Italianización
¿Se ha consumado la italianización de la política española? La fragmentación que ha surgido de las elecciones del 20 de diciembre de 2015, ¿supone trasladar a España la experiencia de Italia? Ello en el marco de una corrupción sistémica.
Una conversación esta mañana con el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, ayuda a entender mejor la crisis política en España y sus consecuencias. Preguntado si está metido hasta las cejas en el seguimiento de los rastros de la banda de Luis Pineda y Miguel Bernad, Ausbanc y Manos Limpias, el fiscal jefe dice:
-En esta banda y en muchas otras. Tenemos para rato. Las instituciones siguen funcionando como si todo lo que está pasando en la política española no importa, no les afecta. Ha ocurrido y ocurre en Italia. Pues eso...
Hasta ahora la italianización de la política española era un concepto aplicado a la corrupción generalizada y a la fragmentación, a la existencia de un parlamento poblado por partidos con mayorías insuficientes para gobernar por sí mismos.
Es decir, la italianización como sinónimo de corrupción rampante y fragilidad política.
Pero hay otra dimensión que se desprende de las palabras de Zaragoza: la sociedad y sus instituciones, por un lado, siguen funcionando; y los partidos, por otro lado.
Esta es la verdadera italianización. El divorcio entre la corrupción, los partidos y la realidad de la sociedad. Porque la otra, la fragmentación política, existe también en muchos países. Véase, por ejemplo, Bélgica.
En cambio, lo que siguen aportando el gobierno en funciones y los partidos es lío, confusión, irresponsabilidad. Ruido.
Veamos un caso reciente.
A primeros de marzo, el ministro de Economía, Luis de Guindos, nos hablaba de un concepto económico que podría ser una nota a pie de página de un futuro libro de doctrina económica: la ligerísima desaceleración. Desde hace seis meses es evidente que la recuperación económica española - o tomando prestado de la terminología bursátil, el rebote del gato muerto - pierde gas.
Sí, ya era así durante la larga precampaña y campaña electoral. Pero el Gobierno de Rajoy negó esta desaceleración. España sería indomable. ¿China? Nada, dijo Rajoy, eso no afectará a España. "En el medio plazo no va a haber ningún cambio sustancial", explicó a finales de agosto de 2015.
Ahora, el Gobierno reconoce el fracaso de sus resultados en 2015 y el de sus previsiones para 2016 y 2017 y negocia entre uno y dos años más para cumplir el déficit. Lo que había sido su caballo de batalla central en la campaña electoral, su responsabilidad, era de cartón piedra. A todo esto, uno de los organismos cuya creación fue impuesta por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (BCE), la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIREF), es tan independiente que el Gobierno no se ha dignado a enviarle el programa con los nuevos objetivos de déficit que van de camino a Bruselas para conseguir árnica.
En otros términos, por un lado la corrupción sistémica, el guirigay gubernamental y partitocrático, y por el otro las instituciones y la sociedad civil. No más, de momento, encuentros de los ministros con periodistas en los que se aplican a colgarse medallas y ruedas de prensa del consejo de ministros para mayor gloria del Gobierno.
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