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Así es un ‘secuestro virtual’

La violencia en algunos países de América Latina no solo es física, también psicológica

Juan Diego Quesada
Un policía en el hotel de la Ciudad de México donde estaba hospedado el grupo Delorean.
Un policía en el hotel de la Ciudad de México donde estaba hospedado el grupo Delorean.Alex Cruz (EFE)

Los miembros del grupo español Delorean han sufrido en México lo que se conoce como un secuestro virtual, una modalidad de extorsión que consiste en hacerle creer a la víctima que se encuentra en peligro y que debe seguir las instrucciones que le están dando al otro lado del teléfono. Las bandas dedicadas al negocio utilizan esta especie de juego mental en el que la sugestión de quien lo sufre hace el resto.

“El teléfono es tu vida”, es la frase que utilizan para crear un sentimiento de dependencia entre la víctima y su celular. Los extorsionadores tratan de mantener en la línea a la víctima todo el tiempo que sea posible. Le suelen pedir que se aloje en algún hotel cercano y que no hable con nadie. En ese intervalo contactan con la familia y exigen un rescate. Por lo general no piden grandes cantidades de dinero. Prefieren que la transacción se haga lo antes posible, antes de que se descubra el engaño. Por eso es importante para ellos que el extorsionado siga al otro lado de la línea, de esa forma no sabrá que simplemente colgando el teléfono el timo quedaría al descubierto.

Los grupos criminales que se dedican a este tipo de delito recaban todo la información posible sobre las personas que van a abordar. Conocen matrículas de vehículos, nombres de familiares, direcciones… con esos datos conseguidos a través de redes sociales o con ayuda de algunos informadores, le hacen creer a la víctima que ha estado siendo sometida a una vigilancia muy estrecha. En ningún momento hay contacto físico entre los supuestos secuestradores y el raptado. En ocasiones se presentan como miembros de algún cartel. Se aprovechan del miedo que produce la violencia en algunas partes del país para manejar la voluntad de sus víctimas a su antojo. No resulta sencillo de entender para alguien que no haya pasado por una situación parecida, pero la violencia de algunos países latinoamericanos no es solo física, también es psicológica. En México los políticos y analistas tienen siempre muy presente lo que se conoce como percepción de inseguridad ciudadana.

El portavoz de seguridad del Gobierno federal de México, Eduardo Sánchez, detalló en una rueda de prensa lo ocurrido con la banda de música española: “Reciben una llamada telefónica, quien les habla por teléfono los obliga a trasladarse a un hotel en la colonia Roma (a 50 metros del que estaban alojados) y los mantienen por teléfono dentro. Estas personas, intimidadas por quienes les están hablando, actuaron en consecuencia”. En cárceles del norte del país hay presos que, con ayuda de algunos compinches en el exterior, pasan sus días entre rejas amedrentando con un móvil a las personas cuyos números consiguen. Con que caiga alguien de vez en cuando les ha merecido la pena.

Los familiares que reciben la llamada tienen dos opciones: creer lo que le están diciendo al otro lado de la línea o colgar el teléfono. Muchos prefieren no arriesgarse y pagan con tal de no correr el más mínimo riesgo. ¿Y si fuera cierto?, se preguntan. El procedimiento es sencillo. En México hay establecimientos (24 horas, tiendas de electrodomésticos) donde se puede ingresar dinero y retirarlo en el instante. Los extorsionadores utilizan documentos falsos para llevarse el dinero y no dejar rastro.

Isabel Miranda de Wallace, presidenta de la asociación Alto Secuestro, lamenta que esto esté ocurriendo cada vez más a menudo. “Es un modus operandi muy de moda y, como no hay violencia en la acción, la policía no se preocupa mucho. Es difícil de investigar, la víctima no ve a nadie. Ponte a rastrear teléfonos con todos los casos que hay aquí. Acaban archivados”, explica De Wallace. En ocasiones las víctimas nunca llegan a saber si en realidad han sido raptadas y otras sencillamente prefieren no contarlo por miedo a quedar en evidencia.

El secuestro virtual que más alarma creó este año fue el de 10 niños de una guardería del Estado de Morelos, en el centro del país. El gobernador de esa región llegó a tuitear que estaban haciendo todo lo posible por rescatarlos. Todo fue una ilusión. Los trabajadores del centro, tras recibir una llamada amenazadora, trasladaron a los niños en taxis hasta un hotel. Allí los recluyeron hasta que se descubrió la mentira a media tarde. A esas horas a varios padres ya les habían exigido un rescate. Uno de ellos dijo haberse quedado paralizado por el horror de que alguien pudiera haberse llevado a su hijo. Ese instinto primitivo es el que hace posible que exista algo tan rocambolesco como el secuestro virtual.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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