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“A pesar del accidente, volví a trabajar”

Unas 3.787.000 personas sufren en España una discapacidad por accidente o enfermedad. Volver a estar activo supone una lucha personal. Tres afectados relatan su experiencia

Carmen Pérez-Lanzac
Jesús Hernando sufrió un accidente laboral que le dejó sin cuatro dedos de la mano. Le implantaron dos dedos de los pies y ha vuelto a trabajar.
Jesús Hernando sufrió un accidente laboral que le dejó sin cuatro dedos de la mano. Le implantaron dos dedos de los pies y ha vuelto a trabajar.julián rojas

La mano derecha de Jesús Hernández, de 42 años, es un desafío a la anatomía. A los 33, siendo jefe de taller de una fábrica de productos de metal, una máquina se la aplastó. A los pocos días parecía la de una momia y no quedó más remedio que amputar cuatro dedos y la mitad de la palma. Actualmente su extremidad está coronada por dos pequeños milagros: el segundo y tercer dedo de su pie derecho que se mueven con gracia desde su nueva ubicación. Gracias a ellos, escribe. Y pinta. Y se ata los zapatos. Habilidades que pensó no recuperaría jamás.

Técnico industrial, el accidente le incapacitó para desarrollar su puesto de trabajo. Tras una dura rehabilitación, el Estado le reconoció una incapacidad permanente total gracias a la que cobra una pensión humilde pero digna que prefiere no desvelar. Jesús se podría haber resignado a no volver a trabajar por miedo a perder su pensión, pero Ibermutuamur, su aseguradora, se fijó en su nivel de estudios y le ofreció cursar un máster en prevención de riesgos laborales. Le pareció una buena forma de reactivar su cerebro.

Hoy Jesús es responsable de prevención de la Fundación Mapfre. Para ello tuvo que informar a la administración que le concedió la compatibilidad de pensión y sueldo. De ojos achinados enmarcados en gafas, viste chaqueta y corbata. Dice que le cuesta, que él es "de mono de grasa". Para mostrar sus habilidades, pinta en una servilleta con su nueva mano. "Como verás, funciona", dice. Y sus nuevos dedos parecen sonreír con él. Trabajar ayudando a que otras personas no sufran un accidente como el suyo, es una satisfacción diaria. "Siento que la vida me ha dado una segunda oportunidad".

En España unas 3.787.400 personas mayores de seis años sufren una discapacidad. El 10% la adquirió tras un accidente y en torno al 70% por enfermedad (el resto, por otras causas, según los últimos datos disponibles del Instituto Nacional de Estadísticas, de 2008). Casi un millón, 930.000, los más graves de entre los que estaban trabajando o en el paro al sufrir el infortunio, tienen reconocida una incapacidad total o parcial (la dificultad o imposibilidad para desempeñar un empleo).

"La mayoría de las veces no pueden volver a su viejo puesto de trabajo pero sí podrían hacer otra tarea", dice Olga Navarro, de FSC Inserta, la entidad de Fundación ONCE para la formación y el empleo de personas con discapacidad. "Ojalá las empresas empatizaran y ayudaran a reconducir a sus empleados, pero pasa raras veces. Por nuestra experiencia, solamente en grandes empresas que han tenido una relación bastante entrañable con el trabajador".

Las personas que sufren daños cerebrales severos, casi nunca vuelven a trabajar. Pero los que no arrastran secuelas tan graves, pronto sienten la necesidad de hacerlo. El español Manolo Trujillo, que fue durante años el director de Psiquiatría del Hospital Bellevue de Nueva York, cree que la exigencia del trabajo ayuda “tanto o más que la rehabilitación” en la recuperación y anima a hacerlo cuanto antes. Álvaro Bilbao, neuropsicólogo del Centro de Referencia Estatal de Atención al Daño Cerebral (Ceadac), considera también que hacerlo es muy positivo. "Primero porque supone recuperar su propia vida y segundo porque todos queremos sentirnos útiles a la sociedad".

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Otra motivación para buscar un empleo es que las pensiones de incapacidad que reciben son "bastante cortitas". La pensión media es de 916 euros y va desde los 1.815 que cobraría una persona una gran invalidez reconocida, a los 585 euros de los que obtienen una incapacidad permanente total del 55%. Sin embargo, muchas veces los afectados se encuentran con que sus pensiones son incompatibles con un sueldo. Para Valeriano, director de la Federación Española de Daño Cerebral, "se debería facilitar la compatibilidad entre ambas cosas porque para alguien que cobra 1000 euros de pensión, arriesgarse a perderla por un empleo es muy duro".

