Almacén nuclear y obra de arte
Holanda planea ampliar su silo, modelo del ATC español, 11 años después de inaugurarlo Lo diseñó un artista local para ayudar a vencer resistencias
Junto al mar, en un enorme delta fluvial de la verde provincia neerlandesa de Zelanda, un complejo industrial parece albergar todas esas instalaciones que nadie querría en su patio de atrás: una central nuclear en funcionamiento, una térmica, una planta química, una refinería de petróleo, un astillero... Con semejante densidad, contar también con el almacén donde se guardan los residuos nucleares de alta actividad de toda Holanda no debería sorprender. Pero lo hace. Un edificio rectangular pintado de un naranja chillón emerge entre grúas y aerogeneradores. “Es una obra de arte”, adelanta Hans Codée, el director de la instalación.
El almacén temporal centralizado (ATC) holandés lleva 11 años abierto y ya está preparando su futura ampliación. Hoy su presencia en el apacible municipio de Borsele —22.000 habitantes; un 5% de paro— ya no genera controversia, asegura su alcalde, el socialista Jaap Gelok. Él mismo, cuenta, fue un furibundo opositor a la energía nuclear en los años sesenta y setenta, cuando muchos países europeos solucionaban el problema de los residuos a las bravas: lanzando los bidones al mar del Norte. Ahora Gelok muestra su orgullo por albergar en su municipio el Habog (acrónimo de ATC en holandés) y atribuye parte de la tranquilidad de la población al trabajo del artista local William Verstraeten. Le encargaron convertir un anodino contenedor de hormigón en una obra de arte. El resultado fue Metamorfosis.
Casi pensado como una instalación, el trabajo de Verstraeten perdurará durante los 100 años del Habog. El artista decidió darle al inicio el llamativo color naranja y repintarlo cada 20 años en una tonalidad más suave, de forma que en 2013 sea blanco. La idea era expresar la pérdida de radiactividad de la instalación. En una fachada, unos enormes caracteres en verde reproducen la fórmula de la teoría de la relatividad de Einstein: E=mc². Los responsables del Habog siempre quisieron acercarlo a la población, y el arte les pareció la mejor forma de hacerlo, explica Codée. La instalación está siempre abierta a visitas y organiza periódicamente exposiciones. La última, de fotografía.
La obra del silo atómico en Villar de Cañas está a punto de adjudicarse
El Habog es el modelo del futuro ATC español, el silo atómico para los residuos de alta actividad y el combustible gastado que se espera empezar a construir en Villar de Cañas (Cuenca) en el primer semestre de 2015. Un proyecto polémico casi desde su planteamiento y que en los últimos meses ha generado dudas acerca de la idoneidad de su emplazamiento. Se encuentra en una fase crítica: está a punto de adjudicarse la obra civil del silo (217 millones) mientras Enresa, la empresa pública que gestiona los residuos radiactivos en España, elabora los últimos informes para conseguir la licencia del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN).
En Holanda esta fase queda tan lejana que, con un 80% de capacidad ya ocupada, lo que se plantean ahora es ampliar. El alcalde socialista de Borsele dice conocer la oposición que genera el proyecto del ATC en España. No es que en Holanda no la hubiera al principio, pero las “largas discusiones” acabaron por convencer hasta a los ecologistas de Greenpeace, asegura. “Cuando me explicaron la forma en la que se almacena me convencí. Es completamente seguro. Y la misma sensación tienen los habitantes del municipio”, relata a varios periodistas españoles durante un viaje organizado por Enresa.
El Habog alberga tanto los residuos de alta intensidad, como los de baja y media, que en España se almacenan en celdas blindadas con hormigón en El Cabril (Córdoba). “Holanda tiene 17 millones de habitantes en un territorio que mide un máximo de 300 kilómetros. Aquí usamos cada pedazo de tierra y no nos podemos permitir dos instalaciones”, explica Codée.
El alcalde de Borsele: "Cuando me lo explicaron, me convencí de que el almacén es seguro"
La estructura del almacén es asombrosamente sencilla. Hay un área de recepción, a donde llegan los bidones con los residuos procedentes de la central en funcionamiento, de otra que cerró en 1997, de reactores de investigación y otras instalaciones industriales y sanitarias. Protegida por muros de hormigón de 1,7 metros de grosor, los residuos pasan a la zona de procesado, donde un robot abre los bidones. Esos muros, explica Codée, aseguran que la radiactividad no saldría de allí en caso de accidente. “Sería imposible tener aquí un Chernóbil o un Fukushima”, afirma. El diseño se ha hecho a prueba de terremotos de magnitud 6, de inundaciones de más 10 metros sobre el nivel del mar, vientos huracanados y hasta el impacto de un avión militar F-16.
A través de un vidrio plomado de 1,2 metros de espesor, los operarios comprueban el estado de los residuos, que después se introducen en unas cápsulas cilíndricas de acero inoxidable y se rellenan con helio. Estas cápsulas se introducen en otras que finalmente pasan a la tercera zona, la de almacenamiento, donde estarán hasta 100 años. Las visitas al Habog pueden pasear por la parte superior de estos depósitos, con los residuos a apenas unos metros bajo los pies. A la salida, el dosímetro que ha acompañado al grupo dará una lectura tranquilizadora: “Cero microsieverts”.
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