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A ras de historia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Del dilema al trilema

Nunca, en su más que centenaria historia, se ha visto el PSOE ante un dilema tan endiablado como el del 27-J

Pedro Sánchez en el cierre de campaña del PSOE en Sevilla.
Pedro Sánchez en el cierre de campaña del PSOE en Sevilla. PACO PUENTES
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Nunca, en su más que centenaria historia, se ha visto el PSOE ante un dilema tan endiablado como el que habrá de afrontar desde a madrugada del 27-J. Y eso que ha atravesado circunstancias bien complejas: alianzas con republicanos, frente popular, Gobiernos de amplia coalición. El único antecedente de negociación con fuerzas políticas de derecha ocurrió en el exilio, pero no fue con vistas a la formación de un Gobierno sino a pactar un proceso de transición. Nada que ver, en todo caso, con el dilema que le espera: facilitar la investidura de un Gobierno de la derecha de toda la vida o formar un Gobierno de coalición, quizá en posición subalterna, con una formación política que se encuentra en algún punto de la transición de movimiento de agitación desde la televisión y en el ciberespacio a partido político todavía necesitado de dos o tres hervores hasta decantar si finalmente es peronista, socialdemócrata, populista, comunista, de izquierda, joseantoniano, anticapitalista, antisistema, antiEuropa, contrapoder o, como en su origen, una “voluntad destituyente”.

Facilitar la formación de un Gobierno no es lo mismo que presidirlo. Será, en el caso de que mire hacia su derecha, abstenerse a cambio de varias condiciones, firmes y pactadas con quienes vayan a formarlo —PP y Ciudadanos, seguramente—. Y, si mira hacia la izquierda, todo dependerá de quién en ese campo obtenga más escaños. Si es Podemos, entonces el destino del PSOE será una progresiva irrelevancia hasta reducirse a una confluencia más, estilo IU; si es el mismo PSOE, entonces tendrá que apechar con un aliado convertido en incansable mosca cojonera —ni hará ni dejará hacer—, a no ser que el Gobierno se reparta en parcelas autónomas, cada cual haciendo y deshaciendo en la suya sin interferencias del coligado. Un desastre, como lo fue para el PSC el tripartito catalán.

Claro que también podría convertir el dilema en trilema: tomar la iniciativa, volver al pacto con Ciudadanos y forzar al PP a la abstención o a aceptar un Gobierno presidido por el partido minoritario, bien amarrado un programa de reformas. Quizá, no duraría toda la legislatura, pero al menos podríamos respirar dos años sin elecciones cada seis meses.

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