poder, relevó a numerosos embajadores recién nombrados con el argumento de que el PSOE había aprovechado para colocarlos en el último año, cuando ya intuía que perdería las elecciones.
Salvo excepciones, en la mayoría de países occidentales son los embajadores políticos, no los profesionales, los que cambian cuando lo hace el Gobierno. El representante de Italia en España es Stefanno Sannino: nombrado en 2016 por el Gobierno de izquierdas de Renzi, sigue en su puesto con un Gabinete populista. No pasa lo mismo con el embajador español en Italia.
García-Larrache, presidente de la ADE, advierte de que “cuando se cambia a un embajador con poco tiempo en el cargo se da al exterior el mensaje de falta de política de Estado y debilidad institucional, se arrojan dudas injustas sobre su capacidad y se pone en cuestión su imparcialidad y objetividad en el servicio a los intereses generales”.
La situación puede llegar a ser surrealista si, tras las próximas elecciones generales, incluso aunque se agote la legislatura, el nuevo Gobierno opta por cambiar a los embajadores recién nombrados y en capitales como Roma se suceden tres representantes de España en menos de cuatro años.
Borrell ha puesto a una diplomática, María Clara Girbau, al frente de la comisión encargada de elaborar un nuevo reglamento de la carrera diplomática (el que aprobó Margallo fue anulado por los tribunales) y se ha comprometido a poner en marcha un sistema objetivo de evaluación de méritos y capacidades para asignar los destinos.
La ADE confía en que el nuevo ministro cumpla su promesa y se ponga fin a este “ciclo pendular" de recompensas y castigos.
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