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El rastro del “depredador”

El presunto pederasta amedrentó y violentó a sus víctimas sin piedad. Los investigadores le seleccionaron como sospechoso entre 50 y le dibujan como un psicópata movido por impulsos

Policías, el pasado miércoles, durante el registro en la casa de Santander donde detuvieron al presunto pederasta.
Policías, el pasado miércoles, durante el registro en la casa de Santander donde detuvieron al presunto pederasta. Pedro Puente Hoyos (Efe)

Una niña china de cinco años se ha quedado muda. Ha sido incapaz de volver a decir una palabra después de los brutales abusos a los que la sometió el pederasta y por los que tuvo que ser operada de urgencia. Ocurrió el pasado 17 de junio, con un patrón que se repite: la embaucó junto a una tienda de golosinas a eso de las siete de la tarde. La metió en su coche. La obligó a tragarse una pastilla sedante. Se la llevó a su “piso franco”, una vivienda familiar desocupada en la calle Santa Virgilia (distrito de Hortaleza, en el noreste de Madrid). “La rompió”, según el aterrador relato de uno de los agentes. Luego la bañó para eliminar sus huellas. Y la abandonó por la misma zona donde la había cogido cuatro horas antes, desangrándose.

A una de las niñas la rompió, temimos por su vida, relata un investigador

Ella fue su cuarta víctima, la penúltima de las cinco violaciones —además de otras tres en grado de tentativa— que hasta el momento se le imputan a Antonio Ángel Ortiz Martínez, el presunto pederasta de Ciudad Lineal. Un hombre de 42 años que las autoridades describen como un monstruo. Desde el viernes permanece recluido en una celda de aislamiento de la cárcel de Soto del Real, para protegerlo del resto de los reclusos. Su negativa a declarar ante la policía y el juez y las pruebas recopiladas durante las últimas semanas contra él han derivado en un auto de prisión preventiva y sin fianza, dictado por la instructora del caso, María Antonia de Torres.

Un buscavidas que no hace preguntas ni las responde

J.P. / P.O. D.

El presunto violador en serie de Ciudad Lineal —que ahora duerme en una celda apartada del resto de presos en Soto del Real— es un hombre de pocas palabras. A los gimnasios acudía a hacer pesas, no relaciones. Quienes entrenaron a su lado hasta hace tres semanas en el barrio madrileño de Canillas describen a un culturista obsesionado con su físico, esculpido a fuerza de muchas horas en las máquinas y la presumible ayuda de sustancias anabolizantes. Poco dado a la conversación, más allá de las pesas.

Sin oficio conocido, se ganaba la vida a base de no hacer preguntas. Siempre en dinero negro, según los investigadores. Si le encomendaban dar una paliza a alguien que se retrasaba en los pagos, él cumplía ordenes sin miramientos. Así lo constatan varias denuncias a la policía.

Cuando le pidieron que registrase sociedades a su nombre y ejerciese de testaferro, tampoco puso objeciones. Figura como administrador en una de comercio de aparatos electrónicos desde el pasado marzo. La empresa no tiene actividad y en la notaría tampoco se mostró muy locuaz. Embutido en su inseparable chándal, firmó las escrituras, pagó el papeleo y se marchó.

Quienes siguieron su rastro estas últimas semanas le relacionan con un clan de ciudadanos búlgaros vinculado al crimen organizado. Su historial delictivo es interminable: palizas, robos con fuerza, allanamiento de morada, violencia de género, detención ilegal, agresión sexual a menores...

El miércoles, recién llegado de Santander, se cruzó en la comisaría de la Jefatura Superior de Policía de Madrid con la delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes. Ni pestañeó.

En los interrogatorios de la policía y de la juez tampoco soltó prenda. Mantuvo una actitud desafiante durante las 72 horas de arresto. Recién llegado al calabozo, preguntó a un agente quién le iba a explicar qué hacía detenido.

A la mañana siguiente, cuando fue trasladado al piso familiar donde la policía sospecha que abusó al menos de dos de sus víctimas, sufrió un leve mareo del que no tardó en reponerse. Luego aguantó impertérrito 12 horas de registros.

La brutalidad de la agresión a esa niña china, uno de los dos homicidios en grado de tentativa que se le imputan al supuesto pederasta, “hizo entrar a la policía en pánico”. La frase es de un mando con muchos trienios en el cuerpo. “Me preguntaba qué más podíamos hacer, estábamos convencidos de que a la siguiente la mataría. Enviamos agentes a la calle sin ton ni son”.

