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Tribuna
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De Mas a Podemos

En su despedida europea, Iglesias ha recuperado el discurso del odio

Antonio Elorza

No es casual el segundo plano asumido por Artur Mas en la proclamación de la independencia desde el Parlament. De un lado, se trata de subrayar que “el proceso” es fruto de una acción colectiva; de otro, hay que esconder la cara ante las sanciones que lógicamente recaerían sobre él.

De hecho, cuanto viene sucediendo estaba prefigurado desde septiembre de 2012. El propósito declarado de actuar al margen del Estado español y del Constitucional es el punto de llegada lógico de una trayectoria resumible en cuatro puntos: 1) El Gobierno catalán, en nombre de una Catalunya que solo él encarna, asume un poder constituyente cuyo fin es la independencia (“soberanía”); 2) Ello significa que la Constitución española deja de tener vigencia en Catalunya, salvo, claro es, para habilitar jurídicamente al Govern en la obtención de dicho propósito; 3) Como consecuencia, el único papel de las instituciones españolas y de sus organizaciones políticas es otorgar el visto bueno a cuanto Catalunya haga y decida; toda oposición en nombre de la ley resulta “antidemocrática”; 4) Y last but not least, la mitad de la sociedad catalana no independentista se convierte en sujeto pasivo del “proceso”, sometida al totalitarismo horizontal, a la homogeneización impuesta desde la Generalitat. La verdadera Catalunya se encargará de decidir. Y así ha sido.

Poco diálogo cabía. El error del Gobierno no ha sido defender siempre la Constitución, sino asumir el papel de una fortaleza sitiada, ignorando que la democracia no requiere propaganda, pero sí comunicación, aspecto en que Mas se movió sin obstáculos. Ignorando también que la Constitución admite ser reformada, y ello ha de ser esgrimido desmintiendo la imagen del callejón sin salida impuesto desde Madrid. Olvidando por último hasta ayer que una crisis constitucional ha de ser abordada mediante la coordinación de fuerzas democráticas.

¿Incluido Podemos? En su intento de atraer votos como sea, Iglesias busca aquí la cuadratura del círculo. Quiere a Catalunya en España, pero tal sentimiento no tiene efecto alguno; antes está “el derecho a decidir”, sin que cuente para nada el marco coercitivo en que tendría lugar. Mas nunca, pero vota a su candidata para presidir el Parlament. Autodeterminación primero, en plena crisis; victoria del no, augura. ¿”Garantía de unidad de España”? Rajoy recibe a Podemos: ¿por qué no, y antes, a Izquierda Unida?

En su despedida europea, Iglesias ha recuperado el discurso del odio, inherente a su personalidad. No formuló críticas, sino acusaciones y descalificaciones propias de un fiscal de la Revolución (1793, 1937), con la guillotina imaginaria alzada frente a Jüncker y todos los componentes de “la maldita coalición” populares/socialistas. Ahora toca ponerse nuevamente la máscara y sembrar ilusiones. El fracaso de los demócratas sería su oportunidad.

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