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Nunca de amarillo

Desde que Molière murió, en 1673, vestido de este color, todo el mundo de la escena lo evita. ¿Cómo pudieron elegirlo para significar un movimiento que es sobre todo teatral?

Lluís Bassets
Un ciclista después de una protesta en Barcelona contra la aplicación del artículo 155 de la Constitución el pasado 21 de noviembre.
Un ciclista después de una protesta en Barcelona contra la aplicación del artículo 155 de la Constitución el pasado 21 de noviembre.JOSEP LAGO (AFP)

Nuevamente una mala decisión. Lo fue sustituir la señera para la estelada, bandera de todas las derrotas. También tomar caminos unilaterales en lugar de bilaterales o multilaterales, las prisas en lugar de la paciencia estratégica y las mayorías avaras en lugar de las calificadas. Ahora han cometido otro error al elegir el amarillo para la protesta contra el 155, contra los encarcelamientos y en favor de las candidaturas indepes.

Con la cantidad de actores movilizados en el proceso y la gran dosis de teatro que se ha hecho durante estos interminables cinco años, ¿cómo puede ser que nadie les haya dicho a los dirigentes que nunca hay que subir a un escenario vestido de amarillo y ni siquiera con un detalle de este color en el pecho? Desde que el gran Molière murió en el escenario vestido de amarillo el 17 de febrero de 1673 durante la representación de El enfermo imaginario, la gente de teatro rehúye el color amarillo, al menos cuando tiene que salir a actuar.

El Proceso, incluso cuando está en las últimas, sigue siempre la misma pauta. Lo que da valor a sus propuestas no es nada intrínseco sino la reacción del adversario, el Estado enemigo, el bloque del 155, el gobierno de Mariano Rajoy y los que le apoyan. Nada demuestra más claramente el vacío del proyecto que el infortunado desenlace del 27 de octubre, con una falsa proclamación de una inexistente república por parte de un gobierno primero silencioso y luego fugitivo. Todo teatro. La única ancla de salvación la proporcionó la reacción de la justicia, con los políticos presos, y de Rajoy, con el 155.

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Con el amarillo pasa lo mismo: una vez tomada la lamentable decisión de promocionar el color de la mala suerte para la campaña de los partidos independentistas, lo que sostiene su uso y entusiasma a los seguidores es su prohibición por las juntas electorales. Esta política reactiva es muy interesante para mantener la movilización y quemar las abundantes energías militantes, dedicadas ahora a buscar todo tipo de juegos y trucos de color amarillo para reírse de la prohibición. Ya que no hay hoja de ruta ni programa, dediquémonos al menos a embadurnarlo todo de amarillo en honor de presos y fugitivos.

La solidaridad está muy bien. No debe haber políticos presos aunque sean sospechosos de haber cometido delitos políticos horribles, como es cargarse el Estatuto y la Constitución, despeñar el Gobierno y el Parlamento por el camino de la ilegalidad y proclamar una república iliberal como proyecto y como procedimiento. Pero no puede haber objeción a que los ciudadanos expresen esa solidaridad exhibiendo signos comprensibles que significan su libertad, aunque yo particularmente nunca me pondría una señal amarilla encima, sobre todo si fuera amigo o familiar de un político preso, porque me parecería que estoy contribuyendo a que siguiera en prisión.

A los partidos independentistas, una vez cometido el error cromático, les va muy bien que la prohibición se extienda tanto como sea posible y se centre, sobre todo, en el color, para que el 21-D todo amarillee alrededor de las urnas. Será una escenificación notable, como todas las que han organizado los factótums del Proceso, que llenará de satisfacción a los participantes, aunque los resultados no les acompañen mucho o nada, como algunos ya empiezan a olerse. Seguro que lo atribuirán a las maniobras y maldades del Estado y del bloque del 155, pero en realidad será resultado de la elección errónea del color de la mala suerte cuando se sube a un escenario, y el proceso es el más colosal que hemos conocido en los últimos decenios.

Una nota final de aclaración. La junta electoral no prohíbe que los ciudadanos particulares embadurnen de amarillo lo que quieran e incluso que vistan de amarillo, como Molière al morir, el día de las elecciones. Lo que no gusta a los partidos no independentistas, y por eso recurren ante la junta electoral, es que se utilicen medios y presupuestos públicos, como son los edificios e instalaciones municipales, y sobre todo Catalunya Radio o TV3, para hacer campaña descarada a favor de los partidos independentistas. Buena parte de los protagonistas de estas manipulaciones son actores también ellos mismos, que se atreven a vestirse de amarillo sobre el escenario del Proceso y poner en peligro la existencia de los medios de comunicación públicos que les dan de comer. Todo muy extraño y de muy mal agüero.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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