Más de un centenar peinaron calles, colegios, aledaños de tiendas de golosinas. Repasaron miles de horas de vídeo procedentes de cámaras de seguridad. En turnos de dos horas y jornadas de seis, lo que aguantaban los ojos escudriñando cada detalle en las imágenes sin sonido recogidas en las calles.

Se solicitó la colaboración del FBI. Un agente especial llegado de Estados Unidos experto en violadores en serie aterrizó en España. Hubo videoconferencias con la agencia norteamericana para trazar el perfil del psicópata. “Fueron muy educados pero no aportaron mucho, les costaba entender la idiosincrasia española”, asegura alguien que trabajó con ellos.

Se filtraron detalles a la prensa sobre los sedantes que el “enemigo público número uno” —como lo calificó la delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes— proporcionaba a sus víctimas. Fue una advertencia, un mensaje velado para el agresor: “Temíamos que la siguiente dosis fuese mortal, había que impedirlo”.

No había pasado un mes y el pederasta actuó de nuevo el 11 de junio. En un parque del distrito de Moratalaz, se acercó a una niña y fue su hermano quién, al advertir su presencia, corrió a advertirle.“Papá nos ha dicho que no vayamos con desconocidos”, dijo el niño con su camiseta roja de la selección española, llevándose a su hermana pequeña de la mano. Para entonces la alarma ya había cundido por Ciudad Lineal y los distritos limítrofes.

El “carácter compulsivo” que los psicólogos atribuyen a quienes las autoridades han calificado de “depredador sexual”, le llevó a actuar una última vez el 22 de agosto. Eran las 18.30 de la tarde. Se llevó a una niña de siete años española de origen dominicano.Y esta vez no hubo caramelos ni golosinas para convencerla. “La cogió por el cuello” y la metió en el coche cuando la niña se resistió, señala un investigador. La condujo a un descampado próximo y le obligó a hacerle una felación. Después la limpió con una toalla, la misma que solía usar para ir a hacer pesas, con el logotipo de su gimnasio habitual. Otra pista para los investigadores. Después la abandonó cerca de las ocho de la tarde.

Nos hizo entrar en pánico, envié hombres a la calle sin ton ni son, dice un mando

Los especialistas que han analizado sus acciones rechazan esa imagen de tipo frío y calculador que se ha construido del delincuente más buscado en Madrid. “No planifica sus ataques, actúa por impulsos, ni si quiera es cierto que controlase si en la zona había cámaras de seguridad”, asegura un investigador. “Lo que sí hacía era intentar borrar las huellas de sus vejaciones”, añade un mando policial familiarizado con el sumario.

La multitudinaria rueda de prensa que sirvió el mismo miércoles del arresto para presentar el resultado de la operación, “una de las más complicadas que se han hecho en España”, insistió el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, destapó una violación de la que no había noticias: otra menor china a la que atacó el 11 de julio de 2013 en su propia casa de Coslada. La menor ni siquiera avisó a sus padres. Preguntada por lo que le sucedió, la niña repite una y otra vez la misma frase: “Me hizo cosas malas”. Su familia ha optado por recluirse.

La policía primero redujo a 50 los sospechosos y finalmente a tres

Hubo otra menor sudamericana, a la que abordó y vejó dos meses más tarde en el barrio de San Blas. Y una española de nueve años, el pasado 10 de abril. El testimonio de esta última resultó crucial para su detención: “Lo clavó todo”, asegura uno los agentes que lleva los tres últimos meses en el llamado “despacho Candy” de la Jefatura Superior de Policía de Madrid. Fue ella quien describió ese edificio “con muchas puertas”, recordó el ascensor, el cuarto piso y relató lo que le había ocurrido cuando se sintió mal y vomitó en el suelo de la vivienda familiar vacía donde se cometieron al menos dos de los crímenes. Su relato incluyó muchas de las características de su captor: “Tiene los brazos grandes y una cosa en la cara”. La verruga que los investigadores pintaron en el retrato robot con el que acudieron a los gimnasios de la zona.

El monstruoso recorrido por los ataques del pederasta no solo deja cinco familias rotas. También —y pese a sus denodados intentos de eliminar pruebas— un reguero de huellas que los investigadores han sabido seguir hasta su último escondite, la vivienda de un tío suyo en Santander, donde los GEOS pusieron fin fin a la pesadilla a primera hora del miércoles.

