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Cuando la muerte llega a bastonazos

Un septuagenario mata a golpes a su compañero de habitación en el geriátrico donde vivían El presunto homicida padece alzhéimer moderado

Isabel Valdés
Uno de los salones comunes de la residencia Jardín de Gredos, en Buenaventura (Toledo), el pasado viernes.
Uno de los salones comunes de la residencia Jardín de Gredos, en Buenaventura (Toledo), el pasado viernes.I. V. A.

Solo se oyen pájaros. Algún saludo con eco en la sierra de San Vicente. Y el sonido de los guijarros bajo los pies. Es la quietud del pueblo toledano de Navamorcuende, que despidió a dos de sus vecinos la semana pasada. A Clemente López le dijeron adiós una veintena de pañuelos en el cementerio el pasado jueves a las once de la mañana. A Francisco Ríos se lo llevó la Guardia Civil el miércoles temprano, a las ocho, de la residencia privada Jardín de Gredos, en la vecina Buenaventura, acusado de homicidio. Francisco y Clemente eran compañeros de habitación. Francisco mató a Clemente mientras dormía. A bastonazos.

 “Lo siento Pepe, he hecho lo que tenía que hacer”, fueron las explicaciones de Francisco a José Oyola, el director de la residencia, quien cuenta que el septuagenario era consciente de lo que acababa de hacer y “él mismo se lo dijo a la Guardia Civil”.

Nadie sabe por qué. Se conocían desde siempre. Nunca habían tenido una pelea. Francisco Ríos en la residencia, Paco para los que lo conocían, era un hombre tranquilo, cariñoso, “un ser extraordinario, buenísimo”, según una vecina que, mientras limpia las rejas de la ventana, dice no terminar de creérselo.

Los que conocen al supuesto autor del crimen no se explican qué le pasó

Francisco había sido carpintero y albañil. Nunca se casó, no tuvo hijos. Cuidó de sus padres hasta que murieron. Su única familia es una hermana que vive en Madrid. El 24 noviembre de 2012 esta decidió que su hermano estaba mejor en una residencia. El alzhéimer empezaba a oscurecer los recuerdos de Francisco. Su hogar, una pequeña casa encalada de una planta en el número 32 de la calle de Palacios, tiene las persianas de madera echadas desde entonces.

“Cuando hacía sol se salía a la calle tranquilico. Jamás tuvo un problema con nadie”, cuenta con la voz trabada una sexagenaria vecina mientras se agarra con la mano la cruz que le cuelga del cuello. “Ni he comido pensando en los dos. En la que ha liado el que ha matado. Y en Clemente, el pobre, y en su nieto que acaba de ser padre”. De algo más de 1,70 de estatura y abundante pelo negro engominado, Casto es el nieto de la víctima. Vive en un chalé blanco adosado, en una de las últimas calles del pueblo, rodeado de sierra y cultivos. Abre la puerta con resignación y ojos tristes.

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—Usted conocía a Francisco, ¿pasó algo entre ellos alguna vez, cuando eran jóvenes?

—No, yo prefiero no hablar.

—¿Cómo era su abuelo, qué le gustaba, en qué trabajó?

El director del centro asegura que no existía enemistad entre ambos

—Siento no contarles nada, pero no me encuentro con ganas. De verdad, gracias, pero no.

Casto se despide amablemente. Cierra la puerta plástica con cristalera del pequeño porche. Se queda unos segundos en la puerta interior, mirando la calle. Desde la entrada se ve un retrato en tonos sepia colgado en una pared naranja. Son sus abuelos, que lo criaron desde pequeño, hasta que hace siete años se fueron al geriátrico.

Allí llegó Francisco a finales de 2012. A la residencia Jardín de Gredos, una enorme casa de 2.000 metros cuadrados, paredes blancas, vigas de madera y zócalos de piedra. A 500 metros del río Tiétar. La silla de ruedas de Clemente y el hecho de ser vecinos, hizo que el dueño de la residencia decidiera ponerlos juntos. “Clemente iba siempre con la silla, y lo cambiamos con Francisco, a una habitación más grande”. La incredulidad sobre lo sucedido aún le empaña la voz. “No nos lo explicamos. Hacía pocos minutos que el auxiliar había pasado haciendo su ronda y estaban dormidos”, explica.

270.000 personas de más de 65 años viven en España en residencias

El auxiliar fue a la cocina, a unos 10 metros de la habitación, a preparar el zumo y la leche que toman por la noche los residentes. “Oyó los golpes y fue corriendo”, cuenta Oyola. El trabajador sacó a Francisco de la habitación con dificultad. “En ese momento tenía mucha fuerza. Inmediatamente atendió a Clemente y llamó por teléfono. Pero ya no se pudo hacer nada”, añade.

Las primeras hipótesis apuntaron a desavenencias en el pasado o a conflictos por compartir habitación. Ninguna de las dos. Según algunos de los casi 700 vecinos de Navamorcuende, ni ellos ni sus familias habían discutido jamás. Según los trabajadores y el director de la residencia, no hubo problemas entre ellos. “Es un centro pequeño, si hubiera existido alguna enemistad lo sabríamos. Son 45 ancianos y 20 trabajadores, alguien lo notaría”, explica el director del centro. La residencia tiene 55 plazas de las que actualmente hay ocupadas 45, algunas de ellas concertadas con la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha. En España más de 270.000 personas de más de 65 años viven en residencias, un 3,33%, según los últimos datos, de 2011, del INE.

El recuerdo de Clemente y Francisco sigue presente en José Oyola, en el hijo de este, Martín, que trabaja allí, y en Priscila Cabrero, la fisioterapeuta. Una talaverana que ronda los 30 años y que sonríe al recordar las rutinas de Francisco y de Clemente. “Recuerdo a Clemente contando conmigo mientras hacíamos gimnasia. Se enfadaba cuando las compañeras le retiraban los pañuelos usados y las cuchillas de afeitar de la mesa de noche. Con 92 años y sin apenas ver, todavía se afeitaba él”. La vida de Clemente era pasar de la cama al sofá, tenía su sitio fijo en el salón y según Priscila y el director, “tenía un oído prodigioso y jamás daba guerra”.

A Francisco todos le recuerdan paseando. “Le gustaba mucho andar, iba y venía a la habitación mil veces. Siempre hacía la gimnasia, y le encantaba la bicicleta”. La bicicleta son unos pedales de suelo que Priscila, en la amplia sala de fisioterapia, le colocaba frente a la ventana, mirando a la sierra. Ambos bromeaban sobre la ruta que seguía Francisco. “Ya estoy llegando a Pedro Bernardo, me decía”. Por las tardes se sentaba a ver los toros. “Aún no entiendo qué le pasó por la cabeza. Si me hubieran hecho pensar en uno entre los 45, él hubiese sido el último”.

Myriam Valdés, médico geriatra, asegura que las demencias como el alzhéimer moderado que sufría Francisco, no tienen cuadros específicos: “El alzhéimer produce alteraciones conductuales diferentes en cada persona, muchas veces agravadas, por ejemplo, por cuadros infecciosos. No es habitual ese nivel de agresividad sin señales previas. Pero puede ocurrir”.

Y ocurrió. Ahora será el informe forense el que determine el estado mental de Francisco, y un juez quien decida su próxima residencia. En Jardín de Gredos la vida sigue sin alteraciones, sin rumores, sin cuchicheos. Siguen viendo cada tarde los toros, en fila frente a la tele. Y los pájaros continúan cantando en el jardín.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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