Incertidumbres y esperanzas para el Rey en el 20-D
Felipe VI afronta por primera vez como monarca unas elecciones generales cuyo resultado tendrá varias claves de interés para la Corona
El 20 de diciembre Felipe VI vivirá sus primeras elecciones generales como rey de España. A diferencia de otras veces, no se trata de unos comicios más para cumplir con el trámite de someter candidatos y siglas a la ratificación de las urnas ni con un resultado más o menos previsible que decante la balanza hacia una de las dos posiciones habituales. La convocatoria del 20-D contiene varias claves de interés para la Casa del Rey por la incidencia que pueden tener en la institución.
Por primera vez en la historia de la reciente democracia española, el tradicional bipartidismo, el mismo que ha sustentado a la Corona en los momentos de mayor impopularidad, está en cuestión. Las consecuencias de la peor crisis sufrida en España desde el cambio de régimen, con el deterioro de la clase media y la desafección del electorado hacia los dos grandes partidos (PP y PSOE) por su indulgencia con la corrupción, han propiciado el surgimiento y crecimiento de nuevas opciones políticas. La consecuencia es una fragmentación del mapa político que amenaza el tradicional equilibrio alternante español.
Una de las primeras inquietudes en La Zarzuela ante ese nuevo escenario es el republicanismo efervescente de los partidos emergentes de izquierda, como Podemos, u otras organizaciones minoritarias radicales asociadas, a las que la atomización electoral puede situar en coyunturas muy influyentes, como ha sido el caso de la anticapitalista CUP en Cataluña.
El episodio de la revisión de la iconografía monárquica impulsada en Barcelona por la alcaldesa, Ada Colau (Barcelona en Comú), cuyo suceso más estridente fue la retirada del busto de Juan Carlos I del salón de plenos del Ayuntamiento de la capital de Cataluña, es la señal de una tendencia inquietante para la Monarquía que no solo ha penetrado en otros Ayuntamientos, como Cádiz, Zaragoza, Terrassa o Sabadell, sino que las elecciones generales pueden elevar hasta el Congreso de los Diputados con la consecutiva amplificación de ruido y acción.
Pero la convulsión del mapa electoral no solo trae incertidumbres para la Casa del Rey. Las ventajosas posibilidades de una de las opciones emergentes como Ciudadanos introducen una perspectiva de tranquilidad para la Corona. El partido de Albert Rivera, al que las encuestas señalan como clave en los pactos de los que ha de surgir el próximo Gobierno de España, ofrece la misma posición de continuidad respecto a la Corona que los tradicionales PP y PSOE. La posición central de la formación naranja es una garantía para La Zarzuela en medio de un panorama de desconfianzas.
El Rey, además, mantiene una buena relación personal con Rivera desde que ambos se conocieron en enero de 2013 durante la inauguración del AVE en Girona. Según ha relatado el propio Rivera en su libro Juntos podemos, el entonces Príncipe de Asturias lo citó para un largo encuentro en el que se sintió sorprendido por el gran interés de don Felipe por su trayectoria política. Esas citas se han ido repitiendo con oportuna asiduidad desde entonces. La sintonía entre ambos, aunque Rivera se define como “de principios republicanos”, resultó muy evidente el pasado 12 de octubre durante la recepción de la Fiesta Nacional en el Palacio Real de Madrid, en la que mantuvieron un breve pero intenso (y vistosamente afín) encuentro en un corrillo en el Comedor de Gala.
Esa correspondencia, con un Rivera decisivo para la aritmética de los dos grandes partidos, puede resultar fundamental igualmente para que la Monarquía redimensione su posición en algunos países, puesto que es el Gobierno el que marca la proyección exterior y el que decide los viajes oficiales del Rey. Cuba, donde el Gobierno y su ausencia en el proceso de apertura del país por diferencias ideológicas han impedido hasta ahora la presencia del Rey, sería uno de esos países.
Efecto en Cataluña
Las elecciones del próximo día 20 también pueden aportar nuevas oportunidades para la Corona. El principal problema que tiene el Rey sobre la mesa en estos momentos es el desafío independentista catalán surgido de la tensión entre el Gobierno central y la Generalitat de Cataluña.
El resultado de las elecciones catalanas del pasado 27 de septiembre no ha agravado el problema, pero tampoco lo ha desactivado. Sin embargo, sus consecuencias, con el consiguiente enquistamiento institucional por la negativa de la CUP a investir a Artur Mas, ha acelerado la descomposición de Convergència y ha abierto brechas para posibles nuevos escenarios de resolución que pueden sustanciarse a partir del 20-D.
La introducción de nuevos actores en el paisaje político representa una oportunidad para la descongestión de un conflicto que la mayoría absoluta del PP y la desesperación de Convergència han llevado a un callejón sin salida que ha puesto contra la pared al Rey, quien como jefe del Estado simboliza la unidad y permanencia de España y ejerce una función arbitral y moderadora del funcionamiento regular de las instituciones. La desactivación del conflicto es el imperativo más acuciante de la Monarquía.
Los asuntos de la Casa del Rey no habían dependido nunca tanto de un desenlace electoral. Incluso el tradicional discurso de Navidad, uno de los más importantes que a lo largo del año pronuncia y produce Felipe VI, depende en buena parte por primera vez de lo que ocurra cuatro días antes por la complejidad de un escenario en el que son fundamentales, al menos, cuatro opciones.
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