Apenas cuatro meses tras sufrir un aneurisma, Miguel Cendrero (35 años) estaba de nuevo trabajando en su empresa de ocio y tiempo libre. Este pequeño empresario había montado su empresa dos años antes, no podía plantearse echar el cierre. Pasó un mes y medio en el hospital (los primeros diez días en coma) e ingresó en el Ceadac ansioso por recuperarse cuanto antes. No sufrió secuelas físicas, pero salió del hospital muy desinhibido, soltaba todo lo que se le pasaba por la cabeza. "Era como si estuviera borracho", dice. Su seguridad en sí mismo, antes a prueba de bomba, empezó a flaquear. A pesar de todo, y aunque se lo propusieron, nunca se planteó pedir una incapacidad. "Habría sido como reconocerme inútil".

Mantuvo largas conversaciones consigo mismo frente a una silla vacía en la consulta del psicólogo del Ceadac. Necesitaba recuperar la confianza y encontrarle el lado positivo a su accidente cerebrovascular. Hoy, con su característica voz cascada, explica que de pronto se dio cuenta de que nadie tiene asegurado llegar a los 75 años. Estaba dejando demasiadas cosas para más adelante. Al año de su accidente, el deseo de vivir en el extranjero cobró fuerza y decidió dar un cambio a su vida. Contrató a una amiga para que su empresa siguiera funcionando y puso rumbo a Irlanda. Actualmente trabaja como administrativo para Microsoft. "Fíjate que nunca quise tener jefes y estaba encantado con mi empresa, pero ahora tener superiores me está viniendo muy bien. Ser anónimo en Irlanda me ha ayudado mucho. Necesitaba recuperar los hilos de mi vida".

Javier Catalán tenía 21 años cuando un chopo podrido le aplastó la cabeza. Iba conduciendo despacio cuando el árbol se desplomó sobre el vehículo. Los bomberos tuvieron que serrar el coche para poder sacarlo y un helicóptero lo trasladó desde Corduente (Guadalajara) al hospital general de Toledo, donde lo operaron a vida o muerte. Como muchos discapacitados, en el momento del accidente Javier no estaba ni trabajando ni apuntado al paro. Era muy joven. Dos años y medio después del accidente, conserva sus dos grandes pasiones intactas: el interés por las motos y el mundo audiovisual. En el último año ha hecho dos cursos de montaje y no ha parado de subir a Internet vídeos sobre temas personales para mostrar de lo que es capaz. Por el momento los hace él solo, aunque lo que le gustaría sería hacerlo con un equipo. En ellos, una voz en off sustituye a la suya, pues desde el accidente ha quedado atrapada en su garganta. El árbol aplastó los nervios que le permitían hablar. Cuando, tras un gran esfuerzo, logra articular palabra, estas salen lentas, gangosas, con un tono que odia. Y aun así, en un momento de nuestra conversación, se tapa los ojos con las manos y dice: Pu-to-ár-bol.

Tras pasar un año rehabilitándose en el Ceadac, que es público, ahora sus padres pagan la continuación de su tratamiento. Tres veces a la semana recorre junto a su padre los 150 kilómetros que separan su pueblo, Molina de Aragón, de Guadalajara, donde está la Fundación Nipace. Sus logopedas le hacen hablar, tararear y cantar, aunque sus avances son lentos. Tiene 24 años y lleva el pelo de punta. Se comunica con ayuda de su iPhone, pero muchas veces se desespera pues este no puede seguir la velocidad de sus ágiles dedos. Por su problema de habla le han reconocido una discapacidad física y cobra una pensión contributiva que no le permite independizarse. Dice que si lograra ser montador de vídeo tendría que renunciar a su pensión, pero que lo haría encantado.

"Cuando he trabajado he sido muy feliz", responde Javier por escrito. "He conocido a gente, he tenido dinero para mis gastos y me he sentido lleno". No ha tenido que esforzarse para ver la vida como la ve. Tenía el ejemplo en casa. Su padre, que sufrió la polio siendo niño, anda con ayuda de muletas y conduce un coche adaptado a sus necesidades. "Jamás se ha rendido", dice su hijo. "Él me ha demostrado la importancia de ser fuerte y superarse". Sabe que encontrar trabajo no será fácil. "Lo tendré muy complicado. Veo a mis amigos, que no tienen limitaciones y no encuentran empleo, y yo con mis problemas de habla tengo el campo laboral mucho más reducido... Pero espero que me llegue el momento".

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Sobre la firma

Carmen Pérez-Lanzac
Redactora. Coordina las entrevistas y las prepublicaciones del suplemento 'Ideas', EL PAÍS. Antes ha cubierto temas sociales y entrevistado a personalidades de la cultura. Es licenciada en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de El País. German Marshall Fellow.

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