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Cerrado por asalto

Una multitud histórica desbordó Pontevedra, física y emocionalmente, para reclamar la igualdad de mujeres y hombres

Concentración de mujeres este jueves en la Praza da Peregrina de Pontevedra.Foto: atlas | Vídeo: OSCAR CORRAL
Manuel Jabois

Barbie golpeada, Barbie encadenada a un carrito de bebé, Barbie prostituyéndose, Barbie encerrada en un zapato de tacón o dentro de una flor, Barbie haciendo las labores del hogar. Todas las Barbies en todas las mujeres, eso es lo que se puede ver en Pontevedra. Se trata de una exposición de las artistas Isabel Blanco, Irene Silva y Noemí Chantada que pone el foco sobre la muñeca más famosa de la historia para reconducir lo que proyecta: una chica ideal de la muerte cuyo destino es ponerse mona y estar siempre guapa para su Ken. La muestra se puede ver en el vestíbulo de la Diputación de Pontevedra, un lugar ayer vacío de mujeres como se encargó de enseñar en imágenes la presidenta de la institución, la socialista Carmela Silva: oficinas desalojadas, pero también despachos, incluido el de ella.

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Siguiendo la mecha que salía de ese palacio del siglo XIX, y que empezó temprano a salir de casas y comercios de Pontevedra, se llegaba a la plaza icónica de la ciudad, la del santuario de la virgen Peregrina, en donde recibía a la multitud la estatua del loro más célebre de España, el Ravachol, aquel que instalado en una farmacia insultaba al presidente del Gobierno, Montero Ríos, echándole al grito de “vete de aquí, larpeiro” mientras que a la escritora Emilia Pardo Bazán la llamaba “puta”, como llamaba puta a cualquier mujer a la que le oliese un poco de perfume. Pues bien, a ese Ravachol, al fin y al cabo un pobre animal que reproducía lo que escuchaba, le echaron al cuello la pañoleta morada del feminismo. De impenitente machista a aliado: a su manera, el loro no para de reflejar la época.

Así permanece Ravachol a estas horas de la tarde, envuelto en malva y testigo pasmado de una movilización que desbordó la ciudad —física y emocionalmente— de una forma irreparable. En primera línea de la concentración estaban extrabajadoras de Pontesa, la histórica fábrica de cerámica perteneciente al grupo Álvarez que cerró en 2001 y levantó a las mujeres en guerra.

Esa simbólica aparición de las trabajadoras que quemaron las calles por sus derechos no fue la única, ni la más emocionante. Hubo una generación invisible profesionalmente, una generación de mujeres que en su vida soñaron con ocupar la calle exigiendo poner en práctica unos derechos que tenían sobre el papel con la condición tácita de que no los ejerciesen en la vida. Mujeres como Rosa, a la que, dijo, se le ponía la piel de gallina porque estaba rodeada de estudiantes que nunca se permitirían los errores que tuvieron ellas: callar ante los malos tratos, callar ante el despido o la devaluación profesional a causa de un embarazo, callar y limpiar, callar y “gobernar” la casa. “Eu sempre digo que son gobernanta, que é como me chama o home”, dijo. Acabó llorando mientras se marchaba, en los soportales de la plaza da Ferrería, mientras se abrazaban a ella un par de chicas. “Con isto si que non contaba”, y no se sabía si se refería a este día histórico o a su propia emoción. En cualquier caso, dentro de las muchas cosas que se rompieron ya definitivamente, “la más importante es el silencio”, dijo Marta, estudiante de Relaciones Laborales, labios pintados de morado. “Esto va muy rápido, y más que tiene que ir”, dice a su lado Patri.

Se fue la gobernanta calle abajo en dirección a la plaza de Curros Enríquez. Algo que llevaba directamente al artículo que se pudo leer ayer en las ediciones de Diario de Pontevedra y El Progreso de Lugo, firmado por la periodista Marta Veiga y traducido aquí al castellano: “Que tu padre no sepa ni dónde tiene los calzoncillos, y que la que administre el dinero siempre sea tu madre, no se llama matriarcado, se llama dejación de funciones”. En el mismo artículo, Veiga espera que si se glamurizan las labores del hogar como se glamurizó la cocina y la costura, es decir si se hace un Masterchef de fregar váteres, ya se subirán los hombres al carro y podremos hablar de “señores da limpeza”.

El artículo triunfó en un bar de la plaza de la Verdura atendido solo por mujeres. Fue de mano en mano. “Non pechan?”. “Cando demos todas as comidas”. Y la cocinera, la mayor de todas, sentía no estar en la manifestación mientras contaba en la barra cómo hace años el mejor plato de comida, el primero de todos y el que mejor y más comida llevaba, se le ponía al hombre en cuanto este entraba en la casa. Comenzó entonces un recital de historias, algunas de ellas espeluznantes (una enfermera, años noventa: “Mientras le curaba las heridas le pregunté por qué no lo dejaba, o lo denunciaba, y me decía que a dónde iba a ir ella sin él, y me decía que yo había hecho bien estudiando, que había que saber tanto como ellos siempre”). Este 8-M, los días que le precedieron y los que le van a suceder, no inventa nada, no cuenta nada nuevo: señala lo que estaba ahí y nadie se atrevía a cambiar de sitio.

Una revolución histórica, como dicen al micrófono las organizadoras del acto (Colectivo Feminista de Pontevedra) que recuerdan que no están todas: faltan las asesinadas. Y las desaparecidas, la última de ellas Sonia Iglesias, a la que se sigue buscando en la ciudad, a ella y a los culpables de su desaparición.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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