Los agentes simularon controles rutinarios para pedirle dos veces la documentación

Dos cámaras, una de un banco y otra de un autobús público, captaron el Citroen Xsara Picasso con el que aparcó en doble fila en el barrio de Canillas para comprar un bote de crema Nivea en un Todo a Cien. Dentro del vehículo, esperaba la que fue su última víctima, la niña a la que condujo a un descampado y a la que retuvo durante hora y media el pasado 22 de agosto. Las imágenes no permitían identificar la matrícula pero sí el modelo y el color del coche. Los ficheros policiales encontraron 336.000 como el del fotograma. Y otros tantos del modelo Toyota que habían descrito otras de las menores.

Para entonces la policía trabajaba ya con un listado de 50 sospechosos. Ante la imposibilidad de disponer de hombres para seguirlos a todos, se estrechó el cerco al máximo. Quedaron tres: “Los tres preferentes”, en el argot policial. Hasta en dos ocasiones se le pidió la documentacíón a Ortiz, simulando un control rutinario en la zona. Dos parejas de policías distintas, en días diferentes coincidieron en su conclusión: “Es él”. Antonio Ángel Ortiz Martínez comenzó a ponerse nervioso. La última vez que tuvo que mostrar papeles a los agentes pasó dos horas merodeando por la zona, sin rumbo fijo. Áquella noche tampoco fue a dormir a casa de su madre, donde tenía su habitación. Se refugió en el coche. Los investigadores concluyeron que el pederasta de Ciudad Lineal había dado un paso en falso.La descripción de las menores encajaba con el físico imponente de Ortiz, el hombre que se machacaba con pesas durante horas para cultivar su tren superior.

Se estableció un dispositivo de vigilancia las 24 horas sobre él. Ortiz sintió el aliento de la policía muy cerca y huyó a casa de sus tíos en Santander. Quienes siguieron su pista hasta allí describen una vida rutinaria. Del gimnasio —donde pasaba unas cinco horas diarias— a casa. Si acaso, un café junto a su tío en un bar cercano. Hasta que una noche decidió regresar a Madrid. La policía sospecha que en busca de anabolizantes. Visitó a una amiga, con la que mantenía relaciones sexuales esporádicas, y que según los agentes le surtía de sustancias dopantes. Al día siguiente, regresó a Santander.

Esa misma mujer, que negó ser la novia del detenido cuando fue interrogada, puede ser también el origen de las pastillas usadas para sedar a las niñas. Ella misma contó a la policía que tenía pautado el Orfidal pero rechazó que se lo hubiese proporcionado al presunto pederasta. Dio a entender que éste se lo arrebató. El dato se está investigando en el sumario.

No tenía novia, se acostaba con la mujer que le suministraba los anabolizantes

Antonio Ángel Ortiz Martínez tiene un largo historial delictivo que se remonta a 1993, cuando consta que fue detenido por la Guardia Civil acusado de extorsión. Esculpido por cientos de horas de gimnasio y anabolizantes y habituado a los códigos del lumpen, trabajaba de manera esporádica para “un clan búlgaro que se dedicaba al tráfico ilícito de vehículos”, apuntan fuentes de la investigación. “Cobraba en negro”, actuaba como un mercenario, por encargo, “llevando y trayendo coches y pegando palizas cuando lo requería la ocasión”. Los investigadores explican así que puediese cambiar de vehículos en los ataques. El perfil delincuencial del presunto pederasta se completa con robos, violencia machista, detención ilegal... La última vez que salió de prisión, fue de la cárcel de Aranjuez, el 17 de junio de 2011, tras ingresar por una denuncia de “malos tratos”, según revelaron fuentes del centro penitenciario. Pese a todo, había un dato clave, con el que no pudo contar el centenar largo de agentes de la operación Candy. Ya en 1998 había metido a una niña violentamente en su coche a la salida de un colegio, y abusado de ella —“sin llegar a penetrarla”. Le condenaron a siete años de cárcel por ello. En los archivos policiales se registró ese arresto como “detención ilegal”, pero tras las declaraciones recogidas en el juicio posterior se le condenó por agresión sexual.

Ahora, pese al malestar de la juez De Torres por las filtraciones del sumario, se enfrenta a un rosario de acusaciones. La policía le atribuye cinco delitos de violación de menores y tres en grado de tentativa, dos intentos de homicidio por la brutalidad de sus agresiones que, según los agentes, “pusieron en peligro la vida de al menos dos niñas”. Y se le acusa de allanamiento de morada por haber entrado en la vivienda de su primera víctima conocida: la niña china de Coslada.

Trabajaba y cobraba en negro, por encargos puntuales

Con él entre rejas, la psicosis de los barrios del noreste de Madrid donde ocurrieron los raptos se ha convertido en indignación. Y el miedo se ha tornado en un indisimulado deseo de venganza.

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