Héroes en la sombra
Cuatro personas que arriesgaron sus vidas por salvar a otros cuentan cómo lo vivieron
No llevan capa ni mallas. No son invencibles. Sufren como el resto y algunos aún tienen pesadillas. Presentan cicatrices externas y, sobre todo, emocionales. No sabían que eran capaces de reaccionar como lo hicieron en situaciones límite. Pero lo volverían a hacer. Enrique Ferrero, sargento de la Guardia Civil; Ángel S., policía nacional; Pep Toni Far, sargento de bomberos; e Ismael Mesquita, talador de árboles, son cuatro de esos héroes anónimos que han salvado vidas sin importarles poner en riesgo las suyas.
Sus historias son distintas, pero se tocan en algunos puntos. Todos coinciden en que no se consideran héroes, que volverían a actuar como lo hicieron y que nunca pensaron que serían capaces de afrontar condiciones extremas. La adrenalina, que les hizo reaccionar en milésimas de segundo; el no pensar qué riesgo enfrentaban y el apoyo posterior de sus familias se entrecruzan en sus testimonios. Los cuatro recibieron sendos reconocimientos en la primera edición de los Premios One de Seguridad Nacional.
1. Hasta el pico de una montaña
El sargento Ferrero, hoy de 38 años, acudía junto a otros tres compañeros a rescatar a un montañero en el pico de La Polinosa (2.160 metros, León) el 24 de agosto de 2014. El helicóptero en el que viajaban se acercó demasiado a la pared de la montaña y el toque de las aspas con la roca lo precipitó ladera abajo. Ferrero tenía un pie en el patín del aparato y otro en la terraza rocosa. "Cuando escuché el ruido me tiré encima de la pared cubriendo al chaval", recuerda Ferrero. Después, bajaría de nuevo hacia el helicóptero "para comprobar cómo estaban mis compañeros" (todos fallecieron en el acto) y "para recuperar la camilla".
"Todo transcurre como si estuvieras en una película, no es hasta que pasa el tiempo cuando te das cuenta de lo ocurrido", asegura el sargento Ferrero, que tenía a su mujer embarazada y a su hijo de dos años esperándole en casa. Al final de aquella trágica jornada, "cuando les ves, piensas: 'Que nadie me separe de ellos nunca". De sus tres compañeros fallecidos se acuerda "cada día" cuando llega al trabajo. "Lo que más me duele es pensar cómo será la vida de sus viudas. Cuando lo pienso, me siento y me pongo a llorar un rato", reconoce, con el rostro serio, emocionado, Ferrero.
2. Rodeado por las llamas
El sargento de bomberos Pep Toni Far, de 51 años, logró rescatar el 6 de agosto de 2010 a su compañero Juan Gabriel Moyá, atrapado en un bar mallorquín incendiado tras caer un falso techo. Pero en su cabeza "todos los días" recuerda a Alejandro Rivas, el otro compañero al que no pudo salvar aquel día.
Las llamas estaban concentradas al fondo del establecimiento. El sargento Far salió del bar al ver que se estaba quedando sin aire, pero se percató de que uno de sus compañeros aún estaba dentro. Era Moyá. Tras sacarlo y ponerlo a salvo, Far se dio cuenta de que Rivas tampoco había logrado salir y volvió a adentrarse entre las llamas. No lo encontró. El oxígeno de su bombona se acabó y sus manos estaban ardiendo. "En ese momento, toda mi familia vino a mi cabeza y no sentía las quemaduras. Solo me concentraba en salir de allí", cuenta este bombero con familia numerosa (cuatro hijos).
Far estuvo fuera de servicio seis meses, en los que recibió el apoyo de su mujer, su hermano y los compañeros de su estación. "Hay muchas noches que todavía me despierto pensando en aquello", apunta Far. "No hay día que no me levante pensando en Alex y su familia. Pienso en lo que podía haber hecho y no hice, aunque mis compañeros y yo dimos todo lo que pudimos aquel día", reflexiona este sargento de bomberos.
Quince días después del suceso nacía su cuarta hija, Ángela. Él acudió al quirófano donde daba a luz su mujer con las manos vendadas y empapadas en pomadas. "Recuerdo cuando me pusieron a mi hija en brazos", cuenta Far emocionado. "Ver que puedes vivir ese momento... Me di cuenta de lo afortunado que era y sufrí porque Alex no pudiera ver crecer a su hijo", afirma el bombero.
3. Del bar a salvar a dos personas y un perro
Ismael Mesquita, de 52 años, es portugués, pero lleva en España desde los 16. El 20 de junio de 2013, este talador de árboles estaba tomándose un refresco en una cafetería de Mungia (Vizcaya). Era un día normal como otro cualquiera. De repente, un edificio cercano comenzó a arder. Mesquita reconoce que "como las emergencias no llegaban" decidió trepar a una grúa cercana para rescatar a una mujer y su hija, que estaban en uno de los balcones. Con la ayuda de los operarios, que acercaron el brazo de la grúa a la fachada, logró bajar a madre e hija y aún subió una vez más para salvar a una perra de raza bóxer.
"En ese momento no pensé que tenía dos hijas [de 12 y 19 años]. Lo volvería hacer sin pensar las consecuencias", cuenta Mesquita, que volvió a su casa aquella tarde "como otro día cualquiera". Sus hijas se enteraron por las redes sociales y amistades: "En los pueblos, cualquier cosa corre como la pólvora". Él no se considera un héroe, aunque durante días los vecinos de la localidad lo consideraron como tal. "Soy una persona normal; actuar así es algo que te sale de dentro", asegura al recordar el suceso, con el que nunca ha soñado.
4. Salto a las vías del metro
Las cámaras de vigilancia del metro recogieron cómo, en la estación de Puerta del Ángel, un hombre caía a las vías y quedaba tendido en uno de los raíles. De fondo se escuchaba al tren llegar por el túnel. En el andén de enfrente, Ángel S., de 30 años, saltó a las vías y arrastró al hombre, inconsciente, justo a tiempo para que la máquina del convoy no le pasara por encima. Era el 3 de diciembre de 2010 y este agente de la Policía Nacional, de paisano, se había convertido en héroe.
"No da tiempo a pensar en nada. No eres consciente del peligro al que te enfrentas", asegura Ángel. El hombre rescatado moriría unos días después. Pero la madre "se movió muchísimo" para dar con el agente que había salvado a su hijo. "Siempre me felicita las Navidades", cuenta el policía. Ángel estaba recién salido de la academia, donde ingresó en 2009 para cumplir un sueño que tenía "desde pequeño; me gusta ayudar a la gente".
En su momento recibió la Medalla al Mérito Ciudadano de la Comunidad de Madrid y numerosos elogios que le abruman. "No soy un ejemplo a seguir, ni un héroe. Solo soy un simple policía al que le encanta su trabajo", dice, avergonzado.
Estos héroes anónimos nunca supieron que serían capaces de reaccionar como lo hicieron ante situaciones de extremo peligro. Las palabras de Enrique Ferrero valen para resumir cómo se sienten todos ellos al echar la vista atrás y recordar cómo pusieron su vida en juego para salvar a otros: "No soy un héroe, ni siquiera soy mejor profesional que otros, simplemente soy una persona normal que tuvo suerte en un momento concreto".
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