Continuidad y cambio
Lejos de atemorizarnos o adormecernos, los problemas deben servirnos de estímulo para una evolución inteligente
Con el acceso del Rey a la Jefatura del Estado dio comienzo en España la etapa más brillante de nuestra historia. No es fácil que, como sucedió entonces, la sagacidad e inteligencia de quien estaba llamado a recuperar la continuidad de la institución monárquica encontrase el entorno propicio para llevar a cabo una espléndida transformación del país. La Monarquía supo hace 35 años, como ahora también lo hace, asumir sus responsabilidades con plenitud, dando continuidad a las instituciones al tiempo que impulsaba su completa transformación, y poniendo su dimensión histórica al servicio de la reconciliación entre los españoles.
Con la llegada del Rey se abrió ante España un nuevo camino que supimos recorrer con una voluntad común creadora, con actitudes de mutua compresión y con una decidida voluntad de compromiso que desataron un proceso fértil en el que fructificaron nuestras mejores virtudes cívicas. Para los españoles de mi generación, la figura del Rey ha quedado indisolublemente unida a los más preciosos valores —la libertad, la democracia, la solidaridad—, pero también a la determinación de metas colectivas largamente anheladas: la integración en el mundo democrático occidental al que históricamente pertenecemos, el impulso al progreso económico y social y el intento más acabado de articulación de nuestra compleja realidad plural.
Nuestro futuro depende de saber aunar amplitud de miras y determinación
También ahora nuestro futuro depende de saber aunar amplitud de miras y determinación. España se enfrenta a problemas profundos y complejos, pero lejos de atemorizarnos o adormecernos deben servirnos de estímulo para una evolución inteligente. El Rey ha dado un paso que revitaliza nuestra arquitectura institucional, asegura las bases de nuestra convivencia y abre la puerta a una nueva etapa de nuestra historia. Y ofrece así un último y gran ejemplo de integridad y desprendimiento, mostrando la mejor manera de hacer las cosas, sin estridencias y sin distracciones, pero con la firme voluntad de recorrer el camino necesario para servir mejor a todos los españoles.
La Transición y el Pacto Constitucional, sólo comprensibles a partir del liderazgo indiscutible del Rey, fueron logros extraordinarios en términos históricos. Pero lejos de mirarlos como piezas de un glorioso pasado debemos ahora verlos como acicate de cara al futuro. La convivencia en una sociedad plural, las condiciones para el progreso social y la legitimidad de las instituciones que las hacen posibles no se ganan de una vez para siempre. Combinar continuidad y cambio, consenso y pluralismo político, estabilidad y reforma, deben ser también hoy como entonces los objetivos de la sociedad española.
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