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FALSOS CULPABLES

Encerrado por vacaciones

Tena viajó a Granada en Semana Santa y acabó en prisión por error hasta que los jueces volvieron al trabajo cinco días después

Patricia Peiró
Juan Enrique Tena hace unas semanas en Fuenlabrada.
Juan Enrique Tena hace unas semanas en Fuenlabrada.Cristóbal Manuel

La primera noche en la celda de la prisión de Albolote (Granada) no pudo pegar ojo. La segunda empezó a creerse lo que le estaba pasando. La tercera, su cabeza hervía al plantearse cuántos amaneceres iba a vivir allí. Comenzó a preguntarse si tal vez nadie se daría cuenta del error. ¿Tardarían días, meses, años? La angustia dio paso al agotamiento por las emociones acumuladas, y por fin pudo dormir. Juan Enrique Tena Martín, extremeño, de 35 años, fue detenido a las seis de la mañana del 9 de abril de 2009, cuando acababa de volver a su hotel después de ver las procesiones nocturnas de Semana Santa de la ciudad andaluza, donde estaba de vacaciones. Salió de su habitación con lo puesto, y con lo puesto pasó sus primeras noches carcelarias. No quería ni usar el pijama que le dieron en prisión.

Compartió litera con un condenado por maltrato. Al principio no se atrevía ni a mirarlo, pero las horas de reclusión pesaron y acabó por confraternizar. El cautiverio de Tena duró tan solo cinco días, pero en su moral pesaron como años, y todavía nadie le ha explicado por qué delito le detuvieron y mucho menos ha recibido una disculpa. Con los que no osó cruzar la mirada fue con el resto de internos, entre los que vagaba durante las “horas de patio”. Tena era un cuerpo extraño en aquel centro penitenciario. “Estaba muerto de miedo, me sentía como en una película, no podía evitar pensar qué habría hecho esa gente”. En esos cinco días no entabló conversación con nadie más que con su compañero de litera.

“Tú sabrás lo que has hecho”, era lo único que le decían los agentes que lo detuvieron. Solo le comunicaron que la orden de arresto provenía de la Audiencia Nacional y que arrastraba su delito desde 2003. “Así que en ese momento me puse a pensar en todo lo que había hecho ese año. Dije: ‘Igual he dejado de pagar algo a Hacienda...’. Pero enseguida me di cuenta de que no, de que todo era un error”, relata en un bar a pocos metros del hospital de Fuenlabrada (Madrid), donde trabaja de enfermero. Ahora lo cuenta tranquilo, incluso suena como si lo hubiera superado a fuerza de recitar la historia decenas de veces, pero en su momento la experiencia le costó dos meses de baja y varios años de tratamiento psicológico. “Fue poco tiempo, pero me afectó mucho. Durante unos meses tenía miedo cuando veía un coche de policía, evitaba viajar, y si lo hacía, reservaba otra persona usando su DNI”.

Tena aún no acierta a comprender cómo con la tecnología actual pudieron encerrar a un inocente que solo compartía con el verdadero culpable el primer apellido (Israel Tena Martí), que además ya estaba cumpliendo su condena en una prisión de Castellón. “La sensación que me queda es que le puede pasar a cualquiera y, sobre todo, ese sentimiento de que para el sistema no eres nadie: solo un número”, apunta. Recuerda que no se cansó de repetir a todos los funcionarios que tuvo delante que todo era un malentendido, pero en sus palabras se atisba un fondo de comprensión: “En parte los entiendo. Hacían su trabajo. Me imagino que todos los que entran ahí lo hacen diciendo que son inocentes”.

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Los pequeños detalles regresan: el frío nocturno de abril que entraba por la ventana junto a la que estaba su cama, la comida en una bandeja que asomaba cada día a la misma hora por la ventanita en la puerta de acero, los desayunos a las ocho de la mañana, el kit del detenidoun pijama y unas sábanas que le entregaron después de fichar el ingreso en prisión, las caminatas por el módulo en busca de un funcionario amable al que contarle su situación, y la conciencia final de que la solución tenía que venir desde fuera: “Al final te rindes. ¿Para qué vas a decir nada, si no te harán caso?”.

Si la detención errónea de Tena no hubiese coincidido con días festivos, probablemente su pesadilla habría durado tan solo unas horas o, tal vez, ni siquiera habría pisado la cárcel. Cada vez que hacía una llamada, la respuesta que obtenía su abogada era que la Audiencia Nacional estaba cerrada en Semana Santa y que hasta el lunes no se podía hacer nada. Todas sus gestiones fueron inútiles: el descanso judicial resultaba verdaderamente sagrado. Mientras, Tena hacía cábalas en su celda sobre el hombre con el que le habían confundido. “Debía de ser un pez gordo”, cuenta ahora con algo de gracia, “porque para estar requerido por la Audiencia Nacional…”. El segundo día de encierro fueron a visitarle sus padres, que habían viajado desde Extremadura tras ser alertados por el compañero de viaje de Tena. Le llevaron revistas de divulgación científica y algo de sosiego al asegurarle que estaban empujando desde fuera para que todo acabara cuanto antes.

Tena fue confundido con un delincuente con el mismo apellido que

El entuerto se deshizo el lunes por la mañana, cuando el juez de guardia de la Audiencia Nacional verificó la confusión de identidades y decretó su liberación. Por la tarde, cuando el turista encarcelado firmó el documento que acreditaba su salida, se encontró con una paradójica sorpresa: el nombre que le atribuía la policía volvía a ser erróneo y no era ni el suyo ni el del verdadero condenado, sino un tercero. “Eso ya fue lo último que me faltaba. Les hice que lo corrigieran inmediatamente porque no quería más problemas”, señala. Al salir, contempló el paisaje, con Sierra Nevada al fondo, y la frase “¡qué bonita es la libertad!” le brotó del pecho. Meses más tarde, Interior le indemnizó con 3.000 euros, pero él no los aceptó y después de que la Audiencia archivara su caso, recurrió a la vía administrativa para obtener una indemnización más alta. Aún no hay una resolución, explica Tena.

Al año siguiente regresó a Granada, invitado por el Ayuntamiento. Juan Enrique Tena no guarda rencor a la ciudad, pero sí al “sistema” que le hizo dormir cinco noches en una celda.

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Sobre la firma

Patricia Peiró
Redactora de la sección de Madrid, con el foco en los sucesos y los tribunales. Colabora en La Ventana de la Cadena Ser en una sección sobre crónica negra. Realizó el podcast ‘Igor el ruso: la huida de un asesino’ con Podium Podcast.

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