Solo el saber nos hace críticos
Los mantras de la pedagogía ocultan lo obvio: el objetivo es formar personas cultas e ilustradas
Seguimos discutiendo sobre educación, pero el diálogo será de sordos mientras los mentores de la reforma de 1990 sigan negando la evidencia: que la enseñanza en España está literalmente por los suelos. Todos los grandes humanistas y científicos que conozco están escandalizados por cómo está la educación.
Escritores como Félix de Azúa, Javier Marías, Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina y Arturo Pérez-Reverte; filósofos como Gabriel Albiac, Rafael Argullol, Victoria Camps, Adela Cortina y Fernando Savater; historiadoras como Carmen Iglesias; filólogos como Javier Orrico, Xavier Pericay, Francisco Rodríguez Adrados y Gregorio Salvador, han cuestionado nuestro sistema de enseñanza o han apoyado manifiestos en los que este modelo es severamente criticado.
Son ya muchas y muy autorizadas las voces clamando contra nuestro sistema educativo como para que quienes discrepamos de él se nos tache sin más de nostálgicos y reaccionarios. Y cada partido ha de asumir sus responsabilidades. Si el PSOE fue el autor del despropósito, el PP no cambió las cosas cuando pudo hacerlo. Cuando éste ganó las elecciones en 2011, algunos tuvimos un asomo de esperanza. Incluso quienes no lo votamos estábamos convencidos de que en educación ya no se podían hacer las cosas peor. Pero la desilusión llegó pronto, y con ella el recuerdo de una amarga lección tantas veces olvidada: que en la estupidez y en el mal hacer nunca se toca fondo. La promesa del bachillerato de tres años fue olvidada, la jerga vacía de los pedagogos fue asumida por las nuevas autoridades, y continuó la desidia frente a las autonomías que no obedecen las directrices del ministerio en aquello en que sí tiene competencia.
Si nos hemos de entender hablando de educación, hay que aceptar algo obvio pero con frecuencia ocultado: que el objetivo es la transmisión del saber, y que el estudiante que acaba su educación ha de ser una persona más culta e ilustrada de lo que lo era cuando la comenzó. Y esto se oculta bajo una hojarasca de palabras vacías como habilidades, destrezas y aprender a aprender. Y son vacías porque plantean alternativas falsas: la destreza de hacer problemas de matemáticas o de traducir textos latinos se apoya en el conocimiento, no puede escribir bien quien no ha estudiado los contenidos de una ciencia llamada gramática y solo aprendiendo se aprende a aprender.
También se habla mucho de crear personas críticas, pero sucede que la crítica no controlada por el conocimiento es charlatanería. El último mantra pedagógico consiste en decir que hay que enseñar a tomar decisiones. Pues cuanto más instruido y cultivado sea alguien, más elementos de juicio tendrá para tomar decisiones. Es indispensable pues deshacerse de esta jerga que ha vaciado la enseñanza y hacer oídos sordos a los presuntos expertos que viven de ella.
¿Y a quiénes habría que acudir para elaborar las leyes de educación? Existen en España filólogos, escritores, filósofos y matemáticos que son o han sido profesores de instituto que mucho saben y mucho podrían aportar, algunos citados en este artículo. Y ninguno de ellos ha sido consultado. Cuánta sabiduría y experiencia sacrificadas frívolamente en el altar de los dogmas de una pedagogía que, sin ningún rubor, se autoproclama progresista. Pero a los creadores de la reforma este sacrificio les resbala. Sabiendo muy poco sobre estudiantes de bachillerato, desoyendo las voces más autorizadas, y con el atrevimiento propio de los ignorantes, se cargaron literalmente la enseñanza en España.
Se habla de crear personas críticas, pero sucede que la crítica no controlada por el conocimiento es charlatanería
Todavía se está a tiempo de arreglar el estropicio, pero el tiempo apremia porque cada día que pasa la situación se hace más difícil de revertir. Si el resultado de las próximas elecciones es parecido al de las anteriores y los políticos optan por una alianza de los partidos constitucionalistas frente a los antisistema, sería una gran ocasión para llegar a un pacto educativo. ¿Tendrán los políticos la altura de miras necesaria como para reconocer sus errores, aparcar sus diferencias y ponerse de una vez a arreglar un problema que, si no se resuelve ya, va a tener consecuencias gravísimas para España?
Ricardo Moreno Castillo es catedrático de Matemáticas de instituto, jubilado, y autor de La conjura de los ignorantes (Pasos perdidos) y Panfleto antipedagógico (El lector universal).
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