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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Gobernar se ha puesto caro

En lugares relevantes, el miedo al desgaste y el mercadeo del poder se han impuesto a la responsabilidad compartida

Josep Ramoneda

Con la dispersión de voto (o ruptura del bipartidismo, si se prefiere) gobernar se ha puesto caro. Susana Díaz y Cristina Cifuentes lo han comprobado después de que Ciudadanos les apretaran las clavijas por un simple voto de investidura. En ninguno de los dos casos se ha negociado un programa de objetivos del mandato, porque no se trataba de gobernar juntos. Ciudadanos, por lo menos hasta las generales, será un partido muy celoso de su virginidad en la gestión. Simplemente, ha sido un mercadeo para que una parte se haga con el poder y la otra refuerce su imagen ante la ciudadanía.

Ciudadanos, por lo menos hasta las generales, será un partido muy celoso de su virginidad en la gestión

El PSOE necesitaba acabar con el impasse andaluz que, por mucho que Susana Díaz amenazara con repetir las elecciones, corría el riesgo de convertirse en un fracaso. Y la presidenta, a la que este retraso descabalgó definitivamente de las primarias socialistas, ha aprovechado la circunstancia para marcar distancias con Pedro Sánchez: yo con Ciudadanos, tú con Podemos; el PSOE partido de orden y el PSOE que flirtea con la izquierda alternativa. El PP, abrumado por las pérdidas, necesitaba la Comunidad de Madrid al precio que fuera. Y Ciudadanos busca demostrar su polivalencia y desmentir a quienes les ven como organización subalterna del PP, destinada a garantizar que la derecha siga gobernando.

Una vez instaladas en el trono las presidentas de Andalucía y de Madrid, Ciudadanos se lava las manos. Ningún compromiso para la legislatura. Y, sin embargo, ellas han aceptado un montón de exigencias sobre corrupción, limitación de mandatos (Andalucía), primarias, listas abiertas o dedicación exclusiva de los diputados (Madrid), que en algunos casos incluso contradicen las posiciones de sus propios partidos.

El PSOE necesitaba acabar con el impasse andaluz que corría el riesgo de convertirse en un fracaso

Se entiende que Ciudadanos imponga condiciones en materia de corrupción, pero, ¿qué sentido tiene que un partido pretenda decidir el método de elección de candidatos de otro partido? Cada cual es libre para darse sus propias normas. Facilitar la gobernabilidad, y evitar espectáculos penosos como la larga interinidad andaluza, es positivo. Pero convertirlo en un mercadeo de investiduras demuestra que la vieja y la nueva política no son tan distintas.

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Que la política es lucha por el poder es una obviedad, y seguirá siéndolo, y no vamos a escandalizarnos por ello, pero también es cierto que se ha abierto una oportunidad de compartir y, por tanto, de pactar puntos de encuentro entre posiciones distintas que debería ser aprovechada. El final de las mayorías absolutas permite crear coaliciones con criterios de afinidad que sean incluyentes y trabajen para afrontar el problema principal: la deshumanización de una sociedad fracturada por la crisis y por la austeridad expansiva.

Es la hora de las políticas de dignidad (por lo menos, para la izquierda) Y, sin embargo, en lugares relevantes, el miedo al desgaste y el mercadeo del poder se han impuesto a la responsabilidad compartida que pregonaba Tony Judt.

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