Partido único de gobierno
Dos partidos que habían prometido no hablar con el PP aupan a la presidencia a Mariano Rajoy
En dos años de turbulencias políticas, hemos pasado del bipartidismo al pluripartidismo y de éste al partido único de gobierno. El epicentro del régimen se ha desplazado a la derecha. Las expectativas de cambio surgieron contra el poder absoluto del PP, encerrado en un mundo de autoritarismo y corrupción, sin voluntad de diálogo, y, de momento, acaban con el PP aupado por dos partidos que habían prometido no hablar con ellos mientras estuviera Rajoy, y con la oposición desarticulada.
¿Cómo lo ha conseguido el presidente? Marcando unas fronteras de lo posible que sus adversarios aceptaron sin rechistar en nombre del patriotismo, que es a lo que se apela cuando se carece de argumentos. Prohibido pactar con Podemos o con el soberanismo catalán. El PSOE hizo suyas estas líneas rojas. La simple insinuación de Sánchez de saltárselas provocó su defenestración. Y lo demás se dio por añadidura. El régimen ha quedado mutilado, sin posibilidad de que otro partido gobierne durante largo tiempo. Rajoy estará en minoría parlamentaria, pero con todas las armas del Ejecutivo en la mano. Entre ellas, la amenaza de disolver cuando le convenga que paraliza por sí sola a unos adversarios en plena mudanza.
El paso al pluripartidismo respondía a una exigencia de mejor representación de una sociedad compleja. No deja de ser sorprendente que el PSOE haya sido incapaz de entablar diálogo con los portadores de nuevas demandas y haya acabado en manos del que, según la doctrina de la casa, es su adversario real. Una claudicación, fruto de su debilidad, que le coloca para largo tiempo en posición subsidiaria. O el PSOE conecta con los sectores portadores de nuevas demandas, o entramos en régimen de gobierno de un único partido por mucho tiempo. El PP cuenta además con Ciudadanos. La derecha olvida las líneas rojas (la corrupción, en este caso) con suma facilidad.
Estos días abundan las listas de compromisos y reformas exigibles al PP. Pero el presidente no tiene necesidad de hacer concesiones. Le interesa seguir empequeñeciendo a quienes le auparon, para reforzarse con una legislatura articulada sobre yo (PP) o el caos (Podemos). Y además cuenta con la cuestión catalana para mantener atados a Ciudadanos y PSOE. La tensión es un terreno cómodo para Rajoy, un antilíder que nunca ha querido ser simpático, pero con esta estrategia los problemas no se resuelven, y el presidente debería saber que lo que se enquista acaba reventando.
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