Las heridas de un relevo
Un flagrante error de cálculo de Arantza Quiroga sobre su ascendencia efectiva dentro del PP y una rebelde resistencia al cambio del statu quo ideado en su día por Antonio Basagoiti comportan, desde posiciones cada hora más antagónicas, el patético espectáculo que supone para un partido político no disponer de secretario general a un día de la celebración de su congreso. En este clima de nulo entendimiento, que no esconde paradójicamente ninguna diferencia ideológica, apuran los populares vascos un enrarecido cónclave, concebido para apuntalar la figura de Quiroga frente a un escenario político dominado en Euskadi por el debate del proceso de paz, y al que asoma electoralmente Vox de la mano de antiguos votantes de José María Aznar, ahora decepcionados con Rajoy.
Esta batalla de la cuarta fuerza política vasca comenzó al reivindicar Quiroga su derecho como presidenta a dinamizar y estimular el partido mediante el relevo de Iñaki Oyarzábal como secretario general. En realidad no era otra cosa que la disculpa perfecta de puertas afuera para cortar de una vez el cordón umbilical entre Oyarzábal y su protector, Alfonso Alonso, resituándose así el centro de poder del PP vasco en Euskadi y no en Madrid. Además, la presidenta jamás perdonará aquel desprecio al que fue sometida cuando el portavoz del PP en el Congreso no la invitó a un improvisado pero trascendente encuentro que Soraya Sáenz de Santamaría mantuvo en octubre de 2013 con la cúpula del PNV tras haberse reunido una hora antes con los dirigentes del PP vasco, en la sede de Bilbao.
Alonso ha puesto pie en pared —y con él toda la poderosa organización del PP alavés, que encarna el único poder institucional de este partido en Euskadi— por el plato frío de la revancha que supone la inevitable defenestración de Oyarzábal. Pero es muy posible que, confiado en su proximidad al presidente del Gobierno, no haya tenido reparos en tensar demasiado la cuerda de la estabilidad interna, hasta el punto de forzar la repentina renuncia de Manu Uriarte apenas unas horas después de que Quiroga sorprendiera con su elección como número dos.
Más allá de la suerte final, Quiroga, sometida hasta el extremo de amagar con su dimisión, ha colocado al PP vasco en una incómoda posición de recelo interno cuando más necesitado estaba, en cambio, de apuntalar una apuesta política que le permita no verse descolgado en un escenario de paz tan inédito para su discurso tradicional de resistencia.
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