Rajoy, de árbitro a capitán
Rajoy ha hecho caso a Juan Vicente Herrera. Se ha mirado al espejo y ha llegado a la conclusión de que él es el hombre para jugar el partido
Sería injusto, muy injusto, culpar a Mariano Rajoy de haber frustrado a la afición. Porque él ha obrado conforme al guion que básicamente se había trazado. Y, para bien o para mal, ha persistido en lo que cree. No ha habido, pues, bandazo.
Los cambios que ha introducido deben considerarse en el contexto de grave crisis de un partido que con 186 escaños en el Congreso de los Diputados pierde, entre las elecciones europeas y municipales, más de cinco millones de votos. Un contexto en el que, además, millón y medio de votantes del partido se queda en casa en los últimos comicios.
Rajoy advirtió enseguida después del 24-M que no cree en la necesidad de cambios de Gobierno. El ministro de Educación, José Ignacio Wert, se larga y hay que sustituirle. Otro tanto podía ocurrir con el ministro de Economía, Luis de Guindos, este mes de junio. Wert tiene que ser sustituido. Y ahora la sustitución de Guindos se desplaza, si ocurre, hasta julio, al posponerse la votación sobre el nuevo presidente del Eurogrupo.
Por tanto, el centro de la gravedad de la crisis era y es el partido. Y aquí es donde Rajoy ha concentrado su apuesta. Los cambios no son cosméticos entendiendo por cosmética los llamados retoques Max Factor donde todo queda en un nuevo maquillaje.
¿Por qué?
Porque el presidente del Gobierno considera una prioridad para ganar las elecciones generales ser más presidente del partido. Ha asumido que él no ejerce la dirección política en el PP y que para intentar ganar tiene que hacerlo. Eso es evidente cuando afirma que presidirá las reuniones del comité de dirección del PP como lo hace con los cónclaves del consejo de ministros en el Palacio de la Moncloa.
Pero, además, ha nombrado un propio en este nueva orientación. Se trata de Jorge Moragas, su máximo asesor en todo, que pasa a dirigir la campaña de las elecciones generales.
Rajoy, como ha exigido Juan Vicente Herrera, se ha mirado al espejo y ha decidido dejar de ser árbitro en el PP a ejercer como capitán del equipo que se presenta al partido de las generales. El presidente se lo plantea como el partido que define la copa. Y va junto a su alter ego, Jorge Moragas.
Esto pone de relieve que Rajoy parece creer que solo puede acometer la victoria con su gente. Y, en cierto modo, es una confesión del aislamiento que soporta su visión de la realidad en los círculos de poder de su propio partido.
Para asumir esta nueva etapa hasta las elecciones generales no ha querido Rajoy hacer destrozos en la cúpula. Es la idea de que estos cambios se hacen por adición. ¿Para qué cambiar a María Dolores de Cospedal en la secretaría general del partido si ahora mismo se ha abierto la campaña electoral y todo va sobre esta campaña? ¿Para que desplazar a Cospedal si será Rajoy quién va a dirigir el equipo en el campo de juego, lo que supone abandonar el papel fundamental de árbitro dentro del PP? ¿Para que meterse en el lío de defenestrar más allá de lo estrictamente necesario (Floriano, González Pons) si lo que busca puede hacerse sin ello?
Rajoy quiere ganar al PP a su idea de que si se persiste en el mensaje de la recuperación económica se ganan las elecciones en noviembre. Los dirigentes son escépticos. Por ello en lugar de hacerlo desde Moncloa, por control remoto, por delegación, Rajoy baja al campo de juego. Va a intentar demostrar que su diagnóstico es el correcto.
He aquí su doble diagnóstico elaborado con las coordenadas de Pedro Arriola
En primer lugar, no hay mal que por bien no venga. La izquierda ha arrebatado parcelas de poder fundamentales para acudir a la batalla de noviembre. Pero la izquierda es una jaula de grillos y va a cometer errores que van a llevar, como un péndulo, a millones de electores en brazos del PP dentro de seis meses.
En segundo término, la recuperación de la economía permitirá reducir el paro elevadísimo desde los actuales 5.444.600 parados, EPA del primer trimestre de 2015, por debajo de la cifra mágica de los 5 millones. Y junto con ello la lluvia fina del aligeramiento de la austeridad (demanda del sector público), la tendencia hacia mayor consumo privado y las promesas de más reducciones de impuestos.
Y, por último y no menos importante, la corrupción. Los juicios de Gürtel, Papeles de Bárcenas y Púnica no se van a celebrar en 2015 sino a partir de 2016. Rajoy confía en que lo que él llama el martilleo de las teles y las hemerotecas con asuntos de corrupción afecten menos al PP de lo que lo han hecho hasta ahora.
El diagnóstico puede estar equivocado. De hecho, en los tres puntos describe una realidad superficial,
La izquierda en los ayuntamientos, empezando por Madrid, puede no ser el ejército de Pancho Villa que se suele mentar, cuando, por cierto, el ejército del revolucionario mexicano era, según los historiadores militares, una maquinaria eficaz y no una banda de atolondrados. Es decir, pueden adoptar medidas que no solo no debiliten sino arraiguen las expectativas de los ciudadanos contra el pensamiento único del bipartidismo.
La recuperación económica continuará en la zona euro incluso cuando se acumulan nubarrones sobre una suave recesión en Estados Unidos. Pero la estructura de esta recuperación en España no variará. Es decir: la ampliación de las desigualdades. Porque es esta la que estimula nuestra particular recuperación. Es, por así decir, su raíz, que diría Rajoy cuando habla de raíces sólidas.
Y, finalmente, la corrupción. El martilleo y las hemerotecas continuarán con los escándalos. Porque faltan piezas para instruir en Gürtel 2 - Boadilla del Monte, Arganda del Rey, Majadahonda, Alcalá de Henares – además de AENA y otras; porque Púnica, también en la Comunidad de Madrid, tiene un largo recorrido; y porque el juicio de la pieza primera, una de las más grotescas menos sofisticadas y por tanto con mayor capacidad de daño de Gürtel Valencia va a continuar hasta las elecciones generales.
Pero Rajoy cree en el diagnóstico que le ha llevado a saltar al campo como capitán y compartir la batalla principalmente con Moragas, su hombre de confianza. Y, probablemente, con Alfonso Alonso en el Gobierno.
Por tanto, ha hecho caso a Juan Vicente Herrera. Se ha mirado al espejo y ha llegado a la conclusión de que él es el hombre para jugar el partido. Ahora, después de lo que ha pasado el pasado martes con Pedro Sanz, presidente saliente de la Comunidad Autónoma de La Rioja, que ha dimitido por exigencia de Ciudadanos para que el PP siga gobernando, Rajoy sabe que ganar las elecciones generales ya no es suficiente. Porque para formar gobierno, su comensal en Moncloa el pasado 2 de junio, es decir, Albert Rivera, difícilmente resista la tentación de pedir, como ha sido el caso de Sanz, su jubilación como condición para encumbrar al PP.
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