_
_
_
_
Elecciones generales
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Orgullo y reformas

Es un tópico decir que la polarización está afectando a la socialdemocracia

En los últimos años, y a medida en que la crisis sacudía a toda Europa y sus efectos se iban haciendo más y más perceptibles para amplias capas de la población, el fenómeno de la polarización política se ha ido extendiendo como una mancha de aceite por todo el continente. Las expresiones de este descontento social son variadas, aunque todas potentes: gente que busca solución a sus problemas en alternativas como la “antipolítica” de Beppe Grillo en Italia, o en la xenofobia y el antieuropeísmo de Marine Le Pen en Francia, los partidarios del Brexit en Reino Unido y la extrema derecha de Alemania o Austria.

No es nada nuevo que en tiempos de crisis se produzca una radicalización de las posiciones políticas y el consiguiente abandono de la moderación. Da la impresión de que nada puede cambiar sin romper con el pasado o, si se prefiere, que el pasado está muerto y hay que reinventar el futuro partiendo de una ruptura. El presente está siempre determinado por el pasado. Solo en la lucha contra una dictadura es comprensible la ruptura total; solo en la lucha contra la privación de derechos es necesario romper definitivamente con la realidad presente y encerrar el pasado en el olvido.

Ahora bien, ¿es eso lo que necesitamos? No lo creo. Por muy dura que haya sido la crisis, por mal que hayan funcionado los partidos políticos, hay una realidad que viene del pasado y que nos exige no abandonar esfuerzos que han dado buenos resultados y bienestar a millones de personas.

El dilema entre los extremos, entre inmovilistas y rupturistas, es falso en la medida en que parte de posiciones que dejan en medio lo que es más valioso para una sociedad: la preservación de las conquistas y el cambio de políticas que se han mostrado ineficaces. Provoca, eso sí, una dialéctica de enfrentamiento agresivo y orilla, como en todas las batallas, el razonamiento y el debate profundo.

Es lugar común decir que esta polarización a quien más está afectando es a la socialdemocracia. Pero este enfrentamiento entre extremos lo que más condiciona son las propias posibilidades de cambio y progreso de nuestra sociedad. Así lo hemos visto después de las elecciones del 20-D, cuando un importante vuelco electoral no ha servido para cambiar el Gobierno.

Los que nos reclamamos socialistas siempre hemos denunciado que en la derecha ha anidado históricamente un espíritu autoritario y ha sido refractaria a impulsar el cambio social. En España lo hemos visto con la oposición conservadora a la práctica totalidad de los cambios importantes en nuestro país, desde la universalización de la salud o la educación, la igualdad entre mujeres y hombres, la interrupción del embarazo, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la lucha contra el cambio climático. La derecha no ha sido capaz de abrir las puertas a estas transformaciones y, a lo sumo, ha terminado aceptándolas cuando las consideraba irreversibles.

El socialismo democrático, sin embargo, ha conseguido integrar en su ideario, no sin problemas pero con una clara voluntad de avance, el feminismo, el ecologismo y las garantías más exigentes para la libertad individual. Y es más que posible que en los últimos años la socialdemocracia no haya sido capaz de dar todas las respuestas o de hacerlo a la velocidad necesaria en un mundo sometido a cambios vertiginosos.

Sin autocrítica no hay avance posible, pero la irrupción de movimientos y partidos alternativos no puede llevarnos al error de dejarnos arrastrar por el populismo. En este nuevo combate por el poder, la derecha está en sus posiciones, aunque se radicalice en su discurso nacionalista y tradicionalista, mientras que la socialdemocracia corre el riesgo de abandonar sus cuarteles y sus fundamentos para acogerse al discurso de los alternativos, dejando a estos el campo libre. Por eso, lo que debemos hacer está claro: consolidación de los avances y cambios para lograr otros nuevos; orgullo y reformas. Siempre que ha habido una causa por la igualdad ahí ha estado la socialdemocracia para defenderla desde la libertad individual.

España llegó lamentablemente tarde al gran progreso general de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Cuando lo hizo, tras la dictadura, fue de la mano de los socialistas. Lo hicimos al tiempo que lográbamos incorporar a nuestro país en la Comunidad Europea. Avanzamos en derechos sociales, establecimos políticas de igualdad efectivas y modernizamos la economía. No somos los socialistas, precisamente, quienes debemos abjurar de nuestro pasado, de nuestra apuesta inequívoca por la libertad y de nuestra contribución objetiva al progreso de nuestro país.

En este camino político recorrido hay mucho que mantener, muchos bienes colectivos que proteger; hay mucho también que reformar para resolver las numerosas injusticias del presente y consolidar en el futuro los derechos de todos. No se pueden dar saltos en el vacío porque haríamos daño a mucha gente que es la que más necesita de la política y del Estado. Cuando algo no funciona no basta con proclamarlo. Hay que decir cómo se arregla y con qué medios y no caer en el populismo y en el griterío. Los ecos de la plaza Syntagma de Atenas, a la que algunos profetas peregrinaban hace bien poco, han quedado en cenizas que apenas ocultan el dolor de mucha gente.

Sé que será difícil mantener el camino, pero sería suicida abandonar nuestra senda de consolidación de los avances y cambio progresista. No se es más de izquierdas por decirlo sino por realmente serlo y ayudar a la gente a salir de sus dificultades y ganar una vida mejor.

Ahí debemos competir los socialistas. Y tenemos las mejores credenciales para hacerlo.

Susana Díaz es secretaria general de la federación andaluza del PSOE y presidenta de Andalucía.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_