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Columna
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La izquierda y Europa

Antonio Elorza

En un reciente artículo publicado por Financial Times, Alexis Tsipras cita a Arthur Miller: “Puede hablarse del fin de una época cuando sus grandes ideales se han agotado”. Resulta difícil negar que el diagnóstico conviene perfectamente a la Europa de hoy. Ello no supone euroescepticismo. Si hay una sensación de fracaso en Europa, es porque nació en parte de una necesidad perentoria de coordinación económica, pero fue impulsada también por el ideal de superar una guerra civil de autodestrucción y responder a su tradición humanista y de avances sociales. Pues bien, la crisis la ha reducido a un agregado de intereses bajo estricto control de los centros de poder económicos, y en particular de Alemania y del capital financiero (por lo demás causante de la propia crisis). Los beneficios y los grandes costes de la política resultante de “austeridad” son bien conocidos.

Resulta difícil negar que estamos en el fin de una época porque los grandes ideales de Europa se han agotado

El acierto de Tsipras consiste en no proponer la salida de la eurozona, sino su refundación atendiendo a una redistribución del poder, en sentido democrático, y a la prioridad de desplazar la atención hacia la gran mayoría de ciudadanos víctimas de la depresión. “Hay que crecer”, advierte apoyándose en Obama. El problema reside en sus acompañantes, en Francia y aún más entre nosotros. Cuando en TVE su socio hispano declaraba que el problema en Europa era “el capitalismo” y basta, y en España “el capitalismo” y basta, o con un gesto años treinta hablaba de Ucrania como si fuera el portavoz de Putin, la sensación era de regresar al mundo del “clase contra clase”.

No falta, en otras izquierdas, el brote de “socialismo del siglo XXI”, cuya carga de populismo y manipulación cabe apreciar allí donde ha germinado en un espacio de laboratorio universitario (véanse en You Tube las violencias de “contrapoder”, antecedente de Podemos, contra Rosa Díez, y los artículos justificativos del líder en Google). De arriba a abajo, una ínsula chavista.

Sin ilusiones, subsiste el recurso a la socialdemocracia, antes protagonista —con el comunismo democrático: PCI, PCE, PCF— de la construcción del Estado de derecho y si domina en el Parlamento europeo, capaz de constituir el único poder compensatorio de la hegemonía conservadora. Martin Schulz es un reformista de ideas claras. Angela Merkel no se conmoverá por ello, pero al menos el Parlamento no será su correa de transmisión. Aquí, con todas sus limitaciones, puede ser el único instrumento eficaz para el obligado diguem no a la ceguera voluntaria del Gobierno ante la pobreza, los desahucios o el cierre de comercios; a una política de “señores”, Cañete dixit, y para “señores”, vejatoria para la mujer, desde el exabrupto tras el debate a la ley del aborto.

Y no olvidemos a Tsipras.

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