Una odisea para huir de El Asad
Una red de tráfico de personas conduce a 40 sirios por seis países, cuatro en América Latina Han solicitado el estatus de refugiado en España
El pescado es el problema. Pescado cocinado de todas las maneras posibles en los fogones de un centro de acogida al refugiado (CAR) de Madrid: hervido, a la plancha, rebozado, al horno… A Mazen le sale por las orejas y eso le irrita, aunque sea una nimiedad en comparación con la odisea que él y sus otros 39 compañeros vivieron para escapar de la represión del presidente de Siria, Bachar el Asad. Llegaron a España tras casi un año de viaje y seis países recorridos, cuatro de ellos en América Latina. “Es el recorrido que nos diseñaron ellos, cuantas más escalas, más barato sale”, explica Se refiere a una de las mafias que saca sirios del país, en guerra desde la revolución de febrero de 2011. Él pagó 10.000 euros.
Mazen no tenía pensado ser uno de los seis millones de desplazados que la ONU calcula que han salido de Siria, de los cuales solo 56.000 han logrado pedir asilo en la Unión Europea. De 34 años, este arqueólogo de origen kurdo regentaba dos supermercados con su familia en Qamishli, cerca de la frontera con Turquía, hasta que estalló la revolución. Los seis últimos meses del servicio militar obligatorio coincidieron con el inicio de la contienda, así que se vio obligado a integrarse en las filas de Al Asad. Ese tiempo grabó el horror en sus ojos para siempre. Su primera misión fue en Homs, ciudad intensamente atacada por las tropas gubernamentales. “Nos dijeron que teníamos que asaltar el barrio de Talkalakh porque estaba lleno de rebeldes armados”, recuerda. “Cuando llegamos, solo había mujeres, niños… y algún viejo. No había hombres, pero el ejército atacó. Fue horrible…” y no llegan más palabras a su garganta. Durante el resto del servicio militar, sobornó a su superior a razón de 20 euros diarios para no ir al frente.
Cuando volvió a su ciudad, acudió a todas las protestas contra El Asad con su hermana Maraj. Hasta que llamaron demasiado la atención. El 17 de septiembre de 2012, los dos huyeron a Turquía, donde gracias al boca a boca contactaron con “ellos”, una mafia de la que solo conocieron una voz al otro lado del teléfono. La voz prometió llevarles hasta Suiza, donde solicitarían el estatus de refugiado y vivirían con unos parientes. Desde entonces, pasaron por un rosario de países que terminó con sus huesos en el aeropuerto de Madrid-Barajas, en España.
Mazen bebe un café muy cargado. Lleva en los bolsillos dulces de pistacho y rosas típicos de su país que ha encontrado en un comercio en la plaza de España, un leve recuerdo de los sabores que tanto echa de menos cada vez que ponen pescado en el centro. “Me dicen que soy un desagradecido porque hay españoles que no comen, pero solo digo que podrían darnos alguna vez comida siria", se lamenta.
El kurdo lleva siete meses y medio en Madrid y se siente desamparado porque en otros países el plazo para la concesión del estatus de refugiado es de un par de meses y en España se demora mucho más, aunque el trámite ordinario no debería durar más de medio año. Según un informe de Amnistía Internacional, 10 estados de la UE han ofrecido 12.340 plazas de admisión por razones humanitarias a sirios. Alemania es el más generoso: se ha ofrecido a acoger a 10.000. España ha aceptado acoger a 30, y países como Reino Unido e Italia no han comprometido ni una sola plaza. Según el Ministerio de Interior, hay unos 3.300 casos pendientes, 711 de ciudadanos sirios, casi el triple de las solicitudes registradas tan solo en 2012: 1.280, 755 de ellas, de sirios también.
Mientras esperan la residencia, los solicitantes pueden trabajar cuando han pasado los seis primeros meses de estancia, tienen acceso a la sanidad y gozan de la suspensión de procedimientos de extradición. Mazen teme quedar desamparado cuando tenga que abandonar el centro. La estancia máxima es de seis meses, y él lleva siete y medio. En la práctica, los refugiados suelen quedarse más tiempo del permitido por ley cuando no tienen los papeles listos, pero no está regulado legalmente. “Se les busca una opción mediante acuerdos puntuales con ONGs, explica Inés Díez, de Red Acoge. Paloma Favieres, de CEAR, añade que, en función de las plazas disponibles, se prorroga la estancia o se conceden ayudas económicas para facilitar su salida.
Concentrado en su café, Mazen rememora los países que ha recorrido desde que salió de Siria. “Primero fue Turquía, pero desde ahí no podíamos conseguir el visado a Cuba, así que nos fuimos a Egipto, donde tuvimos el mismo problema. En Egipto vivió uno de los pocos momentos dulces de su exilio: visitar las pirámides de Giza. “Fue maravilloso para mí, ¿no ves que soy arqueólogo?“.
Pero Giza terminó. El plan era hacer un viaje de ida y vuelta a Estambul y pedir refugio en el país europeo donde el avión hiciera la necesaria escala. Volaron a Ecuador, país que no requiere visado a los ciudadanos sirios, haciendo escala en Sao Paulo (Brasil) y Buenos Aires (Argentina) para abaratar costes. Pero el viaje se torció: la aerolínea confiscó sus pasaportes para evitar que no se apearan antes de llegar al destino final, y se los olvidaron en Sao Paulo. No habían puesto aún el pie en Argentina y fueron deportados a Brasil, donde vivieron 12 días en el aeropuerto hasta que les devolvieron los documentos. “Dormíamos sobre bancos, pero la comida era lo peor: ¡nos daban jamón! ¡A nosotros, musulmanes!”, masculla Mazen.
Una vez en Ecuador, esperaron mes y medio hasta que su mafia organizó el retorno con escala en Alemania, donde pedirían refugio. Una tormenta de nieve en Europa les retuvo dos días en el aeropuerto, y después solo les dieron la opción de volar vía Madrid. Ignoraban que, en aplicación del Convenio de Dublín, deberían quedarse en el país europeo donde pidieran el estatus de refugiado. Y aceptaron.
Mazen querría estar en Suiza. Su hermana y él consiguieron llegar en coche, pero las autoridades helvéticas les devolvieron a Madrid tras descubrir que ya tenían pedida la residencia en España. Ha aprendido español en el centro. Resignado con una vida que él no ha elegido, Mazen apura su café porque es la hora de comer y le esperan en el centro. "Vamos a ver si hoy no ponen pescado", ironiza.
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