Maillo, el eficaz apagafuegos de Rajoy
Tras su nombramiento de coordinador general el popular se convierte en el secundario de lujo del PP
A Fernando Martínez-Maillo (Zamora, 1969) le falta glamur para haber ascendido a la altura de sus méritos. Ha adquirido con los años y con la abnegación bastante poder en el Partido Popular, pero su trayectoria se resiente de una frustración en la meritocracia: se queda una y otra vez en la antesala de la proeza. Estuvo a punto de ser ministro en el último Gobierno de Mariano Rajoy, como estuvo a punto de convertirse en secretario general del PP en el congreso de la canonización mariana celebrado el 10 y 11 de febrero en Madrid.
Se le ha creado a su medida un cargo similar en atribuciones, coordinador general, pero es cierto que la semántica del coordinador general no tiene relumbrón dramatúrgico ni le rescata de la política de las tinieblas.
Fue la solución marianísima que encontró Rajoy para ratificar y rectificar a la vez a María Dolores de Cospedal. Preservaba el orgullo y la dignidad de la ministra de Defensa en agradecimiento al desgaste de la corrupción, pero la secretaria general ocupa un cargo tan glamuroso o rimbombante como desprovisto de responsabilidades. Pues es Maillo quien las desempeña de lunes a viernes con la tarjeta de visita del coordinador, una especie de viajante y de policía de asuntos internos que vela por la tonicidad del aparato popular. Y que le convierte en el poder en la sombra de Génova. Es uno de los machacas favoritos de Rajoy. Uno de sus fontaneros más cualificados. Uno de los burócratas más eficaces. Y uno de los profesionales más expeditos. Allí donde surge un incendio o un conflicto territorial, Fernando Martínez-Maillo pone el agua y el orden, asumiendo con disciplina ejemplar el papel de eterno actor secundario.
De hecho, Rajoy ya lo había convertido en vicesecretario del PP en 2015, pero las limitaciones jerárquicas del vicecargo —otra vez en el casi— eran tan evidentes como la anomalía de compartirlo con tres de sus colegas populares: Casado, Levy, Maroto y Maillo, enunciados de corrido como la delantera del Zaragoza en los años sesenta, asumían el oficio de evangelistas del Partido Popular en la crisis más severa de la hégira mariana, tanto por el deterioro electoral como porque los casos de corrupción se amontonaban en Génova, y se hacía urgente una cataplasma generacional, un batallón de honestos fajadores mediáticos.
Fernando Martínez-Maillo se ocupaba a partir de entonces de la organización del PP. Abdicaba de la presidencia de la Diputación de Zamora y se desligaba de la Federación Española de Municipios y Provincias. Pero no así de la vocación roussonianacon que desempeña la alcaldía de Casaseca de las Chanas, un municipio zamorano en la Tierra de Vino que tiene muy pocos habitantes —menos de 400— y que identifica a Maillo con la pureza de la política, esmerándose en las necesidades concretas de los vecinos.
Nada que ver con el ajetreo de la carrera de San Jerónimo ni con el escaño de diputado que revalidó en los comicios del 26-J. Y no era un debutante Maillo en el Congreso. Se estrenó en el año 2000 por la vía de una sustitución. Y lo hizo con las bendiciones de José María Aznar, aunque el vuelo de la trayectoria política del currante zamorano se lo ha proporcionado Rajoy, tantas veces abrumándolo con los dosieres complicados.
Corresponden al haber de Maillo muchas horas de sueño y de paciencia en el acuerdo de investidura que el PP alcanzó con Ciudadanos, del mismo modo que le corresponde el desgaste político que supuso la depuración de la fallecida Rita Barberá. La decisión de forzarla a dimitir provenía de Rajoy, pero fue Maillo quien asumió la tarea administrativa y quien hubo de aplacar no ya la ira explícita de la exalcaldesa valenciana, sino la animadversión de la vieja guardia del PP. Observaban a Maillo como una especie de señor Lobo, un profesional del trabajo sucio e ingrato.
Se pluriemplea el secretario general con sobriedad y tranquilidad. Incluso se maneja con habilidad en las batallas mediáticas. Está disponible siempre Maillo. Responde a los periodistas. Y ha inculcado en el PP la importancia de colonizar los medios para colocar el mensaje, incluso poner la otra mejilla.
Está curtido en el debate porque hasta su hermano es concejal del PSOE en el Ayuntamiento de Majadahonda. Y se ha recorrido España de pueblo en pueblo y de agrupación en agrupación para custodiar la ortodoxia. O para intervenir en las disputas internas, en los congresos regionales.
“Que viene Maillo” se ha convertido en un eslogan intimidatorio. Y en un argumento de recelo en el poderoso PP de Castilla y León. Allí gobierna Juan Vicente Herrera en situación de placidez desde 2001, pero no es probable que se mantenga en el cargo y sí es posible que Maillo aspire a monitorear la sucesión no como heredero de Herrera, sino como valedor de un candidato de su cuerda y a expensas de un gran revuelo en la política regional.
Puede permitírselo Martínez-Maillo porque es el número tres del PP, cuando no el dos y medio. Cada vez está más cerca de la púrpura el coordinador general. Y cada vez es más difícil que le obstruya el camino su antigua vinculación al consejo de administración de Caja España.
Los responsables de la entidad fueron imputados por un delito de administración desleal. Y Maillo, exconsejero de Caja España, se halla en una situación de limbo judicial. Tendría que ser citado por el juez, pero técnicamente no se encuentra en situación de investigado.
Podría defenderse a sí mismo el coordinador general del PP porque es abogado y porque es hijo y nieto de abogado. Formalizó el título en la Universidad de Salamanca, pero decidió dedicarse a la política en 1999, como concejal de Deportes del Ayuntamiento de Zamora.
Ha recorrido desde entonces casi todos los destinos y responsabilidades del escalafón, como un militar a la antigua usanza, pero su trayectoria tiene pendiente tachonarse los galones de almirante de secano en la proa de Génova.
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