Del infierno al cielo en 24 horas
Mariano Rajoy ‘canoniza’ a Luis de Guindos tras dejar que se carbonizase en el Congreso
La más audaz de las campañas publicitarias nunca hubiera logrado la repercusión que ha alcanzado Luis de Guindos con la presentación de su España amenazada. Podría sostenerse que el caso Soria ha sido una maniobra comercial. Más aún cuando el enternecedor pasaje de los agradecimientos tanto elogia la colaboración del exministro canario como destaca el privilegio de trabajar a las órdenes de Mariano Rajoy.
Y fue Rajoy quien le presentó el libro este miércoles en Madrid, quizá como contrapeso al tormento parlamentario con que Guindos hubo de expiar toda la responsabilidad de la designación de Soria al Banco Mundial. “No es personal, Tom, son negocios”, podría haberle dicho Rajoy a propósito del sacrificio, emulando en la distancia y sin lugar a otras equivalencias el escarmiento de Michael Corleone.
Porque Guindos es el Tom Hagen del Partido Popular. Por su alopecia clarividente. Por su talento financiero. Y porque trabaja para la familia del PP sin pertenecer a ella. De ahí que los enemigos de Guindos en las cepas genuinas del Gobierno, empezando por la vicepresidenta, hayan celebrado el escarnio del superministro en asombrosa coincidencia con la presentación de su propio memorial, cuya portada llama la atención porque Guindos parece retratado como un espía con galones de la Stasi. Perturba esa mirada de inquisidor e inquieta que el título se haya convertido en una profecía autocumplida. “Guindos amenazado”, podría titularse su manual de milagros económicos, aunque no era ya el momento de asustar al ministro, sino de confortarlo en una terapia de grupo que reunió suficientes sillones azules —García Margallo, Sáenz de Santamaría, Fernández Díaz, Méndez de Vigo, Tejerina— y que Mariano Rajoy presidió con la asepsia de un cirujano. “Luis sé fuerte, podría haberle dicho”. Y no se lo dijo porque prefirió construirle una hagiografía desapasionada, burocrática, mecánica, que el ministro escuchaba —o parecía hacerlo— con esa distancia de quien está oyendo el fútbol en sus auriculares.
Al menos, hasta que el presidente descendió de la homilía y se puso sentimental. Recordando que los políticos también son personas e incurriendo en unos pasajes melifluos, almibarados que agradecían al ministro purgado su reputación de patriota y sus afinidades al coraje de Indiana Jones: “Un hombre de acción, ante una situación adversa y en medio de unas presiones enormes, busca soluciones guiado sólo por un interés, hacer algo bueno por su país. El lector puede percibir con claridad el sufrimiento, la angustia y la desazón que vivíamos en 2012”.
Predominaba un público senatorial y lo hacía también un escrúpulo académico, entre otras razones porque la “botadura” del libro se produjo sin turnos de preguntas ni momentos improvisados —se leyó hasta el punto final— en la Fundación Rafael del Pino y en el contexto de unas “clases magistrales”. Y magistrales fueron los modales, los episodios de cortesía. Un rigodón, como diría Rajoy, un paso a dos de recíprocos entusiasmos que aspiraba a remediar el sacrificio de las 24 horas anteriores.
Se explica así que el propio autor concluyera su intervención proclamando que Rajoy “salvó a España del colapso”, no ya para reconocer la proeza de redimir a España del rescate con “rapidez y contundencia”, sino para advertir de que la inestabilidad política y la irrupción de los populismos amenazan con malograr el camino recorrido. El heredero de Rajoy debe ser Rajoy, pudimos concluir en esta gran ceremonia de propaganda, pero no está claro todavía quién será el heredero de Guindos.
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