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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Jugador y árbitro

La reforma de la Constitución solo es posible si la lidera Mariano Rajoy

Zapatero, Rubalcaba, Salgado, Montoro y otros diputados el día de la aprobación en el Congreso de la reforma de la Constitución.
Zapatero, Rubalcaba, Salgado, Montoro y otros diputados el día de la aprobación en el Congreso de la reforma de la Constitución.Uly Martín

La reforma de la Constitución exige un consenso sobre su conveniencia o necesidad como punto de partida y otro, construido a partir de este primero, como punto de llegada. Sin consenso en el punto de partida, la operación carece de sentido.

Así lo entendió el primer Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que intentó construir un consenso para reformar la Constitución en cuatro puntos: supresión de la preferencia del varón en la sucesión de la Corona, incorporación del mapa autonómico al texto constitucional, definición de las relaciones entre el derecho español y el de la Unión Europea y reforma del Senado. A tal efecto, encargó al Consejo de Estado el estudio de una propuesta de reforma, que se materializó en un dictamen acompañado de una serie de estudios académicos sobre cada uno de estos cuatro puntos.

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La operación fracasó de la manera más absoluta, como consecuencia de lo cual no llegó siquiera a aprobarse por el Consejo de Ministros y remitirse al Congreso de los Diputados un proyecto de ley de reforma. El clima político no hizo posible que se pudiera ejercer siquiera la iniciativa de la reforma.

Hoy estamos en una posición por una parte más favorable para intentar alcanzar un consenso de la que estábamos en la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, porque cada vez son más las voces que expresan la necesidad de poner en marcha la operación reformadora, pero también en otra menos favorable, en la medida en que, a diferencia de entonces, es el presidente del Gobierno y su partido quienes no están convencidos de la conveniencia de la reforma.

Y sin el presidente del Gobierno no es posible iniciar una reforma. No por una razón de aritmética parlamentaria, sino por una razón política. Una operación de reforma solo es posible si la lidera el presidente del Gobierno. Si el presidente del Gobierno no está convencido de que es él el que tiene que hacer una convocatoria al conjunto de la sociedad y, a través de ella, a todos los partidos, para que entre todos se identifique primero en qué tendría que ser reformada la Constitución y proceder a continuación a la aprobación del texto articulado, no tiene sentido que se inicie la operación. Simplemente se estaría añadiendo un motivo de frustración más a un país que acumula ya demasiadas frustraciones.

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La pelota está en el tejado del Gobierno y únicamente él puede ponerla en juego. Los demás no pueden hacerlo

La pelota está en el tejado del Gobierno y únicamente él puede ponerla en juego. Mientras no la ponga, los demás no pueden, no podemos, jugar, aunque fuéramos mayoría a los que nos gustaría poder hacerlo. En el juego de la reforma el presidente del Gobierno es simultáneamente jugador y árbitro de la contienda. En todo caso en lo que al momento de la iniciativa de la operación se refiere. Jurídicamente hay otros órganos que pueden ejercer la iniciativa, pero políticamente solo puede ejercerla él.

De la misma manera que hasta que el rey Juan Carlos no se convenció de que tenía que abdicar, no dio el paso de transmitir la Corona a su hijo, así también hasta que el presidente Mariano Rajoy no esté persuadido de la necesidad de la reforma, no se podrá tomar la iniciativa para conseguirlo. No lo veo abierto a la posibilidad siquiera de dejarse persuadir.

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