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La cloaca de Madrid

El río es incapaz de diluir todos los residuos urbanos e industriales que le llegan desde sus afluentes

En Aranjuez el Jarama (que arrastra la contaminación de Madrid) se une al Tajo, que lleva tan poca agua que no logra diluir la suciedad. / FOTO Y VÍDEO PACO PUENTES

Hace unos años, los agricultores de Talavera de la Reina, en Toledo, tuvieron que usar agua del Tajo porque el Alberche, que es de donde siempre han bebido sus campos, venía muy seco y buena parte del caudal que llevaba había que reservarlo para el consumo de los madrileños. Aquella fue la única vez que la familia de Martín Corrochano ha dejado durante algún tiempo de consumir el agua de los pozos de sus tierras; olía y sabía muy mal, como a jabón, asegura este agricultor de 88 años. Está convencido de que la culpa fue de la suciedad del Tajo. “Por eso no queremos regar con ese agua; porque viene contaminada”, exclama frente al lugar donde la Confederación Hidrográfica del Tajo va a gastar algo más de 12 millones de euros para hacer una conexión permanente entre el río indeseado y sus campos. La idea es que solo tengan que utilizarla en época de gran escasez, pero lo cierto es que la reserva del Alberche para la Comunidad de Madrid deja muy poco margen para ellos.

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La Comunidad de Regantes del Canal Bajo del Alberche se declara oficialmente a favor de esas obras que proveerán sus campos “solo en situaciones de emergencia”, insiste su presidente Santiago Muñoz, que sustituye el calificativo de “contaminada” por el de “agua de peor de calidad”. Pueden regar con ella, dice, pero admite que no cualquier clase de cultivo, por ejemplo, no pueden utilizarla con verduras que entran en contacto directo con el líquido, como las lechugas o los tomates.

Según los propios documentos de la confederación, uno de los puntos más críticos de toda la cuenca, tanto por la cantidad como la calidad del agua, está a la altura del río a su paso por Talavera de la Reina, una ciudad que, con una tasa de paro de 34% en 2016, se manifestó hace dos semanas en una protesta masiva para reclamar las oportunidades que ya no les dan ni el campo ni la industria. Sin embargo, a pesar de que cristalicen allí con mayor violencia, los problemas de suciedad del Tajo empiezan mucho más arriba.

“El Tajo se ha convertido en una cloaca”, titulaba EL PAÍS una crónica en 1989. Casi 30 años después, los activistas siguen utilizando ese término –cloaca– para referirse al tramo que arranca aguas abajo de Aranjuez, cuando el mermado cauce del río que viene desde los embalses de Entrepeñas y Buendía se junta con el Jarama. La diferencia de tamaño hace dudar de cuál de los dos es el afluente y la diferencia de color hace sospechar de la calidad del agua procedente de la Comunidad de Madrid. “Aun cumpliendo la normativa, el volumen de residuos es tal [de la población, de la industria, de las granjas…] que la capacidad de depuración es insuficiente”, asegura la profesora de la Universidad de Castilla-La Mancha, Beatriz Larraz, una de las responsables del Grupo de Investigación del Tajo, un colectivo de académicos y ecologistas que promueven la recuperación del río.

Lo admite la memoria del plan hidrológico de cuenca de la confederación, que dice que la “concentración de población y actividades económicas en la Comunidad de Madrid y áreas limítrofes de Toledo y Guadalajara [...] da lugar a notables problemas de calidad de las aguas en los ríos y embalses que se propagan hasta el tramo bajo de la cuenca”.

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Un portavoz de la confederación defiende los vertidos autorizados deben “estar depurados previamente”. "En términos generales, las depuradoras cumplen con los valores límites de emisión y demás condiciones impuestas en sus autorizaciones de vertido”, remacha. Pero el problema, insiste Larraz, es que los sistemas de depuración actuales no son suficientes para librar la contaminación del río.

Un ejemplo claro es el de los llamados contaminantes emergentes: medicamentos, plásticos, productos químicos e incluso drogas para los que los sistemas de depuración no están contemplados. Yolanda Valcárcel, de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, ha estudiado este problema: “En los estudios realizados en los ríos Manzanares y Jarama, en el 2014, se evidenció la presencia en concentraciones elevadas de alquifenoles, retardantes de llama —presentes en pinturas, textiles y detergentes— y anticorrosivos —vinculados a la industria—”. La profesora asegura que "no hay riesgo para la salud pública de momento”. Otra cosa es la afección al medio ambiente. Valcárcel habla de alteraciones detectadas ya en aves y peces. “Los famosos peces que cambian de sexo”, pone como ejemplo.

Cuando el Tajo llega a La Puebla de Montalbán prácticamente desaparece. Es otra consecuencia más de la falta de agua, pero también de los nutrientes (procedentes de la agricultura) que arrastra el río, que queda oculto bajo la vegetación. “Es un síntoma de que ya no hay grandes avenidas”, explica Domingo Baeza. Y no hay riadas por la sucesión de pantanos y la falta de lluvias. A eso se unen los “fertilizantes” que arrastra el agua y que hacen crecer esa tupida vegetación.

Capítulo 3 | 300 kilómetros de agua embalsada

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