La casa de los espíritus de Podemos
Casi nadie sabía nada de la compra de Iglesias y Montero. En el partido hay hastío por tener que ajustar a cada poco el discurso a los actos de sus líderes
Un antiguo miembro del entorno de poder de Pablo Iglesias, el líder de Podemos, descuelga el teléfono el viernes noche tras varias llamadas, y solo para decir que no va a decir nada. A su manera. “Prefiero no salir. Nos tuvo que parecer bien que Pablo hiciese número dos a su pareja después de criticar esas cosas en los demás; ahora nos tiene que parecer bien un chalé con piscina de más de 600.000 euros, casi de pobres si atendemos a las explicaciones de Monedero, y ya solo falta que Pablo acabe viendo que le interesa pagar menos impuestos, suprimir el impuesto de sucesiones y lo pillen votando al PP. Entonces tendremos que decir que el sistema está montado así, y que no hay más remedio, y que Pablo siempre bien. En fin: el mejor favor que le podemos hacer es no hablar de esto”.
No se dice nada en público y muy poco en privado, si bien suficiente para detectar el malestar o, en su defecto, la sorna. En la carrera de Vistalegre 2, durante el enfrentamiento entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, el primero dejó caer en varios programas que Errejón empezaba a vestirse como la casta, apuntando a sus americanas. Lo corroboró en La Sexta, ante la periodista Ana Pastor: dijo que vacilaba a Errejón por el cambio que había pegado en los últimos años y recordó que la transversalidad que defendía su rival interno no pasaba “por parecerse a otros partidos ni vestirse como ellos”. Entonces Monedero, que hoy niega que un chalé cambie nada de Pablo Iglesias, decía que la ropa de los diputados “puede ser muy reveladora”.
Casi nadie dentro del partido sabía nada de la casa que Irene Montero y Pablo Iglesias han comprado en Galapagar. De hecho, la primera reacción fue de cachondeo al comprobar que la noticia la daba Eduardo Inda. Solo cuando alguien del círculo más estrecho de Iglesias confirmó que la noticia es verdad y que había que saber reaccionar, los empleados del partido se llevaron las manos a la cabeza. Porque muchos de ellos se han metido en Podemos para combatir una casta encarnada en símbolos como el que sus jefes acababan de comprar. Símbolos que Iglesias demonizó durante años, y de los que se encargó de distanciarse varias veces diciendo que prefería Vallecas a La Moncloa o abriendo al programa de Ana Rosa un piso oscuro y pequeño que había sido de su tía abuela, seguía amueblado como entonces y en el que ya ni siquiera estaba viviendo habitualmente.
Sí era conocido en su entorno que llevaban tiempo rastreando el mercado para dar con un hogar. Y que ese hogar sería mejor una casa que un piso, y alejado de Madrid. Porque a Ios dos les gusta la naturaleza y, sobre todo, porque la presión de los medios sobre ellos es enorme y tienen miedo de que eso afecte a los niños; no quieren que crezcan rodeados de cámaras y tienen pavor a que sean utilizados en la batalla política. “Irene y Pablo saben que contra ellos vale todo, que hay una guerra sucia”, insistían en el partido horas antes de la rueda de prensa de Montero e Iglesias en la que anunciaron una votación sobre su continuidad. La consulta es apoyada por Juan Carlos Monedero: “Quienes apoyen el cambio tienen que asumir más decisiones, tienen que hacer suyo todo lo que está pasando (...) La gente tiene que comprometerse un poco más”. El fundador de Podemos es la voz más combativa del partido en defensa de sus líderes: "Nos quieren matar civilmente desde hace cuatro años. Inventándose delitos, poniéndonos querellas, forzando a periodistas a inventar noticias, intentando que nos echen de nuestros trabajos, asediándonos con periodistas mercenarios. Siento asco. Lo que se hace con Podemos no se hace con ningún partido, y eso está pudriendo la convivencia democrática".
“Esta vez preferí no escribirle a Pablo. Tampoco él me dijo nada de la casa, prácticamente a nadie. Y no sé qué decirle sobre este asunto, la verdad”, dice un próximo a Iglesias que confirma que la poca gente que sí sabía de sus intenciones, desaconsejó a la pareja la compra. Las últimas palabras corren entre varios trabajadores del partido, diputados y consejeros del líder. Si lo defienden, lo estropean más. Señalan a la rueda de prensa de Irene Montero el viernes en el Congreso de los Diputados. Lo intentó con todas sus fuerzas, pero naufragó. Utilizó la retórica más mitinera ("mayordomos del poder") para no responder directamente a ninguna pregunta y aferrarse a un argumento: que Iglesias dijese que no se puede gobernar la política económica desde un ático de 600.000 euros y acabase comprando él una casa más cara, se justifica porque la casa de Iglesias y ella misma se va a utilizar para vivir ("emprender un proyecto familiar"). El ático al que se refería Iglesias era del ministro De Guindos. Y no es lo mismo, respondió Montero ante la insistencia de la periodista, que los ministros compren para especular que lo hagan para vivir. "¿Cómo sabe usted que el ministro compró para especular?". Montero hizo una pausa y dijo: "Yo no he dicho tal cosa". El silencio en la sala de prensa duró doce segundos. Doce segundos en los que Montero arruga la barbilla, mira al frente y a los lados. Impertérrita. No hay un carraspeo ni se escucha una mosca. Tras esos doce segundos, un silencio en el que cabe un país, se despide y se va.
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