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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pablo Iglesias: la historia mutante

Una cosa es la adecuación a tiempos que cambian, y otra ir haciendo girar los propios planteamientos políticos, con un propósito evidente de enmascarar las propias posiciones

Antonio Elorza

En el artículo ayer publicado, Pablo Iglesias explica el abandono de temas inicialmente centrales en su ideario, tales como la polémica monarquía-república, por requerirlo la adaptación a las circunstancias, ya "que asumimos que el tablero político no lo definimos nosotros".

Ahora bien, una cosa es la adecuación a tiempos que cambian, y otra ir haciendo girar los propios planteamientos políticos, con un propósito evidente de enmascarar las propias posiciones. Es lo que sucede con su reciente ensayo "Una nueva Transición", si lo comparamos con otro aparecido sobre un tema análogo en Rebelión hace tres años, con un expresivo título, relacionando entonces un nuevo ambiente golpista a lo 23-F con este periódico. Entre ambos existen elementos comunes, tales como el diagnóstico de una crisis política de la cual se deriva una necesidad de cambio de régimen, y el relato de base, al presentar la transición de 1978 como un pacto entre élites cuya vigencia política se ha agotado; de ahí que el testigo deba pasar a quienes representan los intereses de las clases populares. También rupturas espectaculares, del todo previsibles, incluso con el pasado inmediato. Así el distanciamiento de los hermanos griegos, Tsipras y Syriza, despachados con un "Grecia no es España". El ejemplo heleno no gana hoy adeptos.

Por encima de todo, la fórmula de la transición ya no es lo que era. En la versión de P.I. del pasado domingo, habría surgido de un equilibrio posibilitado por las debilidades recíprocas de los franquistas y de la "oposición democrática". Balance: "una democracia liberal homologable". En 2012 "la llamada transición" era por el contrario atribuible al "tutelaje permanente por parte de poderes extranjeros", que aceptaron "cierta democratización" a cambio de atlantismo. El Rey heredaba el poder de Franco y el golpe del 23-F "quizá fracasó en su forma pero no en sus objetivos".

Vistas las cosas desde el presente, la estimación es otra. El 23-F habría resultado un fracaso cuyo efecto fue nada menos que "consolidar nuestra Transición" (subrayado AE): el reforzamiento de la monarquía se vuelve mayor prestigio, la victoria del PSOE deja de ser la expresión del miedo y la entrada en Europa y en la OTAN, antes factor de sometimiento, también contribuye a la consolidación. Por supuesto, de los GAL y de la "guerra sucia de la que Felipe González se muestra tan orgulloso últimamente", mención de 2012, ahora ni palabra.

A todo esto, la economía está siempre ausente, salvo para advertir que los Pactos de la Moncloa, en vez de salvar al país del desastre, como sostienen tantos especialistas, abrieron el camino al neoliberalismo. Acepta ahora modernización y mejoras hasta 2008, antes inexistentes. Con elegancia, Iglesias salva la responsabilidad del PSOE y carga sobre el PP la causa de la crisis. Y lo que en 2012 era censurable ausencia de depuración del ejército, es hoy elogio a la "buena salud" de las Fuerzas Armadas, extensible al nuevo monarca.

Lo que no se salva en uno y otro artículo es el bipartidismo, también en crisis, para remediar la cual El País habría propuesto en 2012 "un acuerdo nacional". Iglesias suscribe el diagnóstico pesimista del diario sobre la previsible deslegitimación del sistema. Sin embargo, su juicio sobre "el periódico en el que hoy escribo" ha girado 180 grados. Hoy es presentado por él como "el más importante baluarte cultural de la Transición". En 2012 al recomendar "la urgencia de pactar" a PP y PSOE, "el que muchos consideran el periódico español de referencia internacional" se colocaba implícitamente entre los "portavoces del régimen" que proponen "gobiernos de salvación nacional" y "legislan contra las mayorías". Llamamientos que "no son propios de demócratas, sino de golpistas". De ahí la cordialidad que rezumaba el título: "Los nuevos golpistas tienen mucha PRISA".

No se trata de un simple oportunismo: la valoración de todo tema o institución por Pablo Iglesias depende únicamente del papel positivo o negativo que los mismos desempeñan de cara a su único objetivo, la conquista del poder. La historia no escapa a esa subordinación.

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