¿Vuelve Huntington?
El miedo no se combate recortando la libertad en nombre de la seguridad o volviendo al calorcito de las identidades primigenias
Ironía del destino. Pocos días después del fallecimiento de Ulrich Beck, el gran teórico del cosmopolitismo, los acontecimientos de París parecen dar la razón a uno de sus antagonistas, Samuel Huntington. Todos recordamos su teoría del “choque de civilizaciones”. A saber, la fuente del conflicto del presente ya no sería la pugna ideológica, sino la lucha entre las culturas; en particular la del Islam contra Occidente. Aunque el mensaje fundamental de su artículo de 1993 tenía otra derivada. Occidente debería abandonar sus pretensiones de “exportar” los principios de los derechos humanos y velar por la defensa de sus valores en casa, defenderse frente a la quinta columna que suponen las minorías islamistas que anidan en su seno. Valores como el pluralismo, la tolerancia o la libertad de opinión no cabrían en el seno de culturas monoteístas proselitistas y fanatizadas.
Lo que en estos momentos nos importa no es aquello que nos unifica en cuanto que seres humanos, sino la defensa de nuestra diferencia
Lo que viene a sostener Huntington es que Occidente se equivocó al considerar que era posible tender puentes entre las diferentes culturas, que son sustancialmente inconmensurables. No lo dice de forma explícita, pero seguro que pensaba que el error de nuestra civilización residió en no verse nunca a sí misma como una cultura más. Era la cultura del futuro, la única que supo integrar los valores de la Ilustración, como el reconocimiento de la ciencia como única verdad oficial y la consecuente privatización de la religión. Una cultura que tiene la capacidad de aportar una descripción del mundo a partir de la razón deviene así eo ipso en el heraldo de lo que acabará siendo el resto de la humanidad. Sus valores los predicaba, por tanto, con carácter universal. Ahí estaría su ingenuidad, el considerar que, por nuestros avances en el proceso de racionalización del mundo, nos constituíamos en algo así como el modelo sobre el que otros habrían de converger.
Occidente se ha convertido de hecho en una cultura más, y como todas ellas aspira a su defensa al modo tradicional
A la vista de lo que ocurre ahora mismo en Europa, la reflexión de Huntington ha sido interiorizada más de lo que habíamos pensado. El movimiento Pegida en Alemania o los populismos xenófobos de tantos otros países nos lo recuerdan todos los días. Lo que en estos momentos nos importa no es aquello que nos unifica en cuanto que seres humanos, sino la defensa de nuestra diferencia, lo sustantivo y particularista. Y eso no se traduce en la afirmación de dichos principios ilustrados, se ha trasladado más bien a la reivindicación de las especificidades nacionales, supuestamente amenazadas por el Islam como enemigo interior. El capitalismo ha resultado ser lo único en lo que todos convergemos, no un discurso de ética universal. Occidente se ha convertido de hecho en una cultura más, y como todas ellas aspira a su defensa al modo tradicional, siendo fiel a sus “esencias”. Houellebecq lo decía en estas mismas páginas el otro día, “la filosofía de la Ilustración ya no tiene sentido para nadie, o solo para muy poca gente”.
El horrendo crimen de París debería ser un estímulo para reflexionar sobre el absurdo y la inutilidad de perseverar en estas ideas. La conciencia de vulnerabilidad que reverdecen estos acontecimientos debería conducirnos a rescatar aquello que de verdad nos hace fuertes, los valores de la democracia y los derechos humanos y las instituciones del Estado de derecho. El miedo no se combate recortando la libertad en nombre de la seguridad o volviendo al calorcito de las identidades primigenias. Solo se alcanza persistiendo en la defensa de unos principios cuyo poder no reside en que sean “nuestros”, sino en que son de todos. ¡Más Ulrich Beck y menos Huntington!
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