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Tribuna
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Aire fresco

El problema de don Felipe será devolver a esta nación la ilusión que la crisis ha destruido

Antonio Caño

La semana pasada, este periódico publicó un editorial que cobra hoy fuerza y vigencia. Su título, Garantía de futuro, era el recordatorio de que la máxima institución de nuestra democracia tiene un brillante porvenir y que la jefatura del Estado pasará a manos de un hombre altamente cualificado, prudente, atento a los deseos de la sociedad de la que forma parte y consciente de la particular relación de la Corona española con un pueblo que no es vocacionalmente monárquico.

Hace más de 20 años ya escuché a don Felipe, entonces un joven estudiante, explicar que solo reinaría si los españoles así lo querían, y que todos sus esfuerzos estarían dedicados a ganarse el respeto, el cariño y la confianza de los ciudadanos, tal como su padre le enseñó.

Desde aquel momento, el Príncipe ha sabido actuar en esa dirección. Tanto en sus constantes recorridos por España como en sus frecuentes viajes al extranjero, ha demostrado sensibilidad en los momentos de dolor, interés por el progreso de un país que es hoy muy diferente al de la coronación de don Juan Carlos y responsabilidad en la defensa y la promoción de los intereses de España. Es especialmente relevante la asiduidad con la que don Felipe ha visitado en los últimos meses Cataluña, cuya lengua ha aprendido y donde tiene su primer gran reto.

El Príncipe será coronado a los 46 años. No es ya un muchacho, pero sí es aún un representante de la generación que está asumiendo las máximas responsabilidades en la política, la economía y otras áreas decisivas para definir el futuro. Le corresponde, por tanto, capitanear ese relevo generacional.

Algunos modelos del pasado están ya agotados, como lo están algunas de las figuras que los desarrollaron. El clamor del país por aire fresco, nuevas ideas y nuevas energías es evidente para todo aquel que esté en contacto con la calle.

El Príncipe puede traer ese aire. Don Felipe ha seguido de cerca la transformación que se ha producido en el mundo en las últimas décadas, incluidos los movimientos en otras monarquías europeas; conoce las nuevas tecnologías y las personas que están marcando el horizonte hacia el que nos movemos todos. Será sencillo para él identificar cómo viven hoy los jóvenes y qué es lo que quieren.

El éxito de su reinado depende de ello. España es hoy un país sometido a muchas incertidumbres. Nada se puede dar por descontado. Una encuesta reciente publicada por este periódico demostraba que una mayoría de menores de 35 años ve con buenos ojos el relevo en el Trono, pero al mismo tiempo se declara republicana. Esa es una realidad desde hace mucho tiempo y, probablemente, lo seguirá siendo en las próximas décadas.

No debe ser eso un problema para don Felipe, que cuenta con muchos amigos que también son republicanos. Su problema será el de responder a las expectativas, devolverle a esta nación la ilusión que la crisis económica y las disfunciones de las principales instituciones han destruido.

No será fácil. Esta es, en estos momentos, una sociedad profunda y justificadamente escéptica. Después de múltiples casos de corrupción y mal gobierno, los españoles tienen razones sobradas para dudar de sus dirigentes.

Don Felipe, que ha sabido salir incólume de los malos tiempos sufridos también dentro de su propia familia, posee hoy una oportunidad única de levantar los ánimos de sus compatriotas. Capacidad tiene para hacerlo. Hace falta también que encuentre la inspiración y la valentía que se requerirán para conseguirlo.

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