PP: España como patrimonio
A su dinámica de nombramientos subyace una concepción patrimonial del poder
La seria advertencia de las pasadas elecciones no ha alterado ni la línea ni los usos políticos en el PP. Rajoy tiene una sola virtud política, la de la persistencia, y con ella va a jugar de cara al electorado amparándose en los buenos datos de un crecimiento económico que cualquier otra opción triunfante vendría a comprometer. Como siempre, para él gobernar es resistir, y la confirmación de Dolores Cospedal a su lado es la mejor prueba de ello. El rejuvenecimiento en la esfera de la comunicación ha sido el único cambio observable en el vértice, con la excepción del nombramiento de García Albiol como candidato en Cataluña, y no precisamente para acercarse al centro sociológico, sino para probar con la receta del populismo xenófobo.
Relevos sí ha habido, forzados por la derrota en la pasada consulta electoral, y de nuevo su materialización es prueba de una resistencia numantina a la renovación. Por si alguien dudaba de la nula utilidad del Senado, ahí tenemos a los dirigentes de comunidad defenestrados que pasan a ocupar puestos en la segunda cámara. El episodio enlaza con un fenómeno de fondo muy útil para entender la política del Partido Popular: a su acción de gobierno y a su dinámica de nombramientos subyace una concepción patrimonial del poder. Expresión a su vez de la mentalidad de una clases conservadoras, acostumbradas a disfrutar de una preeminencia social y económica, no solo sobre la mayoría de las ciudadanos, sino también sobre unas instituciones a las que miran como simples instrumentos de sus intereses.
Vicios privados, captación de lo público. Así la corrupción no es sino el reflejo de esa supremacía asumida como algo natural y a la que no deben serle opuestos límites legales. Por eso a Rajoy el caso Rato le suscitaba disgusto, por lo ocurrido a uno de los suyos, no lo que hubiera sido más lógico: repugnancia. Y por eso mismo en momento alguno el gobierno popular, a pesar del desprestigio ocasionado por los sucesivos escándalos, nunca procedió a limpiar sus establos de Augías.
De ahí también la profusión de nombramientos de cargos técnicos, en áreas como la cultural, donde al parecer el perjuicio no importa, asignados a leales y recomendados, por incompetentes que fueran. Ciertamente el PSOE no estuvo aquí libre de nepotismo, con patrocinadores de mediocres por encima de toda sospecha, en alguna ocasión. Por su parte, la deriva del PP se ha incrementado ahora que es preciso para algunos escapar hacia puestos más seguros y para otros ver gratificadas sus colaboraciones con gestores desplazados por el voto de mayo. De nuevo estamos ante el esperpento, provocado por el imperio de la concepción patrimonial del poder sobre el interés público.
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