El general que ayudó a llevar al Ejército a la democracia
José Faura Martín falleció este miércoles en Madrid a los 86 años
“La cita fue en un hotel. [Andrés] Cassinello y yo llegamos al aparcamiento y subimos directamente a la habitación. Allí nos esperaban Felipe González y Alfonso Guerra. Llevábamos el encargo de Adolfo Suárez de tender puentes y atraer a esta gente, que también era España, para que participara en lo que se estaba preparando. Estuvimos tres o cuatro horas y tengo que decir que nos entendimos muy bien, quizá porque los cuatro éramos andaluces. Había un punto de afinidad, no ideológica. Salimos de allí con la impresión de que habíamos dado un paso muy importante”.
Así explicaba el general José Faura Martín, en una entrevista con EL PAÍS en septiembre de 1998, su primer encuentro con los líderes del entonces todavía clandestino PSOE en los inciertos tiempos que siguieron a la muerte de Franco. Faura, fallecido este miércoles en Madrid a los 86 años, estaba destinado entonces en el SECED, el servicio secreto creado por el almirante Carrero Blanco y, aunque su misión inicial fuera espiar a los enemigos de la dictadura, ya por entonces era consciente de que “iba a venir algo nuevo y había que ayudar a traerlo”.
Faura salió de aquel encuentro impresionado por la “moderación y don de gentes” de aquel joven sevillano que se hacía llamar Isidoro. Y Felipe González no debió llevarse una mala impresión de aquel comandante, ya que 18 años después le nombró jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra. Pertenecía a la VIII promoción de la Academia General Militar, llamada la Super 8, por la abundante cosecha de generales que dio.
Pero el entonces ministro de Defensa, Julián García Vargas, le eligió a él “porque era muy listo y no le tenía miedo a las reformas”. Faura puso en marcha el Plan Norte, la mayor transformación del Ejército desde la guerra civil, con una importante reducción de personal y supresión de unidades. Para ello, tuvo que convencer a los más recalcitrantes de que la cirugía, aunque dolorosa, era inevitable para abordar, entre otros retos, la supresión de la mili, la incorporación de la mujer y una participación creciente en misiones internacionales.
Las reformas coincidieron, además, con una de las épocas más duras del terrorismo de ETA, empeñada en romper los nervios de los militares con zarpazos cada vez más feroces. “No ha sido fácil, pero se ha superado", confesó a este diario. "Una de las cosas de las que nos sentimos más orgullosos es de haber mantenido una actitud serena, responsable y hasta constructiva, para que la situación nacional no se viera alterada lo más mínimo”.
García Vargas destaca también su profunda lealtad, aunque no siempre coincidiera con sus jefes políticos. “La lealtad al superior consiste en manifestar lo que tú piensas y, una vez tomada la decisión, aplicarla”, explicó él mismo. Le mantuvieron en el cargo tres ministros (García Vargas, Suárez Pertierra y Eduardo Serra) y dos presidentes (Felipe González y José María Aznar), de diferentes partidos, hasta que en 1998 le sucedió Alfonso Pardo de Santayana, siendo entonces el militar que más tiempo había mandado al Ejército tras la muerte de Franco.
Nacido en Ceuta de una familia con larga tradición militar, nunca ocultó que había sido formado por los militares que ganaron la guerra, pero no quiso heredar rencor alguno hacia quienes la perdieron. Padre de siete hijos, viudo prematuro, católico y socarrón, solo a una cosa parecía tenerle verdadero temor. “Hay que cuidarse de los ayatolás de cualquier signo”.
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