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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Cuatro espejismos y un sambenito

EL referéndum (con mayúsculas) es un ensueño embriagador y definitivo

Xavier Vidal-Folch
Colau, Puigdemont, Forcadell, Junqueras y Romeva, este viernes.
Colau, Puigdemont, Forcadell, Junqueras y Romeva, este viernes.Alabert Garcia

La liturgia vespertina del Pacte Nacional pel Dret a decidir de anoche sirve para calentar los decaídos ánimos de la feligresía soberanista, describe, agudo, Josep Cuní. Servirá de bálsamo contra el frío y la fatiga, como el dulzón vino caliente centroeuropeo. Vidas paralelas: unos ánimos tan bajos, como desconcertados están los de Madri-T (el Gobierno). El calorcillo del bálsamo todos juntos sirve también para difuminar sinrazones y espejismos del derecho a decidir. Perdón, hablemos de EL referéndum (EL, con mayúsculas), un ensueño embriagador y definitivo que funciona como LA huelga general para el anarquismo de los años veinte.

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Uno es que el referéndum ya se celebró, o así nos lo dijeron. Cuando la magra consulta o proceso participativo del 9-N de 2014, aquello fue un refrendo popular decisivo. Cuando las elecciones plebiscitarias del 27-S de 2015, se dictó la inmediata secesión: la pantalla refrendaria quedaba atrás. Dijeron que habían ganado, pero acaban reconociendo que no, o que no tanto. Ergo, pantallazo para atrás, y vuelta redonda al referéndum, como en un komboloyo.

El segundo espejismo es que el 80% del pueblo catalán desea ese referéndum binario, secesión sí o no. Cuando lo que quiere abrumadoramente la ciudadanía es votar: votar solemnemente sobre su futuro. Unos, en términos binarios, equívocos y falaces como los del Brexit, los de Hungría o los de Colombia. Otros, para ratificar o rectificar un pacto, sin rupturas en modo de traumático cafarnaúm (“trencadissa”). Referéndum, sí: pero es distinto si es para cohesionar, o para destruir sociedades.

El derecho a decidir es el tercer espejismo. O es un seudónimo kumbayá de la democracia (votar, designar representantes, votar) y entonces la expresión democracia es mucho más clara (gobierno de la mayoría, respeto de la minoría, imperio de la ley, libertades fundamentales). O es un sucedáneo del derecho de autodeterminación, artilugio solo para colonias, países bajo dictadura o tras un genocidio, según la ONU.

Y el cuarto es que el remodelado Pacto de ayer es una exigencia agónica de los catalanes, cuando se trata de un chalaneo: se le entrega a la CUP esa carta retórica, a cambio de que vote el presupuesto. Los cuatro espejismos actúan como una niebla sobre la verdadera partida entre bambalinas. Esta: la semimayoría indepe quiere convocar EL referéndum; sabe que el Gobierno rechaza que se celebre de forma legal y pactada (la única sensata); y solo se atreve a hacerlo por la brava si le acompaña una holgada mayoría social de votantes, indicio de respetabilidad internacional. Por eso pugna por seducir a Ada Colau y sus comuns. Si lo logra, perfecto. Si fracasa, podrá colgarles el sambenito (la “llufa”) de que impiden a los catalanes decidir. Pero los comuns buscan como el capitán Haddock zafarse de la pegadiza tirita. Si no, serán subalternos. Y no Espartaco.

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