¿Qué democracia para qué partido?
Los grandes partidos son vistos más como parte del problema que como parte de la solución
Los partidos políticos tradicionales atraviesan en Europa un momento complicado. Y el PSOE y otros partidos en España no son ajenos a ello. Las rigideces que han ido acumulando a lo largo de los años los grandes partidos del sistema les han mermado su capacidad de adaptación. Pero, ahora, muchos millones menos de votos después, las cosas son ya urgentes. El formato convencional de partido ha perdido presencia en el tejido social, ha debilitado lazos con los electores y se ha ido limitando a actuar en medios e instituciones, mirando siempre el horizonte electoral. Mientras, a su alrededor, todo cambia. Como hemos visto, hay algunos que se han dado cuenta de ello, al no quedar engullidos por la lógica institucional. Los grandes partidos han perdido funcionalidad y calidad representativa, y son vistos más como parte del problema que como parte de la solución. Los movimientos sociales crecen en credibilidad, en la medida que se les ve con menos ataduras institucionales y expresan una mayor radicalidad democrática. Pero seguimos necesitando de instancias de articulación, organización y decisión colectiva.
El problema de fondo es que los partidos, en su versión estándar, son organizaciones anacrónicas en relación a un modelo de democracia que ya no puede sólo limitarse a la versión exigua de representación y delegación. El modelo clásico de partido tenía cierta inspiración religiosa, como dijo Gramsci, mezclando doctrina, rito y didactismo en relación a una población a instruir y a convencer. El interregno en el que estamos nos muestra transformaciones radicales en medios de comunicación, nuevas vías de articulación y conexión social, más énfasis en la autonomía personal y un conjunto de demandas más imprevisibles y complejas. Al mismo tiempo, la gente está más preparada y hay mucho conocimiento accesible y compartido. Los partidos ya no son portadores privilegiados de soluciones y alternativas y no pueden aspirar a monopolizar todo lo público. Deberían más bien ayudar a que se condensara y remezclara convenientemente ese conocimiento social con la capacidad de cambiar las cosas. El problema no es si ese sujeto político adaptado a la nueva realidad social es o no “un partido”. Lo que es importante es que sepamos para qué necesitamos tal plataforma y que su existencia no anule todo lo demás. Si aceptamos que entramos en una sociedad de conocimiento compartido, en la que lo público no es forzosamente asimilable a lo institucional, y en la que la dinámica económica no confunda lo privado con la privación, necesitamos formas organizativas adecuadas a ese ideario. Si la democracia plena es la opción, el instrumental organizativo ha de ser consistente con esa opción.
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