La bandera no deja ver el bosque
La polémica por la enseña nacional no ha dejado ver el bosque de un discurso de Pedro Sánchez interesante y significativo
Borges fue el hombre que lo adivinó todo. La bandera sirve, si acaso, decía el viejo ciego humorístico, para no perderse en el mar. El faro es la mejor bandera, y es tan solo una luz. Como El Aleph.
Es mejor El Aleph, pero hay banderas, qué vamos a hacerle. La bandera española ha sido estos días convidada de piedra de casi todo, y fue porque la puso el Partido Socialista Obrero Español como espalda de su candidato a presidir España, Pedro Sánchez.
Esa era la bandera española. Cuando salió al escenario la bandera parecía la aparición de una intrusa, pues no es corriente. Fue corriente verla en la Plaza de Colón, tan exagerada, o en una explanada de Las Palmas de Gran Canaria, donde el ahora ministro de Industria la situó para que se enterara Aznar.
Pero como el origen de la bandera esta vez era el sector lila, rojo y amarillo de la sociedad española… Dios, la que se armó. Somos tan exagerados. La yugular es un accidente del cuerpo en el que se fija el enemigo en cuanto tiene la más mínima ocasión de dañar.
Y del mismo modo que a Manuela Carmena, que es más pacífica que sus plantas, la pone a parir su jefa de la oposición como si esta mujer delicada hubiera inventado el odio que la otra le atribuye, Sánchez parece que ha deshonrado la bandera.
Dejen en paz la bandera, caramba, que hace daño si la tocas, como la rosa hace daño en los dedos de los poetas que la tocan demasiado.
Lo cierto es que la dichosa bandera no ha dejado ver el bosque de un discurso al menos interesante, y significativo, por varios motivos. En primer lugar, ese discurso que hizo el otro día en el Circo Price Pedro Sánchez no fue contra nadie, y ese es un rasgo más importante (con perdón) que la bandera, pues no apela a bandería. En el discurso, este joven emergente reclamó respeto para el adversario, y puede dar la impresión de que los adversarios se sintieron más urgidos por eso que por la bendita (o maldita, hay para todos los gustos) bandera nacional.
En último lugar, me ha llamado mucho la atención que entre los que subrayan los discursos ninguno (que yo sepa) haya recogido una circunstancia cuando menos interesante: el telonero Javier Fernández (por cierto, qué buen mitin dio el hombre, se ve que viene de tierra en la que hablar tiene premio) citó a Antonio Muñoz Molina, académico y novelista, ensayista de Todo lo que era sólido; el escritor de Úbeda ha dicho algunas cosas que recuerdan que no venimos de la nada sino de una larga lucha que ahora se pretende arrojar a la basura. Fernández piensa lo mismo y se apoyó, como buen orador, en una buena referencia.
Y el propio Sánchez usó a Fernando de los Ríos, en cuya sabiduría se sustentó Lorca, para invocar respeto entre contendientes, y usó la palabra de Saramago, que venía de otras banderas (las banderas de Portugal), para alertar contra el mal uso de la democracia entre nosotros.
A mí me dio pena que una bandera, tan grande como la que hubo en el circo, fuera capaz de ensombrecer esas citas. Borges decía que las palabras valen más que las banderas. Pero es que aquí arremetemos a ciegas contra el que lleva una bandera antes de que se ponga a hablar.
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