Esperanza, ¿figura del toreo?
Queda claro que Aguirre ha dado la vuelta al ruedo paseando en triunfo las dos orejas Falta ver el efecto cuando haga el paseíllo en una plaza que habrá de compartir con otros
Faltan los carteles pero se aproxima la feria taurina de San Isidro, un invento de aquel gerente de la plaza monumental de Las Ventas, Livino Stuyck, que puso a Madrid en la cumbre de la fiesta nacional. Lo sabe bien Esperanza Aguirre, con su abono en la andanada del seis junto a un grupo de afines de distinta coloración política. La plaza es propiedad de la comunidad autónoma, que ella bordaba rojo ayer, pero durante sus años de presidenta nunca ocupó el burladero correspondiente del callejón porque repetía “al pueblo no le gusta ver que tenemos privilegios”. Obsérvese qué diferente sería la frase si en lugar del “no le gusta ver” hubiera optado de manera más rotunda por el “no le gusta que tengamos privilegios”. Prefería hacer el trayecto desde su despacho oficial de la Puerta del Sol hasta la plaza en el Metro, el sistema de transporte más seguro y puntual para estas ocasiones, a salvo de los atascos de tráfico en superficie, que hacen imprevisible cumplir con la ejemplar puntualidad del espectáculo. Recordemos la referencia horaria en el comienzo del poema de Federico García Lorca Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, donde “eran las cinco en punto de la tarde”.
Esperanza no se arredró y vio la oportunidad de parar, templar y mandar, sometiendo primero a María Dolores de Cospedal y luego a Mariano Rajoy
Vayamos al toro. Porque la señora presidenta del Partido Popular de Madrid, designada el viernes a la caída de la tarde como candidata a la alcaldía de la Villa, ha logrado toda una lidia difícil y la ha consumado haciendo faena a los cinqueños de la acreditada ganadería de los genoveses que dejaron constancia de muy malas intenciones, ofrecieron una embestida bronca y derrotaron con peligro por la derecha.
Esperanza no se arredró y vio la oportunidad de parar, templar y mandar, sometiendo primero a María Dolores de Cospedal y luego a Mariano Rajoy, con los que resucitó la olvidada suerte del teléfono, cuando el torero abandonaba la muleta y el estoque y apoyaba el codo en el pitón, en una postura que desencadenaba el delirio del público de hace dos décadas porque era la prueba irrebatible del pleno dominio del espada sobre su enemigo.
Queda claro que en este fin de semana ha podido dar la vuelta al ruedo paseando en triunfo las dos orejas. Pero estamos todavía en los prolegómenos de la pugna partidaria. Se trata de un tentadero sin más público que los invitados de postín. Falta ver el efecto cuando haga el paseíllo en una plaza que habrá de compartir con otros candidatos y su traducción después en términos de arrastre de votos a favor de sus colores, que cada uno consiga llevar a las urnas. Porque aquí el éxito de cada uno se consigue a costa de los otros compañeros de cartel. No habrá orejas para todos. Sólo uno podrá salir a hombros entre aplausos mientras otros se retirarán del ruedo entre pitos del respetable. Veremos.
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