Preguntas impertinentes
La Casa del Rey y el papel de la Infanta, más allá de lo judicial, emergen de forma traumática
“Usted no puede dirigir el interrogatorio”, avisó la juez a Diego Torres al principio de la sesión de este jueves por si no había quedado claro todavía el reparto de papeles. El exsocio de Iñaki Urdangarin en el Instituto Nóos dejó de ser el protagonista y se fue apagando, consciente de que está pasando su momento. Estuvo tenso desde el inicio en una jornada que acabó muy electrificada. Nada parecía anunciarlo en el ambiente distendido con que comenzó el día, con animadas conversaciones en la sala, a la espera de la vista, entre personas que ya empiezan a tratarse con familiaridad a fuerza de verse todos los días. Miguel Ángel Bonet, exasesor jurídico balear ahora encarcelado, saludó a la infanta: “Alteza, ¿ha descansado?”. El juicio tiene esta mezcla de gente, una noble con un preso. Salvador Trinxet, como cada día, le pasó un bocadillo en una bolsa de plástico para el receso de mediodía, un amable favor que le hace.
Torres, que ya el miércoles se vio acosado y tocado, al arrancar la sesión ya no estaba por la labor. “Si quiere marearme…”, espetó a una letrada de la acusación que amenazó con pasarle una por unas 826 facturas bajo sospecha. La prueba de que Torres ya no es el que era fue una frase nueva en su boca: “No le contesto”. Frente a su monólogo del día anterior, el jueves le eclipsó la acusación. La abogada del Gobierno de Baleares no se dejó intimidar y se lanzó a leer una por una esa montaña de facturas. Hacia la número 88 intervino el abogado de Torres, en realidad en defensa de todos, para pedirle que parara. Prometió abreviar pero siguió y a las 10.11 se fue la luz en la sala porque uno de los agentes sentados al fondo se apoyó en el interruptor, quizá presa de la modorra. Fue una hora de silencio de Torres ante un desfile abrumador de facturas que no quería comentar. Se le veía contrariado, fatigado al tercer día de interrogatorio. “Ayer [por el miércoles] acabé mal, muy cansado”, reconoció luego, pasadas las seis de la tarde, para pedir un descanso.
El personaje, un alegre torrente verbal durante dos días, que contagiaba su confianza en salir airoso de este trance, se ha ido desdibujando. Cuando volvió a hablar fue para describir su despacho, ese flamante instituto de excelencia que ha recibido tantos millones, como la oficina de los hermanos Marx. Con un lío de facturas reales, proforma, borradores o, como llegó a decir, “basura”, “cantidad de cosas mezcladas” en los archivadores. Se solapaba lo postizo con lo auténtico en una empanada de papelotes que nunca pensaron que deberían enseñar, y menos en un juicio. “Nóos era una oficina diáfana y no había ni armarios”, explicó Torres como si aquello fuera Silicon Valley, donde fluye limpiamente lo virtual. El fondo del proceso, el choque de lo real —no confundir con la Casa Real— con lo ficticio emergió de forma patente.
La catarsis llegó a partir de las 12.40 con la abogada de la acusación popular, Virginia López Negrete, del sindicato Manos Limpias, única artífice de la imputación de la infanta Cristina y que todos temen como un nublado. Fue a saco, directamente hacia la Zarzuela, haciendo saltar por los aires los respetuosos sobreentendidos que han enjabonado los diálogos de la sala. La letrada ofreció el mejor momento de la jornada y de lo que llevamos de juicio. Empezó preguntando por Carlos García Revenga, secretario de las infantas y miembro de la junta directiva del Instituto Nóos. Continuó con José Manuel Romero, abogado del rey emérito, Juan Carlos I, y conde de Fontao, que supervisaba las cuentas del instituto. Hasta aquí, nada que no hubiera salido ya, pero saltaron las alarmas cuando empezó con las preguntas explícitas sobre Cristina de Borbón. Su abogado, Pau Molins, intervino muy indignado para solicitar “la impertinencia de la pregunta”. La juez Samantha Romero respondió que la admitía y el letrado pareció descolocado: “¿Qué? ¿Qué se admite la pregunta?”.
