El obediente que logró mandar más que nadie
Rajoy llegó porque Aznar pensó que nunca le haría sombra. Pero en 14 años ha forjado otro PP a su imagen
Le costó casi cinco años quitarse la etiqueta de marioneta de José María Aznar. El tiempo que transcurre entre el momento en el que lo eligió como sucesor frente al candidato natural, Rodrigo Rato, en septiembre de 2003, y ese congreso de Valencia de junio de 2008 en el que Aznar lo saludó displicente delante de los 3.000 delegados. Ahí ya sabía que el cónclave se había organizado para romper con el aznarismo e inaugurar el marianismo.
En 2003, Rajoy logró ser el elegido frente a Rato sobre todo porque Aznar, que se iba pero no quería dejarlo del todo, creyó que era el más fácil de controlar. La fama de obediente de Rajoy, de hombre que jamás se había enfrentado a sus superiores, terminó de convencer a Aznar de que era el adecuado.
Todavía hoy sigue arrepintiéndose, porque desde ese 20 de junio de 2008, Rajoy no ha hecho otra cosa más que trabajar para desaznarizar al PP. Hasta el último minuto de su mandato, el líder del partido ha querido mostrar que es lo contrario que su antecesor. Llegó de otra manera, gobernó diferente, y se va de una forma opuesta. Sin dedazo ni tutelas. Al menos eso dice.
“Esto que voy a decir es muy importante”, les explicó a los suyos para dejar claro lo que todos en su entorno saben: que pocas cosas le han amargado más que la sombra permanente de Aznar con sus lecciones morales de cómo debería comportarse su heredero. “¿Aspira el PP realmente a ganar las elecciones? ¿Dónde está el PP?”, le llegó a preguntar delante de sus narices en una convención de 2015, ya con Rajoy en el Gobierno.
Poco a poco, a su estilo, sin contestarle directamente, Rajoy fue construyendo durante sus larguísimos 14 años al frente del PP un partido a su imagen y semejanza, en el que solo había una norma absoluta: el que va contra el presidente acaba antes o después fulminado. En la última etapa incluso se deshizo de todos los ministros que tenían algún perfil político, hasta lograr su gran sueño: no había ni una sola nota estridente, en el partido ni en el Gobierno. Claro que al final casi no había música, bromean otros.
Todo, incluso la constante reivindicación de su “independencia”, era en Rajoy un negativo de Aznar, al que él ve como un lobbista que usa sus contactos como expresidente para hacer fortuna. Los suyos insisten en que lo más importante para Rajoy era que nadie, ni Aznar ni ningún poder económico, pudiera influir en sus decisiones. Y creen que lo ha logrado.
Los más cercanos dicen que Rajoy, desde que se reinventó en 2008, ha logrado centrar al PP de Aznar, que según los marianistas se había ido tan a la derecha que era inviable electoralmente. “Algunos dicen que ha desideologizado el PP; yo creo que lo ha moderado. Veníamos de una posición muy extrema”, explica uno de ellos.
En realidad, apenas quedan críticos en posiciones de relevancia, porque en 14 años se han renovado varias veces todos los puestos de dirección, todas las listas de diputados, senadores, eurodiputados, los alcaldes, los barones. Y todos eran marianistas o se hicieron, antes o después, por puro espíritu de supervivencia. El último foco crítico, el de Madrid, dirigido por Esperanza Aguirre, implosionó devorado por la corrupción de sus lugartenientes.
Los pocos escépticos que quedan le reprochan que ha dejado un partido paralizado, donde no hay ningún tipo de discusión ideológica. Nadie habla en las reuniones internas salvo para alabar al líder. “No hay política, ha logrado la paz de los cementerios”, le recrimina uno de ellos.
La mayoría de los dirigentes hablan de él con cariño incluso cuando comentan sus errores. El gran drama, su gran fallo, para muchos, es que si Aznar logró reunir a toda la derecha, la gran clave del éxito del PP en los noventa, Rajoy ha permitido el crecimiento de Ciudadanos, el gran rival. Y eso quedará como gran debe en el análisis de su legado en estos 14 años.
Todo lleva inevitablemente a la comparación con Aznar. Rajoy es internamente un líder mucho más querido, pero los pocos aznaristas que quedan recuerdan que en 2003 le entregó un partido mucho mejor del que él deja a su sucesor. Los marianistas reivindican, por el contrario, que Rajoy logró superar la peor crisis de la historia reciente de Europa y aún así ganó las elecciones, al contrario que otros dirigentes europeos.
La comparación con Aznar sigue, pero para Rajoy acabó la noche electoral de 2011. Y como siempre en la vida de este hombre fanático del deporte y obsesionado por los récords, fue una cifra la que terminó con todo: 186. Son los diputados que sacó en 2011. Tres más que el récord de Aznar en 2000. Rajoy logró llevar al PP a lo más alto de su historia: 11 de las 17 autonomías, casi todas las capitales de provincia, mayoría absoluta en las dos Cámaras. Casi todos los españoles lo leyeron como un giro a la derecha. Rajoy lo miró sobre todo como la revancha definitiva frente a Aznar y la posibilidad de pasar a la historia como el líder más importante de la derecha española.
Por eso es tan duro para él acabar de esta forma, explican sus fieles, que lloraban ayer en su despedida. Ya no es el gran líder que llevó a la derecha a sus cotas más altas de poder. Ahora es el único presidente de la historia española que cayó por una moción de censura desencadenada por un escándalo de corrupción.
Rajoy siempre pensó en un final mucho más amable. Aunque ayer se guardó un último y pequeño placer: anunció su dimisión unas horas antes de que Aznar hablara, y se evitó tener que escuchar sus últimas lecciones.
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