China intenta hacer sostenible su primacía en torno a las tierras raras
Pekín controlará el consumo interno y las normas medioambientales
“Oriente próximo tiene petróleo. China tiene tierras raras”, dijo en 1992 el presidente Deng Xiaoping. La apuesta china por este grupo de materias primas fue tan decidida como visionaria, pues entonces aún no se utilizaban en muchas de las aplicaciones que hoy las hacen imprescindibles en tantas tecnologías actuales, del iPad a la batería eléctrica de un coche híbrido como el Toyota Prius. Y dio sus frutos: China es, a pesar de las turbulencias de los últimos años, el actor dominante en la extracción y comercialización de estos minerales estratégicos gracias a sus abundantes reservas y al bajo coste de extracción. Pero con enormes secuelas: saqueo ilegal de recursos, contaminación general y un sector descontrolado.
Ahora, el fin de las cuotas a la exportación anunciado el pasado enero (fijadas en 2010, la Organización Mundial del Comercio se había pronunciado contra ellas) es el pretexto perfecto para que Pekín dirija el sector hacia un camino más sostenible, algo difícil hasta ahora por la resistencia de los poderosos productores locales y, sobre todo, de las autoridades municipales, beneficiadas enormemente, fuera de forma legal o ilegal.
“El problema fundamental es el exceso de capacidad. Hay que eliminar parte de la producción y para ello el Gobierno está promoviendo la fusión e integración de empresas”, explica Chen Zhanheng, subsecretario de la Asociación china de la Industria de Tierras Raras. Según datos oficiales, a pesar de que las exportaciones de estos minerales crecieron un 27,3% en volumen en 2014, su valor cayó un 35,6% respecto a 2013. El sector está compuesto por decenas de pequeñas empresas que apenas logran beneficios ante la enorme cantidad que producen en conjunto. Actualmente, las autoridades impulsan un proceso de integración que debería terminar en seis grandes conglomerados más eficientes y, a su vez, más fáciles de vigilar.
Cerca de las principales minas de tierras raras (situadas en las regiones de Mongolia Interior y Shandong, en el norte, y en Jiangxi, Guangxi y Cantón, en el sur), son habituales los llamados lagos negros, que acumulan los residuos tóxicos derivados del proceso de refinería.
Lagos negros
“Las instalaciones de tratamiento de estos restos en Baotou [desde donde sale más de la mitad de la producción del país] están mal construidos: no cuentan con el suficiente aislamiento para que los tóxicos no lleguen a las aguas subterráneas y no serían capaces de contener estos despojos en caso de, por ejemplo, un terremoto”, explica Ada Kong, de Greenpeace. También reconoce que las autoridades parecen más decididas a hacer cumplir la ley y combatir la minería ilegal, uno de los mayores problemas.
Tras el fin de las cuotas y la eliminación de los impuestos a la exportación, el Ministerio de Comercio chino ha endurecido las condiciones para conseguir una licencia de venta al exterior. “Deben certificar que el origen de los materiales es legal y cumplir los estándares de protección del medioambiental”, dice Chen.
Al mismo tiempo, Pekín ha introducido un nuevo impuesto sobre la comercialización en el interior del país que se calculará en función de su precio en lugar del volúmen de producción. Se espera que la nueva tasa, junto al mayor control en el proceso de extracción y refinamiento y la modernización industrial, haga subir los precios de las tierras raras —ahora en mínimos históricos— y evite su consumo descontrolado. El Gobierno chino pasará así de controlar las exportaciones a controlar los niveles de producción y consumo interno.
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