No daba crédito. Pero es que luego la magistrada admitió quince minutos de preguntas impertinentes, aunque pertinentes en sentido judicial. Algunas, bastante impertinentes. También intentó parar aquello, de forma sorprendente, el fiscal, Pedro Horrach, pero en vano. Torres, metido en un juego más grande que él, el drama inesperadamente épico de este profesor desde el inicio de esta historia, fue respondiendo lo que podía. Hasta que apareció la sombra del rey emérito, Juan Carlos I, y la cuestión de si estaba al corriente de lo que se cocía en Nóos. Torres se bloqueó por completo. “¡No voy a entrar en esos juegos!”, espetó. La presidenta del tribunal aclaró que aquello no era un juego y que no iba a pasar ni una: “El tribunal va a blindar su independencia”. Ha sido la frase más potente de la juez, porque se supone que eso se da por sobreentendido.
Entonces, abrumado y confundido, Torres anunció que ya no iba a contestar una pregunta más. Una especie de harakiri para su defensa, anunciada como una pimpante colaboración de quien no tiene nada que esconder ni que temer. Siguió una larga batería de preguntas impertinentes de Virginia López Negrete sobre la infanta Cristina. Que son las que todo el mundo se hace, aunque tuviera razón su abogado y no guardaran relación estricta con lo que se le imputa, la cooperación en el delito fiscal de su marido en 2007 y 2008. Quizá también tiene razón al pensar que todo era un show mediático de esta señora de Manos Limpias hacia al mundo exterior, fuera de la sala. Pero es que lo ausente, lo que no está, tiene una gran presencia en este juicio. Todos los titulares de esta semana se han agarrado siempre a todo lo que tuviera que ver con la Casa Real, que no está siendo juzgada en el tribunal, pero sí fuera. Y lo cierto es que en estos años nadie ha explicado gran cosa. Es que ni plasma han hecho. En cuanto a expresividad, Mariano Rajoy, al lado de Zarzuela, es el Chiquito de la Calzada.
Torres, que todos los días ha ido de traje y corbata gris, el jueves añadió la camisa gris y ya era color ceniza de los pelos a la punta de los pies. Se fue petrificando. Se hacía cada vez más pequeñito en su silla mientras le caía encima un chaparrón de preguntas que le sobrepasaban e iban más arriba, a tambalear la imagen de la monarquía. El abogado de la Infanta protestó de nuevo muy airado, porque opinaba que esas preguntas que no iban a ser respondidas no debían siquiera enunciarse. Pero se leyeron, y quedaron en el aire, y aún están ahí esperando respuesta, aunque no sea judicial: que si Cristina de Borbón sabía lo que firmaba, que quién iba a conseguir los consejos de administración prometidos a Iñaki Urdangarin, que cuál era la implicación de la Casa del Rey en los negocios de Nóos, que si la Casa del Rey conocía las cuentas en Belice y Luxemburgo, que cómo fue y de qué se habló en la reunión de Rita Barberá y Francisco Camps en la Zarzuela con Urdangarin… La Infanta asistía impasible a un ensayo general de lo que se le va a venir encima el día que le toque a ella, mañana viernes o la próxima semana. “Toda esta prueba documental la aportó usted. Por eso pregunto: ¿por qué ha cambiado de estrategia?”, preguntó a Torres la abogada para terminar. No supo contestar.
El laberinto en el que se ha metido Torres se explica con su peregrinaje durante el caso, que necesita un pequeño mapa. Empezó con la familia, en el mismo bando que los Tejeiro, los hermanos de su mujer que trabajaban para él en la contabilidad. Luego, al ver que se comía solito el marrón y encima el abogado de Urdangarin se oponía al archivo de la posición de su esposa, cargó contra su exsocio y comenzó a ventilar correos. Arrastró a los duques de Palma al proceso. Pero al final los Tejeiro empezaron a cantar, han pactado condenas bajas y él ha terminado de nuevo aliado con su exsocio. Los dos solitos, con sus matrimonios. Ahora echa la culpa de todo a sus cuñados, sobre todo a Miguel Tejeiro, que se bajó en marcha del juicio el primer día al retirar Manos Limpias la acusación, e intenta salvar a su esposa y a la Infanta. Es la operación Salvemos Al Menos A Nuestras Mujeres. Pero habrá que escuchar a Tejeiro como testigo, posición en la que está obligado a decir la verdad. Ese día se cerrará el último círculo sobre los dos responsables de Nóos.
La pausa para comer cortó la tensión, pero algo se había roto irremediablemente en la línea defensiva de Torres. Por la tarde ya no respondió a más preguntas del resto de acusaciones. Tuvo que aguantar callado, él que se jactaba de su afán de explicar todo, una hora de preguntas lanzadas al aire, rendido dialécticamente en su terreno. Él que ha preparado esto cinco años. Todas esas preguntas que quedan suspendidas en el aire flotarán sobre la Infanta. Debe decidir si las responde o no, aunque sean impertinentes.
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