Pedro, Pablo, Albert y el señor Mariano
El respeto a las canas, aunque sean teñidas, sigue funcionando en el subconsciente de los jóvenes respecto a sus mayores
Parece que, pese a la libertad y el libertinaje de los tiempos que corren, el respeto a las canas, aunque sean teñidas, sigue funcionando en el subconsciente de los jóvenes respecto a sus mayores. Fue Pablo Iglesias el primero en marcar distancias, no se sabe si para honrar al decano o para aislarlo, al apelar al candidato popular como "señor Mariano Rajoy". A partir de entonces, Iglesias, Sánchez y Rivera, acostumbrados a llamarse Pablo, Pedro y Albert en todos los foros, alternaron el tú, el usted y el nombre de pila para aludirse entre ellos y reservaron los formalismos para el abuelo, al que no parecía molestarle en absoluto. Se creció, de hecho, y presumió de trienios ante los novatos. "A ver si se traen los temas más estudiaos. Aquí no se viene a hacer prácticas", riñó el veterano a la chavalería al final del primer bloque, el económico, y a los chicos, entre escandalizados y regocijados, solo les faltó guiñarse el ojo para pitorrearse del genio del profe.
La juerga, en realidad, había empezado horas antes, con la expectación retroalimentada que solo se genera entre un auditorio acostumbrado a creerse el centro del universo mundo. Más de 500 periodistas de 70 medios aguardaban la llegada de los candidatos desde primera hora de la tarde cociéndose en su propia salsa de rumores, chismes, dimes y diretes. Llegaba cada candidato como llegan las estrellas de cine a los grandes estrenos mundiales. A su debido tiempo. Cada uno con su séquito. Cada uno con sus escuderos. Cada uno con sus palmeros a la chepa en un crescendo de flashes y ayes y codazos y suspiros y alguna que otra blasfemia de la concurrencia para conseguir hacerles la primera de las cien mil fotos y lanzar el primero de los cien mil tuits con que habían de alimentar las fauces de sus hambrientas redacciones.
El primero, por orden de representación parlamentaria de la extinta legislatura, Albert Rivera. Solo, sin su pareja como en otras ocasiones, a cuerpo gentil con chaqueta y camisa blanca. Nervioso, ojeroso, cansado, la campaña no es gratis. Después, Pablo Iglesias, con la camisa blanca arremangada hasta los codos por si hacía falta partírsela, como Camarón, para salir del trance como presidente in pectore. Seguidamente, Pedro Sánchez, rutilante con su traje azul ajustado a la percha, qué culpa tiene él de ser tan guapo, y de la manita de su esposa, Begoña Gómez, vestida como para recoger el Oscar, aprovechando quizá tan magna coyuntura por si no hay otra. Por último, pero no menos soporífero, el señor Rajoy, con sus zancadas de a metro, su traje y corbata azul PP, y su cara de a lo que vengo, vengo. Dicen que, previamente, el presidente en funciones había visto el partido de la selección, hecho sus 45 minutos de cinta y repasado la lección del debate antes de dársela a los tres pipiolos y al resto de la audiencia.
Después, en el jeta a jeta propiamente dicho, los moderadores Ana Blanco, Vicente Vallés y Pedro Piqueras hicieron lo que pudieron por mantener impertérritas las suyas ante las andanadas de Pedro, Pablo, Albert y el señor Rajoy Brey de Todos los Santos. No quedó claro si los nietos jubilaron al abuelo o el yayo les comió la merienda. Eso sí, cuando despertaron ellos, y todos, del sueño eterno de esta campaña interminable, el presidente de la Academia de la Televisión, Manuel Campo Vidal, como el dinosaurio de Monterroso, seguía allí.
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