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Tribuna
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Regeneraciones

El grueso de votantes de Podemos no fueron tanto los jóvenes del 15-M como sus progenitores

Enrique Gil Calvo

La sorpresa que produjo el éxito inesperado de la candidatura Podemos en las pasadas elecciones europeas ha cogido a casi todos los actores políticos con el paso cambiado, obligándoles a improvisar un plan b para reincorporarse a la competición con alguna esperanza de no perder demasiado. Es evidente que para el progresismo ha sido un jarro de agua fría, pero también los conservadores han visto las orejas al lobo, asustados todos ellos por el temor de que sus respectivas clientelas se dejen seducir por el nuevo flautista de Hamelin que ha logrado fascinar a las sufridas y ofendidas masas urbanas. Y una vez recuperados del primer golpe, han procedido a contraatacar para enfrentarse al supuesto peligro que tendría Podemos.

Es posible que con esto exageren, pues lo más probable es que en unos comicios normales los electores retornen al voto utilitario, instrumental y estratégico, en lugar del indignado desahogo que se tomaron el 25-M. Pero como más vale prevenir que curar, y de acuerdo al principio de precaución, lo cierto que todos los partidos han adoptado nuevas estrategias imaginativas para tratar de contener el riesgo. Y el común denominador de su plan b ha sido el concepto o encuadre (framing) de regeneración, como única forma de enfrentarse con esperanzas de éxito al nuevo encuadre populista y justiciero adoptado por Podemos, que demanda la cabeza de la culpable casta política.

En las filas conservadoras, y tras los patéticos excesos del Tea Party español que porfía en hacer vudú contra el muñeco de Iglesias, la Moncloa ha optado por acogerse al contrastado encuadre de la regeneración propiamente dicha, de rancia alcurnia moral desde los tiempos de Costa. Si Podemos culpa de todos los males a la casta del régimen, nada mejor que proceder a depurarla. Lo malo es que nuestra derecha vuelve a darnos gato por libre tal como suele, llamando regeneración no a la redención de culpas sino al cambio del régimen electoral. ¿Qué tendrá que ver el culo con las témporas? Un cambio, además, de aroma inconstitucional, pues pretende sustituir el consagrado sistema proporcional (corregido como ya está por el método d'Hondt) por otro mayoritario al estilo anglosajón, lo que agravaría todavía más nuestro ya de por sí abultado déficit de representación.

Y la izquierda también ha optado por la regeneración como nuevo encuadre capaz de contener las pérdidas. Pero una regeneración entendida no como reparación de responsabilidades, pues todavía no ha sabido dar la cara por los gravísimos indicios de corrupción que se le imputan, sino en el sentido publicitario de la renovación generacional, del que tanto abusa el marketing digital para vendernos artilugios de ultimísima generación. Y ahí están los flamantes candidatos Pedro Sánchez, Eduardo Madina y Alberto Garzón, incapaces de tomar iniciativas arriesgadas como Matteo Renzi pero dispuestos eso sí a competir con Pablo Iglesias en juventud, imagen cool y uso de redes sociales. Pero con eso olvidan que el grueso de votantes de Podemos no fueron tanto los jóvenes del 15-M que acamparon en la Puerta del Sol como sus propios progenitores: los profesionales de los servicios públicos que protagonizaron en 2012 las mareas blanca y verde. Y esa clase media de edad adulta no se dejará impresionar tan fácilmente.

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