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Rajoy llega justo como quería al 20-D tras una campaña a su gusto

El candidato del PP juega con la baza de lograr un resultado que le permita gobernar en minoría y solo ante la coalición de sus rivales

Javier Casqueiro
El candidato del Partido Popular a la Presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy, pasea junto a su perro por los jardines del Palacio de La Moncloa.
El candidato del Partido Popular a la Presidencia del Gobierno, Mariano Rajoy, pasea junto a su perro por los jardines del Palacio de La Moncloa.

Lo ha pasado tan mal este mandato, ha vivido en soledad presiones y momentos tan difíciles, sobre la situación límite de España y sobre la corrupción de amigos del PP muy cercanos, que esta campaña crucial del 20-D diseñada a su gusto la ha disfrutado particularmente. Mariano Rajoy confiesa abiertamente que se siente ahora satisfecho y de buen humor: optimista. Sabe lo que se juega pero ha llegado al momento culminante como quería, con opciones de ganar frente a una alternativa fuerte pero demasiado diversa como para retirarle.

El candidato del PP es muy previsible para todo. Se traza un guión y unas metas y las cumple. Ha dedicado al PP y a la polítida “su vida”, ha perdido y ganado muchas elecciones desde que comenzó a pegar carteles de Alianza Popular hace 38 años, y conoce mejor que nadie ahora en su partido lo que supondría tener que abandonar el poder este 20-D. No hay nadie en activo en el PP que acumule su trayectoria, seguramente tampoco entre los ya jubilados. Fue uno de los cinco miembros fundadores de la junta local de AP en Pontevedra con 22 años, cuando le dedicaba a ese oficio algunas noches al salir de estudiar la oposición de registrador. Y es ahora a los 60 el presidente saliente que se enfrenta por primera vez en España a la posibilidad real de no repetir frente a otros tres aspirantes con proyección de ocupar su despacho.

 “Interesante cómo durante la campaña la edad y veteranía de Rajoy ha pasado de ser un inconveniente al mayor activo”, sostiene uno de los jóvenes de la cúpula del PP fichados tras el varapalo de las elecciones locales de mayo para competir en los platós de las tertulias de TV con los líderes de las fuerzas emergentes.

El método Rajoy para pasear en chándal con Rico por La Moncloa

Javier Casqueiro

El método Rajoy lo sigue para todo, para la política, la vida privada y el deporte. Vive cómodo en las rutinas. Ya se sabe que se levanta poco antes de las siete para hacer 40 minutos de cinta y bici en el gimnasio de La Moncloa, y los fines de semana, como ayer en la jornada de reflexión, anda rápido unos siete kilómetros. A veces con su perro, Rico, que le regaló una vecina de Aravaca, el barrio acomodado de la zona norte de Madrid donde vívía antes de ser presidente. De este sábado, además de las fotografías y el vídeo a la carrera con Rico, se ha dado a conocer poco más que lo pasó con su esposa Viri y sus dos hijos. Recuperando tiempo perdido de las milimétricas e intensas jornadas laborales, que comienzan en el despacho a las 8.21 y acaban justo a las 21.00 para cenar en familia.

Para Rajoy, sin embargo, no será esta noche la primera en la que pone sobre la mesa del resultado político su futuro. Ha estado al borde de la retirada varias veces. Algunos de sus colaboradores en el PP ya recogieron sus bártulos del despacho tanto en la resaca de la pérdida en marzo de 2004, tras los atentados de Atocha, y luego en 2008, cuando se le levantó un polvorín interno a su derecha en el partido y en algunos medios de comunicación. Su reacción entonces con calma, temple y voluntad de perseverar es una de las características que define su carrera. Cuando se llega al borde del abismo, los problemas se enquistan, las llamadas se acaban y no hay más equipo con el que consultar, Rajoy se encierra en su despacho, solo, y luego se va a la cama a enfriar un poco más el conflicto. Algunos le acusan de inmovilista o pasota. En el argumentario del PP esa flema se considera experiencia, certidumbre, seguridad, solidez y les garantiza que Rajoy no va a proponer ni hacer ninguna ocurrencia. Otras veces no hace nada, deja correr el agravio, hace como que no escucha, hasta que escampa. O no.

Encerrado así durante más de tres años, antes del verano, ante el quinto aviso electoral de fracaso para el PP, comprendió y aceptó que debía cambiar algunos hábitos. Mostrarse más, bañarse en el río Umia, pasear, hacer fotos. Y se lo tomó como otra oposición, hasta esta campaña del 20-D, diseñada para maquillar su mejor rostro y ocultar sus carencias. El plan ha salido. Hasta la compasión que despertó en sus filas el mal debate y el puñetazo de Pontevedra han ayudado en ese fin. Si gana y gobierna, gracias a la abstención buscada de Ciudadanos, no se ha puesto aún techo a sus mandatos. Si pierde, esta vez sí se marchará para casa. O no.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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