Pío El Pacificador
El presidente del Senado es un histórico del PP de Madrid que arbitró las disputas internas siempre sin mancharse
—¿Qué hay de lo tuyo, has hablado con el líder, ya sabes qué te toca?
—No, no sé nada, y no lo mováis ni digáis nada no vaya a ser que me propongan para un cargo o me cambien con lo bien que estoy.
El diálogo podría parecer ficticio pero es real y se ha ido produciendo sucesivamente casi desde hace 28 años, cuando José María Aznar, entonces presidente de la Junta de Castilla y León, llamó al entonces arquitecto, urbanista y experto en rehabilitaciones históricas Pío García Escudero, madrileño de 63 años, para ofrecerle el caramelo de ser su director general de Patrimonio y Promoción Cultural en esa comunidad. Aceptó aquel envite entusiasmado y luego ya fue concatenando responsabilidades, siempre como por dejación o por obligación.
Pío García Escudero, el mayor de los diez hijos de Felipe García-Escudero y Torroba, III conde de Badarán, y de Eloísa Márquez y Cano, recibió el nombre de su abuelo y heredó luego el título. Está casado y tiene dos hijos.
En política, durante mucho tiempo, pareció un hombre de Aznar, que supuestamente le había encargado el papel de mediador entre las históricas familias que se acuchillaban en las sombras de la Asamblea, la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid. Pero el árbitro que jamás se mojaba acabó tomando partido y se decantó por la facción que encabezaba Alberto Ruiz-Gallardón, al que fue escoltando en distintos puestos durante sus etapas en el Ayuntamiento de la capital y en el Gobierno regional madrileño.
En esa época, durante varias elecciones locales, el nombre de García Escudero era el primero que sonaba en las quinielas del PP para ser alguna vez candidato a la alcaldía de la capital y luego el primero que se descartaba ante la falta de interés del principal perjudicado.
En 1993, siendo ya diputado autonómico, García Escudero asumió la presidencia del PP de Madrid para poner algo de orden interno ante las constantes arremetidas del equipo de Esperanza Aguirre y la dejación del histórico alcalde, José María Álvarez del Manzano. Era cuando Ruiz-Gallardón casi presumía de que jamás aceptaría un cargo en el aparato de su partido. Le parecía lo peor. Fue la etapa en la que menos disfrutó de la política. Su función ya no tenía nada que ver con los planos o la recuperación de edificios. Su talante radicalmente moderado, sus maneras educadas hasta el exceso, su incapacidad para llevarse mal con nadie, le convirtieron en un personaje indispensable en el trato para los diputados de todas las formaciones.
En 1995, por designación autonómica, entró en el Senado, donde luego ejerció en dos etapas como portavoz de su grupo parlamentario. Sus formas dialogantes y pacificadoras volvieron a delatarle y le proyectaron en 2011 a la presidencia de la Cámara alta. Ahora ha sucedido igual. Ningún rival, ni dentro del PP ni en otros partidos, ha proferido jamás una palabra mala o una acusación grave contra Pío García Escudero. No se le conocen ni enemigos ni disputas ni se le ha visto jamás enojado.
García Escudero es un político leal pero que sabe adaptarse a los tiempos y a los nuevos mandatarios de su propio partido. Fue de Aznar, luego de Gallardón y ahora es uno de los aliados seguros, templados y sin ansias ni ambiciones a los que Mariano Rajoy busca cuando requiere una opinión lo más neutral posible dentro del PP. Solo le altera algo su mítica sangre de horchata algunas intervenciones peculiares y extemporáneas de Esperanza Aguirre.
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