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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Una modesta proposición

El ideal de que un voto valga igual que los demás es irrenunciable, pero el modelo alemán es una referencia de cara una reforma electoral

El sistema electoral español es, desde hace años, uno de los principales motivos de queja de los movimientos que, sobre todo tras el 15-M, han surgido en nuestro país en torno a la demanda de regeneración del sistema. Los filósofos y los teóricos de la democracia insisten en el hecho de que se deben garantizar determinados principios. Hay un acuerdo universal, por ejemplo, en que la misma idea de democracia implica que el voto tiene que ser igual, libre, secreto y directo. Los politólogos, por su lado, suelen fijarse en otras variables: la proporcionalidad, la gobernabilidad, la eficacia, el número de partidos...

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En España tenemos un problema gravísimo con la igualdad de voto. Es evidente que, en buena lógica democrática, nadie debe tener una voz más influyente que los demás. No al menos en la hora sagrada en la que el pueblo es convocado a decidir. Y, sin embargo, nuestro sistema permite cosas como que a unos partidos un escaño les cueste 65.000 votos mientras que a otros se les exijan 400.000. Aunque, bien pensado, deberíamos decirlo al revés: unos ciudadanos necesitan unir 65.000 voces para estar representados, mientras que otros necesitan 400.000. No parece de recibo.

Durante mucho tiempo se ha sostenido que esa lesión de un valor fundamental de la teoría democrática era algo necesario para la propia estabilidad del sistema. Algo así como un sacrificio en el altar de la gobernabilidad. Aunque eso pudo tener cierto sentido en los primeros años de nuestra andadura democrática, ahora mismo no parece sostenible.

De hecho, cabe defender lo contrario: ya no es que el sistema electoral sea una pieza de dudosa justicia pero necesaria para el sistema constitucional, sino que, más bien, ocurre que su reforma parece una condición indispensable para que nuestra democracia se regenere y vuelva a alcanzar las cotas de legitimidad y apoyo ciudadano que ha perdido tras la crisis. Con este sistema electoral va a ser imposible que nuestras instituciones se regeneren porque, en buena medida, este es el responsable de nuestras dolencias.

Casi todas las democracias europeas funcionan con sistemas más proporcionales que el español
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Es obvio que debemos mirar a los modelos que, a nuestro alrededor, han funcionado. Y es obvio también que la inmensa mayoría de las democracias europeas funcionan con sistemas mucho más proporcionales que el nuestro y con partidos infinitamente más democráticos en su funcionamiento interno que los nuestros. De esto último, que es de una importancia igualmente crucial, no toca ahora hablar, pero de lo primero sí. Tenemos el sistema electoral más desproporcional de los catalogados como “proporcionales”. Y tenemos el sistema electoral más desigualitario de Europa.

El espejo en el que debemos mirarnos es el sistema que utilizan en Alemania. Se trata de un modelo que, en lo que respecta a la asignación de escaños a los partidos, funciona en la práctica como un sistema proporcional de circunscripción única. Cada partido recibe allí una proporción de votos proporcional al apoyo recibido en las urnas. Y, por descontado, el derecho irrenunciable al voto igual está completamente garantizado: ningún alemán tiene una voz más fuerte o más eficaz que otro alemán, y eso no les impide ser la locomotora de Europa ni un modelo a seguir.

Pero, además, el sistema alemán consigue lograr otro de los grandes objetivos de todo buen diseño representativo, el de la cercanía entre electores y elegidos. Sin lesionar el objetivo primordial de la proporcionalidad, en Alemania los parlamentarios son elegidos no sólo por una lista de partido, sino además y a la vez en pequeños distritos delimitados territorialmente. Cada uno de esos distritos elige a un representante y solo a uno, y eso facilita la rendición de cuentas con respecto a un electorado concreto, con ojos, con oídos y, sobre todo, con voz. En consecuencia, los representantes están ligados a los deseos de sus electores, y no solo a los del comité de partido encargado de elaborar la lista.

Tenemos el sistema electoral más desproporcional de los catalogados como “proporcionales”. Y tenemos el sistema electoral más desigualitario de Europa

Es un sistema proporcional entre partidos, igualitario entre los ciudadanos y es cercano entre elegidos y electores. Además, Alemania es un país federal, y su modelo representativo es por lo tanto completamente compatible con nuestra estructura territorial, un elemento que se ha de tener muy en cuenta a la hora de proponer reformas legislativas de calado constitucional.

Porque, desde luego, una reforma en esta línea implicaría necesariamente reformar la Constitución. Dentro de los actuales límites podemos avanzar algo, muy poco, en proporcionalidad. Y algo, también muy poco, en igualdad. Esos límites los marcó el Consejo de Estado en un informe de 2010, pero ese dictamen parece superado socialmente desde entonces. Dentro de la constitución no podemos ni conseguir el voto igual —algo irrenunciable en democracia— ni un sistema proporcional equiparable al de las democracias europeas. Si de verdad queremos modificar nuestra realidad representativa, la reforma parece inevitable.

Jorge Urdánoz Ganuza es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pública de Navarra.

Enrique del Olmo es sociólogo. Ambos son miembros del colectivo +Democracia.

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